Veíamos The Notebook cuando ella me preguntó cuál era mi beso de película preferido. Yo le respondí con la primera imagen que se me vino a la mente, con la mala fortuna de que a ella también le encantaba esa escena. Allí comenzó todo.

Durante dos semanas me insistió que recreáramos el beso, pero yo siempre cerraba el tema con alguna complicación: la cuerda, el traje, la lluvia… Hasta que el decimoséptimo día ella se apareció en la casa con todo lo que se necesitaba para la recreación de la escena, no me quedó más que confesarle que no quería hacerlo porque me parecía algo ridículo. Ella se enfureció y me dijo que recrearía la escena conmigo o sin mí.

Después de calmarnos y conversar, es decir, después de convencerme, quedamos en que buscaríamos el lugar más adecuado y esperaríamos a que lloviera. Conseguimos una casa de tres pisos relativamente cercana y convencimos a la dueña de que nos permitiera usarla para hacer un «trabajo de la universidad». Ya solo quedaba esperar la lluvia.

Y oré durante dos semana para que no lloviera o a ella se le olvidara la idea, pero lamentablemente la providencia la escuchó fue a ella, porque llovió como no había llovido en todo lo que iba de año. Ella no estaba en casa entonces, así que mi alegría era evidente, no obstante, ella apareció de forma imprevista montada en un taxi y vestida con la ropa de su personaje, me pidió que montara todo y nos fuimos al lugar previsto.

Lo primero fue montarme en el techo y dejar caer la cuerda. Tenía pensado bajarme y, una vez en personaje, subir unos cuantos metros hasta alcanzar la altura adecuada, pero ella insistió en que debía descender desde el techo. Eso no lo habíamos hablado, pero ya estábamos allí, no quedaba de otra. Me puse el traje y poco a poco fui bajando hasta llegar a la altura determinada. Ella le hizo señas al compañero del taxi para el asunto de las fotografías y me pidió que tomara actitud de personaje, luego se puso a caminar alrededor:

—Espera. Dijo hacia un lado.

Yo la interrumpí preguntándole que qué hacía, que se apurara porque ya me estaba cansando; ella contestó que recreaba la escena y que yo debía decir: «Que insistencia de meterte en problemas» y más. Era algo absurdo, pero ya estábamos allí:

—Que insistencia de meterte en problemas.

—Y tú, que insistencia por salvar mi vida. Creo que un superhéroe me sigue.

—Andaba por aquí

—Eres asombroso.

—Algunos no piensan lo mismo.

—Pero lo eres.

—Al menos tengo un admirador.

—Quiero darte las gracias esta vez.

Cuando más me sentía Spiderman y disfrutaba el beso, me fallaron las fuerza y caí. Desperté en el hospital, tres horas después, con un fuerte dolor de cabeza y con el tobillo izquierdo dislocado. Fue una experiencia totalmente loca, pero la próxima semana recrearemos el beso de Times Square, decidimos ir con calma hasta que me recupere totalmente.

 

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