Un beso, dos mensajes, un fin.

Un beso, dos mensajes, un fin.

La tarde era gris, casi lúgubre, la niebla descendía desde el páramo sobre el parque desdibujando las figuras humanas, en medio de la opacidad, los apamates en flor coloreaban el paisaje fundiendo el suelo con el cielo entre una lluvia de florecillas rosada; era como un mar rosa desperdigado sobre el concreto, resbaladizo para los pasos de cualquier principiante. Sin duda, una tarde de contradicciones, gris y rosa, como el ánimo de los amantes del parque.

Él, estaba ávido por experimentar placeres. Era un conquistador avanzando en el terreno de la lujuria, degustando la sensualidad que emana el tierno néctar de las jóvenes que apenas florecen, un beso, un beso para sentir y aprehender, un beso para ser más hombre, para saborear otra mujer.

A ella, la primavera de la vida le llegaba con decepción y sed de venganza. Su beso era una afrenta, contra su padre, contra el amor, contra la sociedad que le imponía virtudes de niña y exigencias de mujer, pero sobre todo se vengaba de sí misma, de sus creencias, quería una ruptura. Su beso era una profanación del amor por eso lo regalaba a un coleccionista en la banca de un parque. Era su primer pecado, el primer mordisco a la manzana de Adán diseñado para abrir los ojos al bien y al mal.

Un beso es un sentimiento hecho carne, ya sea amor, confianza, pasión, entrega, o sea traición, engaño y tantas cosas más. Pero un beso también puede ser la expresión de un deseo simple, el anhelo de entregar o conquistar algo por poder, porque sí, porque se puede. Ese era el beso de ellos, mensajes diferentes pero fines comunes.

Se miraron a los ojos, mientras él posaba su mano en la mejilla de ella. Ambos desviaron la mirada mientras los labios se aproximaba velozmente a devorarse, a medida que se acercaban sintieron fundirse sus respiraciones cálidas en un solo aliento, después de allí fue suavidad, labios moviéndose lentamente de modo pulsátil, demasiado tierno para la venganza de ella, demasiado suave para él hacerse inolvidable, era necesario profundizar para completar la herejía, entonces el beso se torno húmedo, sensual. Un baile de lenguas cálidas, él sabía a menta y ella a chocolate. Él tomó su cintura y ella se aferró a su cuello, se estrecharon. La niebla producía cierta intimidad pero el beso era público, dado para ser visto, un mensaje claro.

El roce de sus lenguas era delicado pero firme, perfecto, correcto y la fricción encendió la chispa transformando el cálido placer en fuego. Él reconoció la excitación al instante, lo había logrado, otra vez, aumentó la presión de sus manos y las deslizó hacia la parte baja de la espalda. Ella vio descubierto su calor y se avergonzó, no estaba lista para nada más, solo era una mordida a la manzana. El noto su azoro y lentamente se detuvo. Separaron sus labios, sintieron el frío de la brisa sobre sus bocas , sonrieron y se despidieron como dos extraños.

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