Aquella tarde de domingo estaba impaciente por ver la película de la que tanto se hablaba. Se habían hecho ya tantas versiones que mi pretensión era la de ser crítica. Pero jamás llegué a imaginar que aquella escena en la proa del barco en la que Jack sostiene a Rose me fuera a llevar hasta ti, Javier, a los momentos que vivimos.

Un torbellino de emociones guardadas comenzaron a brotar. Regresó a mi memoria el aroma del monte y la caricia del aire fresco mientras me balanceaba en el columpio impulsado por tus manos una noche de verano.

Me pediste que cantara una canción, la que más me gustara. Enseguida vino a mi mente Only time de Enya, que resultó ser también tu canción preferida. Muy vergonzosa a penas la tarareaba, pero tu insistencia en que confiara en mí me llevó a cantarla desde el corazón, a que me abriera por completo.

Luego llegó el momento del famoso beso, uno de los más cotizados, el que me llevó a nuestro primer beso acariciado por la brisa del mar una tarde de septiembre. Ver el beso de Rose y Jack hizo que se me rasgaba el alma.

Un sentimiento de congoja se apoderó de todo mi cuerpo mientras sonaban las notas de My heart will go on. Ya no estábamos juntos. Hacía ya un año que lo habíamos dejado y el arrepentimiento me carcomía por dentro. Ojalá yo hubiese sido una mujer tan segura y valiente como ella. Debí haber sido más inteligente y apoyarme en tus once años de más. Pero claro, no podía defraudar a mis padres ¡Maldito miedo!

Todos estábamos en el cuarto de la tele expectantes y, sin embargo, yo sentía que estaba totalmente sola en el mundo. Trataba de no parpadear, pero “la siempre complaciente” ya no podía aguantar más. Ya estaba a punto de caer la primera lágrima. Inmediatamente me levanté del sofá y corrí hacia el baño para que no me vieran llorar.

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