Se declaró el estado de alarma.

Emilia se había marchado el día antes. Tenía que cuidar de su madre, dijo, además nos vendrá bien un poco de espacio.

Pero después de la ultima discusión, estaba convencido de que se había marchado con alguien.

Los primeros días viví el confinamiento como un fantasma autómata. El teléfono ocupaba la mayor parte del espacio-tiempo, las notificaciones y mensajes no paraban. Volvía una y otra vez a la ventana de conversación de Emilia.

Nada.

Pasaron 6 días hasta que me duché por primera vez, dentro de la ducha reconocí cuanto echaba de menos el agua caliente sobre mi cabeza.

La situación con Adrián no ayudaba mucho. Tampoco es que tuviéramos una gran relación, pero desde la alarma se pasaba el día encerrado y nuestra única comunicación se limitaba a las comidas.

-¿Qué? ¿Se te hace duro el encierro?

-No. Es genial no ir a clase.

-Claro, pero… tendrás que estudiar, no puedes estar todo el día con la play…-Mierda, pensé, así no me lo voy a ganar.

-Bueno, tampoco podemos estar todos los días comiendo espaguetis.

Me lo dijo desafiante.

-¿No te gustaban tanto los espaguetis?

Adrián bajó la mirada murmurando algo entre dientes mientras hacía ese gesto horrible de taparse los granos de la frente con el pelo.

-Okey, me voy al cuarto.

-¿Y la mesa? ¿Te crees que esto es un hotel? –maravilloso, justo la conexión que esperaba.

-¿y para qué quieres que recoja si el fregadero está lleno de mierda?

Acabé mi plato solo, mirando por la ventana.

Seguro que durante el confinamiento, habéis experimentado la necesidad de mirar afuera, de ver como los otros están viviendo la cuarentena. Supongo que desde alguna ventana, también alguien me observaba a mi.

La algarabía de una de las ventanas llamó mi atención, una pareja de treintañeros hacía manualidades con su hija de 3 años que gritaba y reía al son del maldito “baby shark”, la luz de las tres, Iluminaba su habitación. Joder, la escena era tan idílica que pensé que podría vomitar. No les durará mucho, recuerdo pensar.

Llevé los platos al fregadero dispuesto a poner un poco de orden pero la bayeta mojada y babosa al fondo me dio tanto asco que desistí.

-bayetas, espaguetis, tomate…

Redacté una lista de necesidades para poder salir. Estaba harto de ver gente en la calle diariamente a través de mi ventana mientras yo cumplía con mi deber.

Al salir del Lidl vi a una pareja tomando cerveza en un banco. Tonteaban acercándose y alejándose hasta que acababan besándose entre risas.

Mas adelante una patrulla controlaba a las personas que estaban en la calle. Pensé que me podrían decir algo, pero al fin y al cabo los espaguetis eran de primera necesidad.

Me acerqué a ellos.

-Madre mía. La gente no entiende la emergencia en la que estamos.

-Es una vergüenza, así no vamos a acabar nunca. -Me dijo uno de ellos.

-Precisamente en la calle de abajo hay unos chavales en un banco tomando cerveza tan campantes, que falta de respeto.

-Gracias por avisar, vamos para allá.

Me sentí como un fascista acusando a sus vecinos de rojos. ¿Qué estaba haciendo? Volví a casa avergonzado.

Desde la calle podía ver la ventana del estudio de Emilia. Su luz estaba apagada y en casa la puerta de Adrián permanecía cerrada.

Dejé la compra plantada en la bolsa en la encimera. Lavé mis manos con jabón. Miré el móvil, 90 notificaciones. Deslice mis dedos de nuevo hasta la última conversación con Emilia. -11 de marzo-“Trae leche”. Ni siquiera tenía doble check.

Pasé la tarde postrado en el sofá viendo a los cazatesoros de Discovery Max hasta que el ruido de los aplausos me hicieron salir de mi estado de hibernación.

Me acerqué a la puerta de Adrián, pero cambié de idea antes de llamar.

Me asomé a la ventana. Me avergonzaba ponerme a aplaudir, así que me límite a encender la luz y quedarme mirando.

En la ventana de en frente un grupo de chicos jóvenes ponían música a todo volumen. En el piso de al lado una mujer de unos 50 y su madre en silla de ruedas aplaudían joviales y bailaban al ritmo de la música de los jóvenes, que a la vez, las grababan en video desde sus móviles. Un poco más arriba, un vecino se quejaba de la música y a su lado otro gritaba mandando a casa a todo a quien veía caminando por la calle.

Adrián salió de su habitación, pero sólo para ir al baño.

-¿Qué hay de cena?-Me dijo.

-He traído pizza.

-Perfect!

Al menos la pizza había funcionado, pensé.

-Una cosa, he quedado con estos para hacer un zoom, ¿Va bien si ceno en la habita?

-No… claro.. claro, no pasa nada.

Justo cuando intentaba enfrentarme de nuevo a la cocina sentí el ruido de las llaves en la puerta.

Una punzada de ilusión me recorrió el cuerpo, se me salía el corazón por la boca. Emilia había vuelto, todo estaba bien. Todo iría bien.

Emilia acababa de entrar en casa y me asomé a recibirla con la suficiente distancia para no parecer desesperado.

-¡Ey! ¿Qué tal? Qué bien que estés en casa.-Dije fingiendo normalidad.

Me quedé parado con el paquete de bayetas en la mano a tres metros de ella.

-Sí, mi madre está mejor.

Ella se quedó parada en la puerta, cabizbaja.

-Eso es genial, entonces ¿te quedas?

Ninguno de los dos nos movimos.

-No lo sé, depende.

-Claro, claro, lo importante es que esté bien.

Me daba igual que volviese a ver a su amante, a su madre, a quien fuera, estaba en casa. Eso tenia

que significar algo. Me acerqué a ella.

-Por cierto, he traído leche. –Dije pretendiendo sonar gracioso.

Antes de que pudiera hacer el gesto de abrazarla Emilia se apartó.

-¡Tss! ¡Cuidado!

Se fue a lavar las manos y yo me quedé a oscuras, plantado en la entrada, esperando su reacción al lamentable estado de la cocina.

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