La bahía de Hokkaido

La bahía de Hokkaido

Pedro Lopez Perez

28/07/2016

–Siempre consigues hacerme sentir culpable por todo –dice ella tendiéndole el sobre con los billetes de avión–. No sé cómo lo consigues, pero ya estoy harta.

–Has querido hacer este viaje desde pequeña, no te entiendo, me lo dijiste mil veces –dice él. Ha leído libros sobre Japón y coge el sobre son las dos manos, como si fuera un regalo o una tarjeta de visita.

Ella se vuelve de espaldas, pero no se va. Cuando la llamó hace dos horas para pedirle, rogarle desesperado más bien, que subiera a recogerle al aeropuerto, me han robado la cartera y el móvil, no tengo ni para coger el metro, tu número es el único que me sé, ni el de mi madre, siempre me lo decías, que por lo menos me aprendiera el número de mi madre, y tenías razón, pero por favor, perdóname, ven a recogerme, vale, déjame un rato que salga de esta reunión y voy.

–Tengo tus cosas, tu perfume, ropa, está todo en la maleta.

–María, supongo.

–Sí, me ha ayudado ella.

–Ahora entiendo las miraditas en la comida de ayer.

–Tu hermana quiere que volvamos a estar juntos –dice él, con los billetes todavía de la mano–. Y yo también. Ha hablado con tu jefe, le ha parecido muy romántico y te ha concedido las vacaciones. Mira, tengo el itinerario: Tokio, Kioto, Hokkaido. La isla de la cigarra del octavo día. Cogeremos el ferry y veremos los templos. Y te he comprado un ebook, están todos: Mishima, Oe, Soseki, Kawakami, todos, mira.–Busca en su mochila y le da un paquete negro. Por favor, míralo. Están todos. Se vienen todos con nosotros.

–¿Y el dinero? Porque siempre te quejabas de que no tenías un duro.

–Han vendido las tierras de los abuelos –dice él.

–¿Y no se te ha ocurrido que a lo mejor podrías haberme devuelto una parte de lo que te presté?

–Sí, por eso esta mañana te he hecho una transferencia por todo lo que me dejaste. Por todo, para que veas.

–Ya lo estás haciendo otra vez –dice ella– como siempre.

–¿Qué he hecho? –dice él, sorprendido–. No he hecho nada.

–Ahora yo tengo que pensar que soy una persona horrible por haberte pedido el dinero cuando tú estabas preparándome un viaje estupendo. Como siempre.

–No era mi intención. Quiero que seas feliz.

–Nunca es tu intención –ella coge el ebook–. ¿Está Murakami?

–No, siempre dices que Murakami es un petulante. Pero está el último de Elvira Lindo, por si te apetece desengrasar.

–Odio eso.

–¿A Elvira Lindo?

–No, desengrasar. Siempre lo dices. Tómate una naranja para desengrasar.

–Nunca he dicho eso.

–Vamos a ver una de superhéroes para desengrasar. Podíamos salir al campo para desengrasar. Quedamos con los del instituto para desengrasar. Como si estuviéramos siempre pringosos de aceite de motor. De grasa consistente.

–¿Tomamos un café?

–¿A qué hora sale el avión?

–En cuatro horas, tenemos tiempo.

–Es la una y media, podemos tomar un vino.

–Pues un vino.

–¿Has traído cargador? Estoy casi sin batería en el móvil.

–¡Mierda, sabía que se me olvidaba algo! –dice él, golpeándose la frente.

–Bueno, puedo usar el del ebook o comprar uno en el duty free.

–¿Eso es un sí?

–No, no lo es –dice ella mirando a la gente que pasa por el aeropuerto. Las razas del aeropuerto. Los hombres de negocios frente a los viajeros ocasionales. Los de trayecto corto frente a los que visitan a su familia al otro lado del océano, cargados como si no quisieran volver. Las caras cansadas de las madres con hijos pequeños. Una excursión de escolares preadolescentes, revoloteando alrededor de los profesores acompañantes. Caras felices, ansiosas, aburridas, tristes. Todas las caras–. Siempre pensé que iba a hacer este viaje con el amor de mi vida.

–¿Vas a venir?

–Sí.

Aeropuerto Adolfo Suárez, Terminal T4, Madrid

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS