Cae la tarde en Firenze. Tarde soleada y tibia , de brisa cálida que roza y calienta la yema de los dedos.

Es enero y aunque sea invierno, en este lado del mundo parece que siempre fuese primavera.

– ¿ Será que Italia es tan inmortal y nunca envejece?-.

irenzef

A empujones logro bajar del tren y comenzar a avanzar para salir de andén. Cabeceo de un lado a otro pero no logro verla. Después de quince días viajando sola , espero haya tenido tiempo para disfrutar y olvidarse de todas las responsabilidades que dejó al sur de mundo. Es nuestro primer viaje juntas.

Santa María Novella es un caos , un tumulto de gente que viene y va , gritos y manos alzadas , saludos , abrazos , maletas que se llevan pies por delante , altavoces que anuncian salidas y llegadas. Abrumadora estación donde decidimos reencontrarnos.

Logro verla. Está recostada sobre un mapa de la ciudad con la mirada perdida entre tanta gente , tratando de encontrarme.

– Hola ma –

– ¡ Hija querida, estamos en Italia! – exclama con tono italoargentino y en su rostro fotografío una sonrisa que se quedará para la posteridad.

Salimos de la estación caminando por Vía Nazionale hasta Vía Faenza. El mismo alboroto de viajeros y habitantes se traslada a las calles. Van y vienen sobre las aceras angostas intercalándose con motos y coches smart.

Acomodarnos y descansar no forma parte del plan de mi madre , que al momento de mi llegada, decide que debemos apropiarnos de las calles , invadirlas con nuestro porte de turista.

La primera vuelta dura cuatro horas de interminable caminata por cada calle que rodea a Santa María del Fiore. Hacer y deshacer cada paso mirando cuanto recoveco aparece a nuestro andar : tiendas, cafetines, fabricas de zapatos , gelaterías , pizzerías , panaderías , joyerías.

Nos detenemos en » Eté Bistró» a beber. Hay mesitas afuera que permiten ver la vida pasar : dos turistas buscando en un mapa … un hombre en bicicleta remolcando un carrito con cartones … una abuela comprando pan.

Mi madre destella una mirada de emoción , sé que le encantó la idea de encontrarnos en Italia.

Cae la noche en Fireze , nuestra primer luna italiana.

– Te voy a llevar a comer a un sitio encantador. ¡Nos toca pasta , mamma ! – digo mientras trato de ubicar en google maps la dirección de » La Burrasca».

Mi madre se entrega a mi recomendación como el grave paciente a la cuchilla, sin ningún tipo de objeción , dado que ella es primeriza en Florencia y yo repetición.

Vía Panicale se encuentra algo oscura, tenuemente iluminada por luces de bajo voltaje. Cerca de la plazoleta , se ven unas terracitas italianas habitadas por comensales. Llegamos. Hay un farolito en la puerta de madera de color marrón. A simple vista no parece un restaurante , mas bien una»trattoria» como la llaman los italianos.

Mesa para dos. El público no es turístico, la carta no tiene traducción así que hay que pedimos al azar, una de las mejores manera de permanecer abierto para descubrir el mundo que no cuenta la Lonely Planet. Así sucede : el azar nos dá a probar los mejores raviolis con ragú de nuestra vida .

Emprendemos la vuelta por calles adoquinadas y pienso que he tenido la mejor cena de mi vida y es con mi madre. Al llegar al hostal , la observo mientras se sienta en el cordón de la vereda riendo como una adolescente invadida por la primer copa de vino. Ruborizada , emocionada.

Vuelvo a fotografiar otra sonrisa para mi colección de «cosas para la posteridad».

Desayunábamos en los sitios que encontrábamos. Por alguna razón que hoy no recuerdo , uno de los días terminamos en Siena , tan empeñada mamá en recorrerla por completo que se nos terminó el mapa en la puerta del hospital psiquiátrico.

En el camino de regreso ¡volví a maravillarme! , otra Florencia, otro paisaje desconocido , una ciudad moderna fuera del casco antiguo , agitada pero luminosa. Firenze era mas grande de lo que mostraba el mapa, crecía mas allá de la montaña.

Mi madre solo pensaba en ver el atardecer , así que le propuse hacerlo desde Piazzale Michelangelo , uno de los sitios con las mejores vistas de la ciudad. Faltaba hora y media para ver caer el sol por lo que nos sentamos para obtener una visual privilegiada.

Recostadas , una al lado de la otra , con la mirada perdida en el cielo y en silencio. Hacía algo de frío.

Ella sacó de su bolsa , lo que quedaba de una barra de chocolate amargo y me compartió un trozo. Comenzaba el show .

Caía el sol en compás lento , mientras los pájaros bajaban a reposar en las estatuas. Después rápido , corchea , semicorchea , fusa , semifusa…Se iba dejando una estela de luz frente a nosotras , un camino en el horizonte.

Presenciaba la llegada de una nueva luna italiana , la que anunciaba , desde ese viaje , atardeceres bisiestos junto a mi madre.

ITALIA – FLORENCIA

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