La promesa. El comienzo de un joven en un mundo inimaginable en nuestro país: los Scouts. La Asociación de Scouts de Venezuela existe y siempre espera la llegada de aventureros. Todos aquellos que quieran construir un mundo mejor, conocerse a sí mismos y estar siempre listos para servir a los demás, serán recibidos sin distinción y con todo el esplendor que merecen.

Cualquiera que se introduce en esta maravillosa travesía experimenta muchas primeras veces. Pero sólo hay un momento que nos lleva más allá de nuestras capacidades, el primer peregrinaje. Ese trayecto inolvidable donde conoces a otras personas; vives experiencias inimaginables; exploras nuevos mundos que no pensabas ver jamás y aprendes lecciones de vida que nunca se superan. Hace poco tuve la increíble oportunidad de mi primer peregrinaje. Fue a una ciudad donde la paz es de forma ondulante, la perfección toca al cielo, y se encuentra dibujada en los andes venezolanos. Mérida.

Una noche nos tomó llegar a seis mujeres, entre ellas mi hermana, desde el punto de partida, Valencia, Edo. Carabobo. Fuimos recibidas por una Scouter retirada con el grato cariño andino que siempre ha caracterizado a los merideños. Nos acompañó hasta Tovar, todo el camino sintiendo la brisa helada recorrer nuestros sentidos hasta llegar a un pueblo lleno de amabilidad incontable e inmensa belleza derramada por los aires, Bailadores.

Allí llegamos a nuestro lugar de estancia, la esplendorosa Escuela de Teatro “Ana Karina Rotten” donde fuimos recibidas por un ángel guardián, un amable, cordial y encantador Rover que nos ofreció la mejor aventura durante todo el trayecto. Cenamos de una manera poco tradicional. Nos esmeramos en la cocina a la brasa, preparando lo que los scouts llamamos comida primitiva, para luego descansar en carpas con un frio que descendió de los 15° haciéndonos vivir de manera completa la excursión.

El primer día estuvo lleno de expectativas muy altas. Al bajar hacia el pueblo nos saciamos de perfección, admiramos los verdes guardianes de las aves y las coloridas paradas de los colibrís. Al entrar en la iglesia que se impone en el centro del pueblo, los acordes que resonaban nos envolvieron en pureza y tranquilidad. Paseamos y conocimos las historias que se plasmaban en las fachadas, llenas de alegría entre familia.

Decidimos visitar un lugar llamado El Molino, al cual llegamos en transporte público. Lleno de turistas bulliciosos y vecinos silenciosos, allí fue donde conocimos el funcionamiento de un molino que daba alimento a los lugareños pero que hace tiempo atrás dejó de dar vueltas. Muchas veces nos recomendaron los pasteles de El Molino, así que no esperamos mucho en vaciar los bolsillos. Solo puedo decir una cosa: son los mejores pasteles que he probado en toda mi vida.

Al volver, nos dimos cuenta que teníamos que esperar tres horas para tomar nuevamente el transporte. Caminar parecía la mejor manera de admirar completamente el paisaje que nos rodeaba. Fue una larga caminata, cansona de verdad, pero con el “despues de la curvita” constante y burlón de nuestro ángel guardián y los encantos que no terminaban frente a nosotros, de nada nos arrepentimos.

Llegamos al teatro en la cima de Bailadores cansados, pues habíamos caminado cuatro horas seguidas. Dormimos, mejor dicho, morimos toda la noche bajo una luna llena de luz en medio de un cielo vacio de brillos. El programa para el día siguiente al bajar a Bailadores, nos proponía una promesa bajo lágrimas en la Cascada de la India Carú. Este lugar al que nos trasladamos en transporte colectivo posee una historia que nos dejó perplejos y que invito a que conozcan porque además nos dio la bienvenida, a mí y a mi hermana al mundo del escultismo.

El resto del día nos esmeramos en rejuvenecer el teatro ya que nuestro lema no podía quedarse por fuera de esta aventura: “Servir”. La noche ya había caído cuando encendimos una inmensa luz de fuego que nos rodeo de calor. Alrededor de la fogata cantamos y dimos las gracias al cielo y por supuesto a nuestro ángel guardián, pues fue esa nuestra última noche en esa tierra fértil de cariño y amor. Partimos al amanecer, siguiendo el mismo camino hacia Mérida. Todas, perdiéndonos, a cada tanto en ese pintura casi recién hecha que era el paisaje. Íbamos en un sueño profundo.

Al llegar pagamos por nuestro boleto de regreso en la tarde hacia nuestros hogares. Teníamos solo cuatro horas para conocer un poco la Ciudad de los Caballeros. Guiados por un grupo scouts merideño lleno de alegría por nuestra visita, fuimos a la famosa Heladería Coromoto, donde nuestras caras se llenaron de gestos extraños y confusos. “Estos sabores son imposibles” es lo que decíamos al leer los curiosos y creativos nombres de los helados.

Terminamos de probar “La tristeza de lunes” y “La cotufa helada” para luego encaminarnos hacia la Plaza de las Heroínas donde el bronce rinde honor a las acompañantes del Libertador. Donde comienza el camino hacia el lugar donde se esconde el sol, el Teleférico Mukumbarí. En ese momento estaba fuera de funcionamiento, pero los chismes turísticos nos rodearon y susurraron que pronto el camino al escondite seria abierto.

Se hizo la hora de partida y rápidamente volvimos al terminal donde la despedida fue eterna. Nadie quería irse. Sin embargo la travesía debía retornar a su punto de partida. Ya promesadas, toda Scouts, mi hermana y yo, junto a nuestras guías y amigas partimos directo a un viaje de doce horas que nos dio la oportunidad de recordar las vivencias, aventuras y divertidas experiencias de ese camino de superación y deleite que pasamos. Los Scouts ofrecen todo esto y solo me queda decir que la próxima aventura puede ser vivida por ti.

MÉRIDA

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