Círculos entrelazados

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Abuelita, abuelita…

– Dime tú qué sabes todo, que hablas hasta con las estrellas, que dicen las cartas de mí. ¿Seré empresario o piloto de avión, que seré, seré?

Al escuchar la pregunta, mi abuela suspira y esbozando una sonrisa mientras me acaricia el pelo.

– ¡Ay, hijo!, no te lo quiero decir, para no malograr tal hecho, así que el destino te lo diga. Yo solo te advierto de que serás alguien, digamos, “movidito”.

Pasados ya unos años, mi tierna abuela falleció con la misma calma con la que vivió y ello me dejó en la incertidumbre unos cuantos más. Hasta que la rosa de los vientos hizo rodar la de la fortuna y esta no miró siempre hacia al Norte. Ahora, yo ya casi anciano, sin más familia que mi hermano, a este le aconsejo y a él me confieso, antes de que el de la guadaña venga a por mí.

– ¡Pues tenía razón!, después de todo. De algún corte y de algún agujero en el cuerpo, he llegado a ser empresario de mi propia desfachatez y piloto de altos vuelos, tanto toqué las nubes, que alguna que otra tormenta he provocado, ya que he llegado a codearme con los más altos cargos del país.

Mi hermano, con los ojos como platos y los oídos que parecían erguidos como los de un canino, me escuchaba relatar los barrios por los que me moví y por eso, que ahora llevo chaqueta y corbata, sin olvidar una cartera de piel, que siempre me sonríe llena de billetes de cien.

¿Suerte?, quizás sí. Hasta que un chivato, un propio bocazas habló y destapó la cloaca que hay dentro de mí. Todo ello, sin olvidar a mi anciana abuela. Sí, la misma que de pequeño me contaba entre cuento y cuento, lo que iba a ser de mayor. Todo sin desperdicio alguno, todo sin llegar a arrugarme la piel del susto, llegué a ser lo que soy hoy en día. Un sabio entre rejas, dentro de una cárcel, pero con el respeto de todo aquel que se acercaba a pedir cigarrillo o consejo. Mi propio hermano me delató, mi único, aquel que llevaba mi propia sangre había sido el Judas que me denunció, aportando el móvil con mi declaración grabada.

¿Quién me lo iba a decir?, todo ello habría sido la envidia, de no tener su propio nombre y ser siempre, “el hermano de”. Conjuraba a los mil demonios, hablaba en voz alta, mi ira se desataba y solo decía para el foro y para dentro de mí.

– Espero no salir vivo de aquí, porque si es así, no creo que llegue él a contar hasta tres. Podría hacerme valer por mis propios contactos, pero hay cosas que debe de hacerlo uno mismo, hay hechos y actos, que debe ser uno mismo el que lo perpetre.

Pasaron un par de meses y ya empezaba a adaptarme a todo aquello que me rodeaba y empezaba a canalizar toda mi energía.

“No me siento tan mal, pero ansío respirar el aire limpio de la libertad, pero hasta que no llegue a la edad máxima, no saldré, todo ello con suerte y siendo “un buen chico”. Todo es como es y me hago valer y respetar, dentro de la humedad de la codicia y de aquellos que se dicen chicos malos”.

Todo brillaba, dentro de la oscuridad de aquellas almas, todo el mundo tiene su punto de bondad. Su debilidad y su adicción, la mía propia, aparte del tabaco eran otras que dentro de los muros no se pueden conseguir, ya que los que guardaban las antiguas prisiones, pedían el oro y la plata, por dejarnos un rato dar a una mujer la lata.

Me relajé, me lo tome con calma, hasta que vi a cierto personaje salir en pantalla por la televisión de la sala. No me lo podía creer, ahora era yo el de los ojos como platos y los oídos como un canino. Era mi hermano, era sí, el tal ruin familiar que se había hecho valer de su boca, para alimentar ciertos bulos y ciertas artimañas, para influenciar en aquellos que antes eran mis incondicionales “amigos”. ¡Alcalde!, quería ser el alcalde de la ciudad, llenando su boca y sus palabras de mentiras anotadas en un trozo de papel. Ahora sí, ahora sí que me enfurecí y empecé a que toda mi maquinaria hacerla funcionar. ¿A través de quién?, de mi abogado, quién si no.

Menos mal, que todavía tenía leales y al poco tiempo volví a sonreír. Un trágico accidente de tráfico, había hecho que mi querido hermano muriera. No llegó ni al hospital, atropellado por un camión de basura fue su último paseo matinal.

Cometía un error, simplemente un fallo, el cual le costó la vida y ese, ese no fue otro que la hora y la puntualidad. Era muy estricto con ello, yo, en cambio, me gustaba que me esperasen y hacerme de rogar, todo ello hacía elevar mi ego y mi soberbia. Me sentía a gusto, entre rejas, pero aliviado. No llegué a la edad, me morí antes, solo, en mi litera de la celda. No me lo encontré por el camino, ya que él fue a la luz y yo a la oscuridad. Quizás un día de estos me lo encuentre, quizás el destino haga que volvamos a coincidir, si es así acabaré con su existencia de una forma total. De mientras, navegaré por los males profundos sin llegar a ser una mala sombra. ¿A quién confieso todo esto y porqué, para que lo escriba y lo deje anotado? El que narra ya sabe, que mis visitas pueden ser de cortesía o venganza, así que él ya sabe.

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