Me cuesta mucho distinguir lo que es de lo que no es. Si estoy o no estoy ¿Hoy no es jueves, no?

No tengo ningún dominio del tiempo presente ni del tiempo futuro. Pero soy un as en el dominio del pasado. Si sucedió 30 o 40 años atrás me acuerdo de cada detalle. En cambio, sí sucedió hace dos horas, se esfumó.

¿Será martes hoy?

Recuerdo las manos de mi esposa. Cada línea. Eran hermosas, con dedos larguísimos y delgados. Ella se fue un domingo. El reloj marcaba las 14:45 cuando cerró los ojos. Hacía un calor insoportable. Sucedió el 12 de noviembre de 1979.

Hoy no es domingo. No, no es. No sé nada del hoy pero todo de mi perro Fito. Murió en 1946. Lo pisó un camión. Fito tenía un problema en las cuerdas vocales y ladraba ahogado. Wof, Wof. Yo era un nenito en ese entonces y amaba a ese perro. Iba con él a la plaza. Le colocaba la correa y lo arrastraba con fuerza. Era un ovejero alemán muy pesado para un niño de 7 años. Cuando tomaba velocidad, me arrastraba como si yo fuese una plumita. Fito, jugaba entre árboles y gente. Se dejaba acariciar. Cuando murió yo seguí yendo a la misma plaza. Ya no arrastraba a Fito. Empujaba una tristeza infinita.

Me sentaba en una hamaca. Una que siempre estaba vacía. Los chicos y las chicas del barrio elegían las nuevas, las recién pintadas. Yo iba a la oxidada porque quería estar solo. Y ahí estaba. Horas y horas. Me hamacaba con fuerza. La impotencia que sentía por haberme quedado sin perro me hacía llegar más alto. Hasta el cielo.

Un 20 de septiembre, sucedió un milagro que marcó mi vida para siempre. Me acuerdo bien. Estaba vestido con una camisa, pantalones cortos, tiradores y unas sandalias franciscanas. Tenía los dedos de los pies al aire libre y el vientito de primavera me hacía cosquillas. Me senté en la hamaca que como de costumbre se encontraba vacía y tomé impulso, mucho impulso. Estiré las piernas y ahí lo sentí en los pies. Algo fresco, pegajoso, baboso. Yo conocía esa sensación un poco asquerosa. Eran los besos de Fito. Mi mamá me había dicho que mi perro se había ido al cielo de las mascotas. Y a mis 7 años me pregunté ¿Será que con la hamaca llegué hasta ahí?

Esa misma tarde, lleno de emoción le conté lo sucedido a mi amiga Laura. Su pez Arturo también estaba en el cielo de las mascotas. Unas pocas horas después ella se subió a esta hamaca (señala la hamaca) y me juró y me perjuró que sintió en sus pies un beso sopapa en el dedo gordo.

Cuando volví a la plaza pocos días después, había una fila enorme en mi hamaca de nenes y nenas con los pies descalzos, sandalias y ojotas. Movían los deditos de los pies para arriba y para abajo. Se preparaban para recibir el beso de la gata chicha, de la tortuga Lela, del loro Pirata o de aquella mascota que acompañó su niñez y luego había abandonado este plano de existencia.

Ayer, martes, miércoles de mil novecientos o dos mil no sé, volví a subirme a la hamaca y sentí que unas hermosas manos de dedos largos acariciaban mis pies y la voz de mi esposa susurraba: «ya estás listo para quedarte conmigo. Quiero, mi amor, que vuelvas a subirte a la hamaca este jueves y vengas a mí». ¡Sí! Pero ¿Cuándo es jue..? ¡No sé qué día es hoy!

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