Hay una palabra que define lo que yo sentí y en el fondo, el leit motiv, que me llevó a atreverme a escribir esto, compitiendo con personas que seguramente están mucho más dotadas que yo para la literatura.

Es un término alemán, una lengua que estudié hace años, «Fernweh»: Dícese de la nostalgia de un lugar en el que nunca has estado. Siguiendo con las definiciones….Viajeros, dícese de esas criaturas mágicas en tránsito hacia lo desconocido, y que habitan en un aeropuerto, en una estación de tren o autobús. Viajar, dormir y enamorarse perdidamente son actividades con algo en común: el principio de lo desconocido.

Hay lugares que hay que visitar porque lo dicen las guías lonely planet, porque se ponen de moda, y lugares de ensueño, que te atraen como la luz a la polilla sin que tú, pobre insecto, sepas ni motivo ni razón.

Yo me he dejado llevar este año por esa atracción, la isla, con sus playas de arena fina y aguas turquesas. Mi espíritu se alimenta de lugares así, llenos de luz y de vida, que te conectan a algo superior a ti, que sirven como punto de partida de una nueva etapa a tu regreso. Y para añadir algo de romanticismo, decidí con el beneplácito familiar llegar allí en una singladura marina.

Cuando viajo en barco y me asomo en cubierta, siempre pienso en los bergantines que años pasados surcaban las mismas aguas, meses en alta mar,sin recursos técnicos, con la única ayuda de las cartas y el astrolabio, lo que ahora yo califico de romántico supongo que antes no era opcional sino una forma de ganarse la vida nada utópica.

Ahora el mar es más bien una carretera conocida, de ida y vuelta, ni rastro de los monstruos marinos ni sirenas de las sirenas que Julio Verne me describía en los relatos que devoraba en mi niñez. Por el contrario, los enormes barcos de crucero surcan sus aguas y los puertos son un hervidero de turistas que han sustituido a los viejos lobos de mar.

Tras la noche de movida travesía, al mediodía, pude gritar en mi interior «tierra a la vista!!!» y adivinar el perfil de Porto Torres, y en mi cabeza no conseguí acallar el canturreo de una Tarantela, más bien de origen napolitano.

Cuando llegas a la isla, todo es diferente, los olores,la luz y los sonidos; al menos, mi sensibilidad lo tradujo así. Una vez más, me rendí a los encantos italianos, apeandome de la vorágine metropolitana que dejé atrás en Barcelona, seducida por un canto de sirena: ….. Frena, mira y disfruta……

Decidida a exprimir a tope 9 días sin sus noches, enfrentada a un plano de la isla, y me asaltan las dudas: no sé por dónde empezar ante la multitud de pequeñas bellezas a visitar.

Después de un largo invierno, de los sinsabores y los desengaños de tu vida diaria, descubres otro ritmo. De día, las abejas libando entre las flores y a la tarde el sol comienza a esconderse jugando con el mar ofreciendo un sinfín de tonos azules y verdes. Empieza a anochecer, una fragancia invade el aire y las aves se despiden cantando, una miríada de estrellas corona el cielo.

Al día siguiente, al despertar, descubres que aún queda tiempo y que todo está por descubrir, y tu espíritu se ensancha a volar como una cometa. La luz del amanecer comienza muy temprano y es limpia, cargada de promesas. La situación geográfica es más al este y eso se traduce en un alba más temprana. El día es claro y promete calor.

Las gentes son afectuosas, no hay compatriotas alojados en nuestro hotel, la comunicación fluctúa entre el inglés y el idioma local, fácil de entender pero difícil a la hora de utilizar la palabra correcta. España les gusta porque somos parecidos.Trato de imaginar la vida de estas personas en invierno, tras la huida de nosotros, los turistas, pensando si sentirán Soledad o aislamiento.

Y así van pasando los días, con la maravillosa sensación de estar en el paraíso sin haberlo merecido, las horas discurren perezosas, sin prisas, y así sin más, llega la última tarde de playa, y me despido de tanta belleza natural sin mácula, de los pequeños peces que nos han acompañado bajo el mar haciendo snorkel, del rumor de las olas, tan pequeñas, tan humildes, que permiten entrar muchos metros en el mar caminando sin peligro.

El ferry zarpa muy temprano, y durante los kilómetros que faltan hasta Porto Torres, la luz del alba sale tímida de entre las montañas, siempre presentes en el horizonte, viejas y sabias observadoras del transcurso de los siglos en esa tierra árida a veces y verde otras, en la que el mar está libre de edificios y puede respirar sin agobios.

El puerto está envuelto en bruma y el ferry se traga nuestro coche, es hora de partir de regreso a Barcelona, otra vez el mar azul….mi hijo pequeño pregunta dónde acaba el océano, y la diferencia entre el mar Mediterráneo y el Tirreno, y sobre todo. cuando veremos tierra firme.

Otra vez los viajeros en tránsito, unos regresan, melancólicos, como yo, otros iniciando sus vacaciones, tienen los ojos brillantes. En alta mar vuelve la bruma y hace frío, el viento arrecia y yo saboreo la sal que se escapa de la brisa, mientras todos huyen a cubierto. Horas más tarde Barcelona se divisa en el horizonte y asisto con nostalgia a la maniobra de atraque, hasta que el ferry escupe lo que lleva en su vientre: coches, motos, camiones…

La carretera por delante hacia Madrid, y mis ojos se humedecen recordando atardeceres que no sé si volveré a ver, con el convencimiento de que un pedazo de mi alma se ha quedado allí prendida, en Sardegna, la ISLA.

FIN

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