Habíamos pasado la tarde buscando viejas fotos para mi trabajo sobre los antepasados. En la caja forrada de raso que había sido de la abuela aparecieron unos tatarabuelos que yo ni sospechaba que existieran. Eran de la familia de papá y llevaban muchos años encerrados. Al sacarlos parecían fantasmas desplazándose aturdidos por nuestro salón. Como una mosca que se ha colado por la ventana y no sabe cómo salir.

-Más bien son marcianos- dijo Nacho, el pequeño. Para él todo lo extraño venía de otro planeta.

Mamá le dio la razón: esa familia siempre fue algo marciana. Me los apropié de inmediato. Mis amigos iban a flipar.

Cuando papá volvió del trabajo nos sentamos a la mesa. El primero en darse cuenta fue Nacho, mientras cenábamos:

-Papá te has confundido de gafas. Esas no son las tuyas.

Se hizo el silencio y todos lo miramos con atención. Papá se quitó las gafas y les estuvo dando vueltas dubitativo. Tenían nubes grasientas de vaho, y lucían huellas de dedos. Se las colocó de nuevo.

-No puede ser. No he estado hoy con nadie que llevara gafas. A ver… Hubo dos clientes. Vino a verme Soriano… Luego despaché con la secretaria, y no estuve con nadie más. No sé qué ha podido pasar, a mí me parecen las de siempre, además veo bien. ¿Estáis seguros de que éstas no son las mías?

-¡Pero qué hombre, Dios mío, siempre hay que estar pendiente de él! –dijo mamá enfadándose-. A ver, trae otra vez ¿No te das cuenta de que las tuyas eran de concha y estas llevan añadidos metálicos? Míralas bien.

Sin gafas papá parecía como desnudo. Las bolsas bajo los ojos eran globos a medio inflar y sus pupilas trataban de centrarse inciertas en las cosas, sin lograrlo. Todos lo observábamos con extrañeza. Tino, el otro gemelo, jugaba amontonando migas de pan con el tenedor, pero mamá no le riñó. De pronto Nacho se le quedó mirando fijamente:

-Es que ése no es papá. Es un marciano.

Mamá se fijó en él como si lo viera por primera vez. Nosotros cuatro no salíamos de nuestro asombro. Verdaderamente aquel tipo tan raro no podía ser nuestro padre.

-Pero ¿qué dices, Nacho, ya no me conoces?- balbuceó papá. Estaba a punto de llorar.

-Se ha colado en casa. Menudo morro- le acusó Tino, mientras señalaba con el tenedor.

El cuerpo del delito, las gafas, permanecían temblorosas en medio de la mesa. Papá las limpió con la servilleta, y se la pasó también por la cara, disimulando las lágrimas. Se las puso ajustándolas sobre los pelos blancuzcos que sobresalían encima de las orejas. Todavía no había empezado a comer la tortilla, pero la apartó sin tocarla. Luego miró a mamá con expresión suplicante. De pronto parecía un viejo decrépito al borde de un precipicio:

-Tú sabes que soy yo, Mari, no les dejes decir necedades. Esto me resulta muy doloroso.

Mamá lo miró retadora. Luego se dirigió a mí:

-Qué opinas, Lorena, tú que eres la mayor ¿Te parece que dice la verdad, que este hombre es papá?

Creo que hasta entonces nunca me había fijado en él con detalle, pero mirándolo bien no encontré nada familiar en aquel tipo temeroso y huidizo, como un reo que compareciera convicto ante un tribunal. Nada había que me hiciese desear tenerlo por padre. Era un extraño en nuestra mesa, y así se lo dije a mamá:

-Es un intruso.

Los demás estuvieron de acuerdo en que aquel individuo no era papá, e incluso ni siquiera recordaban haberlo visto antes. La sentencia la dictó mamá:

-Esta no es tu casa y no te queremos ver más por aquí. Recoge tus cosas y márchate.

Ayudamos a quitar la mesa mientras él se hacía la maleta. Mamá metió los platos en el lavavajillas y luego nos sentamos todos a ver Médico de familia en la tele. Cuando el marciano salió ni siquiera fuimos a la puerta a despedirlo, aunque él anduvo por allí lloriqueando y diciendo que no podría vivir sin nosotros, pero el capítulo estaba muy interesante y no le hicimos caso.

Durante los anuncios Tino propuso que como ahora no teníamos papá podíamos escribir a Quién sabe dónde para encontrar uno, pero mamá dijo que no hacía falta, que para lo que hacía podíamos arreglárnoslas sin él. Y verdaderamente hasta ahora no lo hemos echado de menos. Creo que mamá tiene razón: hoy en día un padre no es imprescindible. Sobre todo si es marciano.

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