Cosas que nunca te dije

Cosas que nunca te dije

Helena Práxedes

20/01/2020

Los domingos solían ser los días más duros. La mayoría de ellos me los pasaba fingiendo ser feliz. Y cuando llegaba la noche, en la cama acurrucada en posición fetal, intentaba conciliar el sueño, pero no lo conseguía, sentía un vacío inmenso que paradójicamente se hacía corpóreo y se tumbaba junto a mí, podía palparlo, podía notar como me observaba, con regocijo, acechando mi llanto, esperando pacientemente que recordara lo que más me dolía, precisamente porque lo que más me dolía era tener escasos recuerdos de alguien esencial en mi vida: mi madre de la niñez.
Y cuando el vacío era consciente de que empezaba a recordar, se percataba de ello y era entonces cuando yo contemplaba de soslayo la foto de mi mesita de noche.
Entonces, con los ojos cerrados notaba el incesante parpadeo que precede al llanto y percibía como una sustancia líquida a la que no se le puede llamar lágrimas, humedecía mis ojos. Nunca fueron lágrimas porque ni siquiera aprendí a llorar.
Y con la tristeza invadiendo mi corazón, el vacío tumbado a mi lado se reía a carcajadas, gozando de mi desdicha y dejaba a su paso la desesperación. Desesperación que derivaba en una ira irracional y agresiva. Era en ese momento
cuando comenzaba mi soliloquio interior: «Mama, en esa foto no apareces tú. En tu lugar está mi prima y también el papa. En brazos de mi prima, yo desnuda, aparentemente feliz y el papa ofreciéndome su mano. ¿Dónde estabas tú?¿Qué estabas haciendo en ese momento? ¿Tampoco tenías tiempo para una foto con tu hija?Seguramente estabas preparando la comida, claro. Eso era tan importante para ti, que te olvidabas de lo que era importante para mí: tú y tu cariño.» Entonces tras mi reflexión autodestructiva era cuando pensaba en ti, mama, pero en la madre de mi adultez, pues la que tuve de niña nunca la recordé.

Y pensaba en todas las cosas que nunca te dije y que transcribo aquí ahora.
«Mama, me gustaría inmensamente que pudiésemos retroceder en el tiempo y que te quedaras a mi lado un día entero. Que me abrazaras fuerte y que me cuidaras. Que pasáramos así todo el tiempo que nos robaron años atrás. Y te besaría y abrazaría y te diría que a pesar de mis reproches hacia ti, te quiero infinitamente. Y es en este preciso instante, mientras escribo estas letras, que las lágrimas que no supe o que no pude derramar en mi infancia, fluyen incesantemente como si mi cuerpo no estuviera compuesto más que de agua. Y soy consciente de que realmente sí puedo llorar cuando lo que siento es intensamente doloroso y verdadero.
Y ahora quiero más que nunca que tú, mama, estés a mi lado y que te quedes conmigo, que me acojas en tu regazo y me digas que no me preocupe, que todo va a ir bien. Quiero pedirte que no te vayas nunca más, que no me abandones, que te olvides de tus quehaceres, que estés a mi lado para siempre. Que no limpies el polvo, que no ordenes la casa, que no prepares la cena de mi hermano, que no friegues los platos. Sólo que te quedes abrazándome, como si acabara de nacer, como si fuera la primera vez que me ves, como si todavía tuvieras esperanzas de encontrarte con una hija, en lugar de encontrarte con un hatillo de problemas anudado a tu espalda. Como si fuera la hija que realmente te mereces.
Porque tú, mi madre, la de ahora, la de ayer, la de mañana, eres la madre que siempre he necesitado y necesitaré. Y quiero decirte que lo siento, que siento no poder perdonar a la madre de mi niñez y pedirte que no te enfades, que no sufras, que no es tu culpa. Que la ira que invade mi ser no es hacia ti en absoluto. La ira que siento es debida al tiempo perdido que nos arrebataron y que no podremos recuperar jamás.
Quiero contarte cosas y que tú me cuentes las tuyas y que no tengamos la necesidad de juzgarnos mutuamente. Quiero reconciliarme con el hecho de que tú también fuiste una niña perdida en la oscuridad, que sufriste infinitamente más que yo y que sobreviviste a verdaderas tragedias. Quiero que seas mi amiga, que juegues conmigo, que me vuelvas a hacer coletas y que me laves los pies. Quiero decirte que no me llames por teléfono para preguntarme como estoy porque no quiero decepcionarte si te digo que estoy mal. Ni mentirte si te digo que estoy bien. Quiero volver a empezar, nacer de nuevo. Hacer las cosas bien. Equivocarme y aprender, en vez de aprender a equivocarme en lo mismo una y otra vez. Quisiera volver a ser tu niña otra vez. Y a pesar de que no estuviste cuando más te necesité, finalmente comprendí que si hiciste las cosas de ese modo, es porque no pudiste hacerlas de manera distinta y que con la bondad que te caracteriza, sé que todo lo que hiciste y lo que no hiciste fue por mi bien.
Lo hicieras mejor o peor, eres una madre única y excepcional y estoy agradecida de que ahora en mi adultez, me apoyes siempre sin juzgarme lo más mínimo. Sé que ahora que echas la vista atrás, te carcome la culpa por no haber podido estar conmigo cuando más te necesitaba. Olvídalo, ahora estamos juntas. Olvida la culpa al igual que yo debo olvidar el rencor. Porque el pasado no importa y el futuro no existe. Así que disfrutemos mútuamente de lo único que es cierto: el momento presente que tenemos en común. Mama, te Amo. Te Amo con A mayúscula y siempre lo haré.»

N.B: Gracias a mi hermanita por ir siempre de mi mano.

Y a ti hermanito, gracias también (que tuviste la responsabilidad de hacerte cargo de nosotras), por habernos cuidado tan bien como te lo permitió tu temprana edad.

A mi padre y a mi madre, a los que admiro por las duras decisiones que tuvieron que tomar.

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