El planeta de los besos

El planeta de los besos

Xaes

13/03/2021

La escena está decorada por dispares pinceladas de subvertidas cuestiones de género. Taylor no es considerado un igual. Zira representa el poder. Taylor representa la barbarie y Zira el conocimiento. Taylor está semidesnudo y Zira totalmente vestida.

Taylor ostenta la piel blanca, el cabello blondo y el cuerpo esbelto. En el rostro varonil predominan los ojos celestiales y la sonrisa luminosa.

Zira reúne cabellos negros y tiesos en la cabeza que parecen conforman un casco. La silueta pigmea y rectilínea luce una piel seca y ajada. Los ojos negros e impasibles se pierden en la boca rugosa, en que apenas asoman los dientes.

Taylor invita y persiste en la proposición de concretar un beso.

Zira duda, pero acepta, con cierta incomodidad.

Los rostros se unen irreverentes e incómodos. Se prestan desconfiados al irrefrenable acto de presionar los labios como expresión de afecto o amor. Se besan.

Sin embargo, se unen en un gesto profano, artificioso y breve.

Si bien con anterioridad, Taylor y Zira conocían los placeres carnales, no hubo el menor hechizo en este beso. Tal vez porque son bellos u horrendos según distintas variables. Porque son de distintas épocas. Porque son de distintas razas. Porque inoportunamente se besaron frente a sus respectivas parejas, espectadoras a la fuerza del hecho inesperado.

Todo lo antedicho sería innecesario si los brazos estilizados de Taylor hubiesen estrechado con pasión el torso cuadrangular de Zira. Si las manos ásperas y renegridas de Zira se hubiesen aferrado deseosas a la espalda amplia y nívea de Taylor. Si los ojos azulados de Taylor se hubiesen detenido sedientos en los ojos negros y hambrientos de Zira. Si el cabello rubio y sedoso de Taylor hubiese caído entrelazado sobre el rígido pelo azabache de Zira. Si las perladas mejillas de Taylor se hubiesen pegado ardientes a los carrillos peludos de Zira. Si los labios corpulentos de Taylor se hubiesen fundido con los labios cuarteados de Zira. Si la saliva de las bocas hubiese sido una. Si los párpados de ambos se hubiesen cerrado para que la química gobierne sus cuerpos y el instante. Si encendidas sus pieles por la eléctrica atracción hubiesen conformado un fuego común. Si la carne inflamada de sus cuerpos se hubiese adherido imantada por el irrefrenable deseo. Si las lenguas hubiesen tejido un lazo entre sus almas para hacerlas volar desenfrenadas por el cosmos, lanzándolas zigzagueantes entre los asteroides deleitosos, las estrellas fugaces del disfrute, las lunas chorreantes, los soles ardientes, el fragante polvo cósmico y los planetas de los besos eternos.

Si todo eso hubiese ocurrido y más, hubiese sido un gran beso. Pero no. Fue apenas un coqueteo fingido e innecesario, entre una simia y un hombre.

La escena de la película «El Planeta de los Simios» que quiso ser inquietante resulta absurda y superflua. El agradecimiento que Taylor, el humano, le debe Zira por salvarle la vida de los simios ignorantes y violentos, hubiese sido claramente graficado en un abrazo caluroso, empático, fraternal, lleno de amor y gratitud.

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