Un viaje demasiado largo.

Un viaje demasiado largo.

Aquel día estaba nublado, como hoy. Dicen que un día nublado te hunde aún más cuando sufres una pena. Que aunque así lo deseen los melancólicos, esos días son mortíferos, pero quien iba a saber. Su mirada se perdía poco más allá de la ventanilla del tren, en un punto de ninguna parte. Estaba triste quizá, pero pronto esbozó una sonrisa a medias, de esas que te surgen, aunque no quieras, al recordar algo, ¿pasión?, ¿ternura?, ¿alguna broma? ¿pasajes de su vida?. ¿Qué estaría recordando? Imaginé que esa media sonrisa, en el sordo traqueteo del tren, podría deberse al silencio interior que conservaba. Quizá para ella era uno de esos días en que despiertas en un falso silencio cálido, del que no quieres salir, seguro que era eso, seguro que intentará guardar todo el día esa sensación de unos brazos protectores que la mecen sin moverse. Todos hemos tenido días de esos en los que no se quiere despertar, o al menos no se quiere salir de ese halo reconfortante que te envuelve. Había cambiado otra vez su semblante, primero de resignación, y luego de…no sabría explicarlo bien, no soy escritora, solo observaba, pero creo que tenía un atisbo de pena interior, mientras su rostro arqueaba suavemente las cejas, asemejaba a la cara que pone un niño cuando ha hecho algo mal y le duele la regañina, si, creo que era algo así, como en palabras un “lo siento pero es así…”.

El tren ya estaba a punto de pararse, al apartar su vista del punto de nada, no se fijó en el suelo, ni en los otros asientos, ni en el resto de pasajeros, fueron directos a clavarse en los míos. Me avergoncé de que me sorprendiera analizándola, y tan rápido como desperté de su mirada, aparté la vista a un lado, con el corazón agitado. Aunque no viera el paisaje no aparté la vista de la ventanilla intentando alejarme, empecé a notar su perfume, extraño, pero dulce, creo que lo había olido otras veces. De repente un roce en mi mejilla me hizo girar la cabeza bruscamente. Era su mano algo temblorosa, no había dejado de mirarme y ahora me sonreía al pasar a mi lado, una sonrisa cariñosa, pero como apretada, como ahogada.

El caso es que se fue, nos miramos a los ojos a través de la ventanilla hasta que la distancia dejó de permitírnoslo, y entonces mentalmente volví a analizar cada gesto y rasgo de su cara y de su postura.

Llegó mi parada, y atravesando las puertas dejé esa vida para seguir con la mía.

A los tres días más o menos la recordé al sentarme en el mismo sitio, en el mismo tren, pero miré al frente y al mismo ángulo, y el sitio que había ocupado estaba vacío. No se por qué aquel día no me fijé en otra persona intentando ver su vida, entonces me quedé mirando el asiento gastado, pensando y no pensando. Llegó su parada, volví a girar la cabeza, como si fuese a pillarme otra vez por sorpresa observando. Las señoras de enfrente también miraron hacia fuera, pero ellas buscando algo y comentando. A esas horas suele costarme más escuchar, pero las entendí perfectamente. –“Mira, creo que fue en uno de esos árboles. ¿Qué se le pasaría por la cabeza para suicidarse? Vino hasta aquí en tren y allí se colgó, tú mira que plan, además que era joven eh!»- Me quedé atónita y pensativa, escuchando y sabiendo que era ella.

Dicen que la mayoría de la gente que se ahorca aparece con las manos al cuello en un último intento de soltarse de la soga que ellos mismos se han colocado, se supone que es un acto reflejo. Es la vida, que hasta el último momento lucha por mantenerse. En cambio ella, apareció con las manos a los lados, con los brazos extendidos, y en la cara media sonrisa.

TREN DE CERCANÍAS. MIERES.

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