Desencuentro

Desencuentro

Tere A.

12/03/2021

Tus besos me sabían a chocolate. No podía parar de saborearlos; sentíamos el imperioso deseo de ser uno. La vida con sus obligaciones no nos daba tregua y se empeñaba en separarnos. Conseguimos burlarla y nos acomodamos a sus sobresaltos. Dejamos de ver a nuestros amigos, eran veneno para nuestra unión. Los años se encargaron de identificarnos. Mi familia empezó a ser una molestia, ya no me sentía parte de ellos. Hasta que dejé de reconocerlos. Todos desaparecieron de nuestras vidas, eran insignificantes.

Una mañana de agosto me desperté con un dolor de cabeza que no despareció en todo el día. Fue el primero de una serie de dolores punzantes que terminaron en migraña aguda. Los médicos me recetaron diversos medicamentos que no produjeron ninguna mejoría.

Un día al salir del trabajo, mis pupilas ardían y mi cabeza flotaba en un mar de dolor, como autómata crucé la calle sin oír a alguien que me llamaba. Era Claudia, una amiga de la infancia. Se acercó y me abrazó. Fue como un acto vandálico. La aparté de inmediato. Intenté seguir mi rutina pero ella insistió en romperla.

-Vente que ya verás que se te pasa el dolor de cabeza.

Me vi arrastrada a una cafetería donde escuchaba anécdotas olvidadas, ella con una alegría perenne insistía: – ¿No te acuerdas?

-Cuéntame algo de ti. ¿Dónde trabajas?

-Soy administrativa en la Oficina de Empleo.

-Ah, no me extraña que te duela la cabeza, me dijo. La última vez que te vi trabajabas de guía turístico.

– Sí, eso fue hace mucho. Los horarios no me iban bien. Apenas veía a mi marido. Quemándome la lengua con el té le dije que me iba, que ya quedaríamos otro día.

– Sí, dame tu número. Sacó el móvil y se acordó de que tenía una foto antigua guardada. Me la mostró. Mira. ¡Qué loca estabas! ¡Qué recuerdos!

Aparecía rodeada de gente en una fiesta de disfraces con una cerveza en mano, hacía el ridículo. Se veía que estaba totalmente borracha.

– Mírate, eras el alma de la fiesta, tía.

La dejé con la cabeza hundida en el móvil en busca de otras fotos.

En casa observé a esa extraña que me devolvía la mirada en el espejo. En la oscuridad del dormitorio mi mente no paraba de mostrarme imágenes del pasado. En ellas se sucedían risas y mucha gente. Pensé en mi madre con la que hacía años que no hablaba.

Cuando desperté era ya de noche, Roberto dormía a mi lado.

En la ducha me deshice del sueño. Los recuerdos a los que le había abierto la puerta seguían ahí, persistentes.

Salí, decidida a abandonar mi vida, caminé durante horas por la calle desierta, sin rumbo. El aire helado quemaba mi cara. En el horizonte comenzaba un nuevo día con indicios de tormenta. Las nubes me trajeron las palabras de mi madre: “acepta tu destino”

Regresé a tiempo de romper la nota que había dejado para Roberto en la nevera: soy alérgica al chocolate.

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