Tras la misma suerte.

Tras la misma suerte.

Alejandro M G

01/12/2018

La ciudad quedó atrás cuando Dionisio toma el único autobús que lleva su mismo destino. Horas después, un campanario sobresale y unas letras poco legibles sobre el camino, anuncian la próxima parada.

Dionisio sonríe cuando el bus sube por una calle ancha y empedrada – por fin estoy en san Joaquín-. Se dice para sí.

Recorre sus calles, las miradas lo persiguen, quizá porque sea un joven de tez blanca, con audífonos y gorra.

Acelera sus piernas, toma una brecha cuesta abajo, sombreada y pedregosa. Más adelante, unas casuchas se asoman al fondo sobre un pequeño valle, donde abundan milpas y ganado.

Pronto esta frente a una casa de adobe con teja rojiza; Dioniso se detiene bajo la inmensa sombra de una higuera, que parece tener tantos años, como el rostro que se asoma por la ventana, y que con un solo grito enmudece los perros.

-Hola abuela Patricia-. Saluda y sonríe.

– ¿Quién dices que eres? -pregunta la mujer, mientras dirige su bordón sobre el empedrado hasta un amplio portal.

Soy Dionisio, hijo de Antonio -repite con voz fuerte pero muy nerviosa; mientras con su hombro derecho empuja seguidamente, una puerta que arrastra de un extremo.

– Pasa chamaco -hace una pausa mientras lo observa detenidamente. – ¿Qué te trae por aquí? – asombrada pregunta.

-Nada abuela Patricia, solo vengo de visita -contesta y extiende la mano. Ella inquieta, corresponde al saludo.

-Las escasas visitas de tu padre siempre eran por dinero -, recalca Patricia, dando unos pasos atrás -así que, dime ¿a qué has venido?

Dionisio guarda silencio e inclina un poco su cabeza, recorre las pretinas de su mochila una y otra vez, después levanta la mirada – abuela Patricia, a eso he venido, por dinero- contesta con gesto avergonzado.

-Así imaginé – afirma Patricia-, solo el dinero le interesa a tu padre, nunca tu abuelo y yo – pierde su mirada hacia dentro-, pero tú no tienes culpa Dionisio. Sino tu abuelo Antonio, cuando alejó a mis tres hijos -. Sonaron las palabras a reproche absuelto.

– Esa mañana los vi partir-, comenzó a narrar la abuela- inseguros, callados solo mirándose. El motivo, no quedaba maíz ni frijol para comer. Tu abuelo Antonio decidió enviarlos a Estados Unidos. A los hijos del vecino, decían les iba muy bien, tu abuelo pensó que correrían la misma suerte -vuelve hacer una pausa, suspira y continúa.

-Pero… todo fue tan diferente, pasaron años y nada. Un día apareció Juan con tu madre y un bebé -medio sonríe y lo mira.

No supo darnos razón de sus hermanos. Solo dijo que tomaron rumbos diferentes y nunca habían partido a Estados Unidos -. Levanta el bordón y empuñando su mano en el mismo, da un golpe contra el piso.

Pero bueno, ya nada se puede hacer. -parece se dijera así misma para calmar su alma.

Creímos que regresaban para quedarse, a labrar la tierra y cuidar el ganado, pero no, solo querían dinero. Tu abuelo los complació, después, volvieron a desaparecer -. aprieta los labios y su cabeza ligeramente va de un lado a otro.

Dionisio da media vuelta sin expresar palabra, Patricia le toma el hombro – tranquilo Dionisio, aquí no converso con nadie, solo con los perros, pero al final siempre los insulto cuando no me responden – parece un poco avergonzada-. Tú eres mi único retoño.

El, gira su cabeza nuevamente y busca la mirada de ella – Abuela Patricia, mi madre nos abandonó, solo tenemos deudas. Mi padre se ha vuelto alcohólico. Por eso he venido-. dice Dionisio mientras sus ojos verdes se llenan de agua.

Patricia, aleja su mano del hombro de Dionisio, la abre, le toca la frente y la desliza hasta cerrarla en el mentón. -no llores Dionisio- Parece suplicarle discretamente mientras retrocede. Recarga su espalda sobre una silla y prende un cigarro. Dionisio sigue sus pasos, se limpia las lágrimas y sostiene la mochila entre las manos.

-Solo eso nos faltaba, que tu padre se divorciara – en un tono desgarrador lo dice- cuando se entere tu abuelo –, dirige el cigarro a su boca y jala con más fuerza el humo como si ansiara tragarlo.

Dionisio pierde la mirada en cada rincón de la casa, esta, dice tantas palabras mientras sus labios abren y cierran ligeramente para tomar aire. Después regresa su atención sobre su abuela a quien se acerca tiernamente.

Un trueno rasga drásticamente el cielo nublado, interrumpe el instante que vivían las dos almas. Buscan ansiosamente sus miradas.

Una silueta se asoma sobre el camino que viene del corral, trae sombrero y la compañía de un fino sonido de espuelas.

– Dionisio, la tormenta trajo a tu abuelo Antonio- señala Patricia con una sonrisa aparente, – ya en su momento le contaremos – le dice al oído, mientras este la ayuda a incorporarse. Ella, estira su mano y desaparece el cigarro.

-Mira Antonio quien nos ha venido a visitar. Dionisio el hijo de Juan -grita emocionada.

Dionisio no lo pierde de vista, una sonrisa se asoma donde hace unos momentos parecía desencajarse el rostro.

-Abuelo Antonio -, parece que sale del fondo de su alma la frase más alentadora de Dionisio. Se encamina a encontrarlo sin perder un milímetro la sonrisa.

Las palmas de las manos se tocan y se aprietan las espaldas, los cachetes se acarician respetuosamente, dos hombres se funden en ese amor paternal al que Dionisio parecía nunca había experimentado en su corta vida.

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