Ella era una guerrera de la luz. Mientras escribía la frase que un día me dijo en la pared de aquel cuarto destartalado, me di cuenta de que ella misma no era capaz de seguir sus consejos. Se había rendido hacía mucho tiempo pero, ¿sabría parar en algún momento?

Nunca habíamos tenido una relación de unión ni cariño. Su infierno había comenzado muy pronto y yo era muy pequeña. Una vez, cuando solo tenía unos 12 años, supe que no volvería. Ella tenía 16 y había decidido dejarnos. Cuando mi madre me despertó por la mañana se lo dije: «Se ha ido y no va a volver». Recuerdo su mirada de temor.

Pero sí volvió. Siempre volvía. En cada ocasión con una historia, cada vez más destrozada, más perdida… seguía sin darse cuenta de que ella sí era la guerrera de la luz.

Mi vida estuvo marcada por su trayectoria por completo. Todo lo que había hecho era el punto de partida para lo que yo nunca podría hacer. Ellos tenían miedo, pero nunca se dieron cuenta de que no éramos iguales. Ni mejor, ni peor. Totalmente distintas. Como el día y la noche, como la luna y el sol.

Recogí aquella frase, medio leída en un típico libro de Paulo Coelho, medio inventada, y la tomé como un reto. Como una suerte de eslogan de vida mientras que ella no paraba de destrozar la suya.

Sufrí, lloré y temí. Pensaba que en cualquier momento una llamada de teléfono acabaría con todo. ¿Sería mejor o peor? A veces, cuando estás en una situación límite, piensas que las peores soluciones pueden ser las mas adecuadas.

Pero no ocurrió. Con tan solo 24 años decidió que había llegado a su límite, que era hora de sacar, por fin, a esa guerrera de la luz contra la que había luchado prácticamente toda su vida. Pidió ayuda y se recompuso.

¿Cómo perdonar? Me preguntaba con tan solo 20 años. Llevaba viviendo un horror toda una década, sintiéndome inútil…

Pero perdonas porque amas. Amas a tu familia sobre todas las cosas. Eso te han enseñado. Y la rabia se esconde entre la pena. Los traumas se maquillan con nuevos recuerdos y sigues. Por ella, por ti, por todos. Porque fue la más guerrera la que te enseñó que nunca debías rendirte, que tendrías que luchar por lo que querías aunque al llegar a casa te sintieras triste y desolada.

Ella fue la que consiguió lo más importante de las dos. Pero sigue sin darse cuenta. No es consciente de que no todo el mundo vuelve cuando baja a los infiernos. A nosotros solo nos quedaba la esperanza, a ella una vida por delante.

Treinta años para entender que lo más preciado que me habían dado mis padres era a ella. Treinta años para borrar y aprender que yo era la pupila de aquella guerrera de la luz. Siempre lo había sido.

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