Los muchachos corrían al auto sus rostros agitados y contentos se mezclaban con la exasperación de siempre. Tener que esperar y esperar a Elenita, la hermana menor.

Su padre ya tenía el motor encendido y su madre se daba un último retoque frente al espejo del maquillaje.

Voy a ver qué hace.

¡No! -gritaron los muchachos- en vez de ello, convencieron a sus padres de darle un pequeño escarmiento a Elenita para quitarle la mala costumbre de hacerse esperar. Ambos convinieron de que era una graciosa forma de llamarle la atención, aceptando hacerlo.

Al rato Elenita salió corriendo tirando la puerta cuando vio cómo su familia riendo se despedían de ella, dejándola ahí parada. En ese instante todo a su alrededor se tornó tan inmenso tan lejano que sentía disminuirse interiormente incrustándose un intenso síndrome de ausencia.

Se sentó en las gradas y se quedó allí -su cuerpo- ella irreparablemente ya no estaba.

Pasado unos minutos todos regresaron su madre salió para abrazarla y para decirle que todo fue una broma y que no debe de demorar tanto.

Elenita no lloró ni les preguntó porqué la dejaron. Entró al auto y se fue a la parte de atrás, a maletera, allí se acomodó, lo más lejos posible de ellos, callada con ese tortuoso sentimiento de ausencia que a partir de ese día nunca más se alejó de ella.

Fin.

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