La experiencia de la lengua de Joaquín puede describirse de varias maneras. Podemos hacerlo tomando un criterio clasificatorio, cronológico, o un recorrido emocional. Haremos más bien un ejercicio analógico, plástico y visual, integrando los besos de este muchacho en «un solo beso», que es lo más pertinente para el caso.

Joaquín abre su boca lentamente y deja que lenguas ajenas visiten la suya, todas las de su experiencia terrestre.

Cual baile de tentáculos superpuestos, la textura porosa se desliza y forma canales húmedos en sus redes neuronales. 

Se invocan todas las dimensiones, y aparecen en simultáneo en todas las partes de su cuerpo. En los intersticios: palabras, onomatopeyas, chasquidos, nombres. Joaquín es una extasiada, gigante, rosa, babosa cuántica. Él es su lengua, su lengua es él.

Intentando salirse de la imagen, siente su lengua fría pegada al espejo. Ahora sí, ese es, el portal para recuperar el resto de su cuerpo se le abre auspicioso. Cierra los ojos con fuerza, piensa en la rueda de una carreta, toma con sus manos su cara, respira hondo, y se despega. Ahí quedó toda su memoria besuquil plasmada en una baba fina y cuidadosamente expandida en la pulída superficie reflectora del botiquín, con dejos visuales y olfativos de una reciente salsa de tomate, que tenía, sí, bastante ajo. Hora de lavarse los dientes, y a otra cosa mariposa.

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