¿Por qué? ¿Y por qué no?

¿Por qué? ¿Y por qué no?

sonia paredes

03/09/2016

El sonido del despertador retumbaba como cada mañana en mi habitación, rutina. Me levantaba, me aseaba, me tomaba el café y me encaminaba al trabajo, rutina. Cuando regresaba a casa por la noche, me duchaba y mientras cenábamos mi novio y yo íbamos comentando el día, rutina. ¿Ese era mi destino? ¿Ya no había nada más? ¿No iba a vivir aventuras que me hicieran reír y a la vez llorar?.
Hoy en día está mal visto quejarse si tienes trabajo y una más o menos estabilidad personal pero muchísima gente se siente mediocre o hastiada con su día a día. Es algo que no se dice pero se sabe.
Cuando eres adolescente piensas que vas a comerte el mundo y mientras tanto van pasando los años y ves que en realidad no has hecho gran cosa o a lo sumo has hecho lo que más o menos se espera de ti (un ciudadano normal y corriente) que es estudiar (si puedes o quieres), trabajar y formar una familia y te sientes inmerso en un bucle del que te es casi imposible salir y te preguntas si realmente eres feliz con tu vida. Puede sonar superficial ya que como dicen muchos siempre hay alguien que está peor, sin trabajo, sin amor, sin sin sin, pero el mal de todos realmente sí que es consuelo de tontos y un buen día yo quise poner fin a mi propio bucle personal.

Deseaba vivir mi propia vida y no según lo que esperasen los demás de mí. Así que cuando en casa anuncié que me marchaba a Nueva York, en donde vivía mi hermana mayor (la rebelde) desde hacía 7 años, a mis padres casi les da un síncope. Se inició un estallido colérico de frases como: tú eras la normal y mira con lo que nos sales, como en España en ningún lado, allí son muy raros y se come muy mal entre otras «perlitas» que prefiero omitir…

La conversación con mi novio resultó aún más violenta si cabe. No es fácil explicar a tu compañero desde hace 10 años que estás aburrida y bastante insatisfecha con tu vida, la cual compartes con él, y para que resultase menos traumática la conversación opté por el típico no eres tú soy yo e intenté que no pareciera una despedida indefinida si no temporal ante un viaje de reencuentro personal.
Una vez en el avión, después de abrazos y despedidas, pensé ¡te has vuelto loca!, ahora no hay vuelta atrás así que… ¡apechuga bonita!. Y después de unas cabezaditas y unas ocho horas de vuelo llegué a mi destino.

Mi hermana me esperaba con mucho entusiasmo y durante los siguientes días me enseñó los lugares más emblemáticos de la ciudad que me pareció impresionante y magnífica. Caminando por sus calles, las cuales me resultaron muy familiares por las tantas películas y series que todos hemos visto, sentí que ahí todo era posible. Calles abarrotadas de personas a cuál más diferente y peculiar sin embargo todas pasando inadvertidas en el tránsito veloz de la Gran Manzana.

En un constante ir y venir de gente de todas clases y culturas transcurrieron los que para mí fueron los mejores días de mi vida. Visitamos la famosa estatua del Beso situada en Times Square, zona simbólica de Nueva York e icono mundial donde los haya.
Recorrimos Central Park y disfrutamos de la suculenta comida que tuvimos el placer de degustar en el restaurante The Loeb Boathouse situado en el centro del parque y sobre una laguna. Nos adentramos en la estación de tren Grand Central, observadora muda de dolorosas despedidas y reencuentros apasionados.

Pero el día más revelador para mí fue cuando cogimos el transbordador para visitar State Island. Mientras navegábamos por el cauce del río Hudson y disfrutando de las fantásticas vistas de la isla de Manhattan bañada por los colores más bellos del atardecer, pasamos frente a la Estatua de la Libertad e inmediatamente me vino a la mente la historia de millones de personas que antaño realizaron un viaje hacia confines desconocidos soñando con una nueva vida que construir en un lugar tan alejado de su hogar pero a la vez anhelantes ante su cambiante destino. E igual que ellos, mientras observaba embelesada la espectacular efigie, sentí que también debía labrarme mi destino y sabía que pese a todas las dificultades que conllevaba vivir en un país tan opuesto al mío, con diferente idioma y cultura, debía hacer un esfuerzo y arriesgarme porque el que no arriesga no gana y como siempre me había dicho mi abuela, uno sabe dónde nace pero no dónde muere y en lo más profundo de mi alma sentí que esa maravillosa ciudad me iba a regalar momentos inolvidables que aún estaban por llegar.

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