Encantada de haberte conocido

Encantada de haberte conocido

ENCANTADA DE HABERTE CONOCIDO

La casa de los abuelos se vendía. Acompañé a mi madre a vaciar y recoger objetos personales

Desde niña no había vuelto por allí. Tenía la idea de una casa luminosa, con plantas enormes, cortinas de flores, muchos cojines, una lámpara con flecos y una mecedora. Pero sobre todo recordaba,en lo que mi abuela llamaba su gabinete, un secreter. Un mueble no muy grande a modo de escritorio, con muchos cajoncitos y departamentos. Se cerraba con una especie de persiana, en cuya cerradura dorada encajaba una llave de preciosa filigrana, de la que colgaba una borla. Aquello me fascinaba.

—Es de caoba ─decía mamá─, pero a mí me importaba muy poco la nobleza de la madera. Quería ver lo que contenía, curiosear, investigar en las cosas de doña Adelaida, saber de ella, conocerla mejor.

Mi abuela nació con el siglo. Vivió los felices años veinte en todo su esplendor. Yo la recuerdo serena, dulce, con una mirada condescendiente y una sonrisa un tanto enigmática.

Murió sin decrepitud, sin caderas rotas, sin pañales para adultos. Dignamente, pero demasiado pronto. Yo solo tenía siete años.

Giré aquella monada de llave, pensando —Es tan bonita que igual me la pongo de colgante.

Abrí. Había, sobre un tablero forrado de piel verde destinado a la escritura, una libreta con direcciones y teléfonos. Un porta lápices que reconocí enseguida hecho por mí en el colegio, se trataba de un bote horrible forrado de fieltro, que era un insulto en aquel contexto. Lo aparte y seguí fisgoneando.

En un cajón, sujeto con una pinza, el programa de un espectáculo de Jazz, la entrada correspondiente y una servilleta de papel con un anagrama que parecía un saxo.

También una especie de anuncio o convocatoria de un concurso de Swing y Charleston. Me encantaban los dibujos publicitarios estilo Art Deco que adornaban todas estas cosas.

Me apropié, sin ningún pudor, de un abrecartas con mango de nácar, pequeñito, irresistible y de una boquilla de carey, de esas en las que se ponían los cigarrillos.

Apareció una carpeta con recortes de periódico de distintos años, concretamente del veinte al veinticinco. Quedé gratamente sorprendida al ver la variedad de temas que al parecer le interesaban, tales como, el comienzo de la ley seca en EE UU, la fundación del Partido Comunista en España, el nombramiento del papa Pio XI, la muerte de Emilia Pardo Bazán, la de Miguel Maura, la fundación de la Asociación de Naciones después de la primera guerra mundial, el descubrimiento de la tumba de Tutankhamon, etcétera.Además, en los márgenes ponía comentarios a través de los cuales descubrí su opinión. ─esto se merece verlo con calma ─pensé─ y lo metí en mi mochila.

Me enterneció ver que guardaba el menú de su boda,impreso en una cartulina, ya descolorida, con cantos dorados y el escudo de un hotel, al final de la retahíla de platos.

Encontré muchas fotos; con el abuelo, con sus hijos, una muy graciosa en bañador, otra disfrazada de cíngara. Me llamó la atención una coloreada, de su madre con la mía de jovencita. Qué bonita, nosotras no tuvimos la oportunidad.

Continué. Según crecía mi curiosidad, lo hacía mi ritmo cardíaco. Me excitaba invadir la intimidad de mi abuela, no podía evitarlo

En uno de los laterales del mueble, con una especie de cordón labrado en la madera rodeándolo, había un resorte que al desplazarlo, dejaba al descubierto otro departamento y automáticamente con un riel se empujaba una cajita hacia el frente.

Mi sangre estaba en plena efervescencia cuando abrí aquello. Me decepcioné al ver que solo contenía unos centímetros de un encaje finísimo envuelto en papel de seda. Después de unos segundos en los que trataba de entender el valor de aquello, volví a miraren la cajita y una nota escrita de su puño y letra me lo aclaró: «De las bragas de mi virginidad. Verano 1919».Presa del estupor me eché a reír, mirando aquello una y otra vez sin dar crédito. Pero entonces me di cuenta de algo. Busqué, rebusqué, encontré y leí:

ENLACE DE ADELAIDA Y ANSELMO

15 de Mayo 1925

MENÚ

Estuve unos minutos pensando en ella, en las mujeres de su época, en las que arriesgaban, en las que osaban hacer cosas fuera de las normas, a pesar de las hostilidades y críticas sociales. Valientes hembras que nos abrieron camino.

Miré su foto haciendo pucheros y le dije: «Descansa en paz abuela, tu secreto está a salvo conmigo»

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