Miraba sin mirar por un décimo piso como el viento y la lluvia movía a su antojo las copas de los únicos tres árboles que llegaba a divisar desde la ventana.

Poco a poco se fue apagando el día dando paso a la penumbra de la noche. El único sonido que escuchaba eran los latidos de una máquina marcando el compás de su corazón.

La lluvia arreciaba cuando de pronto sintió un quejido, se dio la vuelta y casi como un milagro vio como se movía su mano pequeña, arrugada por los años. La tomo entre las suyas cómo queriendo pasarle parte de su vida le susurró al oído -aquí estoy mami- 

Sus miradas se encontraron intercambiando palabras silenciosas de ternura y reconocimiento. Las dos se agradecían sin palabras. Todo fue muy rápido, en menos de un mes, ya no había nada que hacer, por eso se quedó junto a ella hasta el final, ese que no quería que llegara nunca. No se hizo ilusiones cuando despertó del coma 

Vio como poco a poco se apagaban sus hermosos ojos negros, ahora con los años blanquecinos. Puso la cabeza suavemente en su pecho, cómo lo hacía otras veces y en un pequeño gesto sintió sus labios en su frente. No fue un beso cualquiera porque aún hoy lo siente.

Mientras sus lágrimas corrían por su mejilla, se dijo a si misma.

Sabía que no te irías sin despedirte…

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