Aprobar las oposiciones fue para Beatriz emprender el camino hacia la liberación.
Durante la etapa de estudiante pensó que nunca podría ir a ningún lugar lejos de sus fronteras, a ella que tanto le gustaba conocer mundo.
Iniciaba de vez en cuando, y cuándo el aburrimiento le calaba el alma, viajes online. Cargaba su maleta virtual de sueños y emprendía el camino a mundos desconocidos. Con la única guía del google maps, se zambullía en los olores agradables que exhalaban de las distintas variedades de árboles y flores que se iba encontrando en los pueblos y ciudades que visitaba por costumbre, plenas del colorido y del ajetreo en las calles, repletas de niños y de los distintos modelos de coches que desfilaban según iba adentrándose
en la ciudad. El recorrido por las tiendas, edificios y preciosas playas, parques y avenidas con comercios de diseños de última moda, y que a ella le encantaban. En su ensoñación, se deleitaba en pensar que algún día pisaría aquellos adoquines desgastados por la vista, y que tal vez encontraría, incluso, el amor; soñar era gratis y a ella la encantaba. Y a pesar de su edad, ya entradita en años, sentía la necesidad imperiosa de abandonarse en el ir y venir de su imaginación, y convertir en realidad todo aquel sentimiento que colmaba su pensamiento hasta deshacerlo en un mar profundo de ilusión.

Se pasó los 365 días del año en un puesto aburrido, en el que apenas la creatividad se hacía sentir, entre dulce y amargo, algo muy distinto a lo que ella estaba acostumbrada, pues muy a su pesar se encontraba en ese punto de la vida en el que mejor es sentirse segura que ir dando tumbos de un lado a otro, por un camino tortuoso y que no le lleva a salida alguna.
Había veces que se sentía como el viento, libre; y otras, que creía ser prisionera de la situación. Ella misma reavivó el ansia de volar hasta otro lugar, que no fuera el sitio gris al que se había acostumbrado a fuerza de
teclear y foliar expedientes. Pero todo en la vida tiene un precio, y viajar es costoso, por lo que una funcionaria no puede permitirse emprender el vuelo hacia parajes lejanos sin dejarse en ello la mitad del sueldo. Vino de repente, como un huracán, a su memoria, aquellos viajes virtuales que emprendía por curiosidad a tierras lejanas. Se acordó de las innumerables horas que pasó frente al ordenador de su casa, zambullida en las rutas más exóticas y bellas que jamás pisarían sus pies, y sintió un pinchazo en el estómago, una especie de vértigo que la hizo sentarse de nuevo en la silla amarilla de su despacho y sobre el teclado negro revestido de blancas letras, desfogarse y adentrarse en lo desconocido hasta perder la noción del tiempo y del espacio; era algo a lo que estaba habituada, casi un clásico en su vida.

Se pasaba la mayor parte del tiempo desplazándose de un río a otro, y del mar hasta el océano,
impregnándose de los aromas ocasionales, era más sencillo viajar así que hacer el equipaje y elevarse por encima de las nubes. La nube para ella era el espejo de la pantalla en la que se miraba todos los días. Las diferentes fotografías que desfilaban ante la retina alegrándole la vista y la sensación
que le daba respirar el aire puro que provenía de las montañas. Los cambios constantes de paisajes y hasta de temperatura, que la hacía mudarse de ropa dependiendo del clima.

Compró el billete más barato y desplegó las alas una noche de noviembre. Llovía y las gotas de agua golpeaban con fuerza los cristales de las ventanas de su dormitorio. En Moscú también estaba lloviendo, el
termómetro de una de las farmacias ubicadas en la Plaza Roja marcaba seis grados. Con el frío en la cara azotándole hasta el corazón, se sentía emocionada.
¡Valiente! Escuchó una voz que le decía. ¡Bienvenida a palacio!

De repente se encontró ante un imponente edificio de color tierra y ocre, y de grandes ventanales (el palacio de invierno de Moscú).

-Pasa a visitar los hermosos salones en los que el zar y la zarina ofrecían elegantes bailes; te van a encantar. Un vals se escuchaba de fondo. Jóvenes galanes y elegantes muchachas bailaban. Beatriz se sentó en una de las sillas a observar cómo se movían alrededor del salón los bailarines y las bailarinas. Los camareros atendían a los señores, les servían bebida en copas de cristal fino adornadas con bellos dibujos . Uno de los jóvenes que había en el baile, se acercó a ella para pedirle que bailara con él. Era alto y rubio, con ojos de color miel. Su talante denotaba cortesía y buena educación. De donde ella venía no había hombres tan encantadores. Quedó prendada al instante de tanta amabilidad, y le cedió el baile.
Bailaron durante horas y, como Cenicienta, cuando el reloj marcó las doce, todo se quedó en silencio, no respiraba ni el viento. Una bruma tibia rodeó la estancia. Las luces se apagaron y dejó de sonar la música. Beatriz se volvió a sentar. Se sentía descorazonada, abandonada y triste. «¿Dónde había ido el joven de mirada dulce que la tenía cogida por la cintura y le sonreía mientras dejaba su cuerpo flotar?» Se
preguntaba. «¡¿Estaría soñando?!»

Cerró los ojos y volvió a imaginarse el salón en el que bailó durante horas con el joven de ojos de miel y pelo rubio. Sin duda… volvería a Moscú y esta vez en un vuelo de los de verdad.

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