Los de entonces

Los de entonces

Haia

19/01/2021

Había fantaseado tanto con ese momento, que era casi previsible lo que iba a suceder al final. Ella tenia recién cumplidos sus dulces quince. Ni una sola vez la carne suave y tibia había rozado sus labios. Virgen, virgen hasta la boca. Aunque tantas veces practicó con el espejo, su mano, la cerámica del baño mientras se bañaba. Cómo sería ese momento de fusión que le dejaba vibrando el cuerpo cuando miraba una película romántica. Sin embargo ella no podía abalanzarse como se lo pedía a gritos su corazón, tenía miedo.  Y él tampoco se animaba, por lo visto. ¿Habría besado él alguna vez? El terror de lo deseado es peor que el miedo a lo conocido, y el matiz seductor de lo prohibido causa mas estragos que lo prohibido mismo. Ella era un flor que reventaba por primera vez en colores y frescura, daba pena esconder lo bueno. ¿Si es bueno por qué esconderlo? Si su abuela miraba con añoranza y envidia el rush de sus mejillas cuando hablaba de él, la edad en que ya se es mujer y no todavía. Y no del todo. 

_¿Y qué te gusta de él? Sondeaba la vieja, con más preocupación que interés, aunque su nieta no lo notaba, sumida en la respuesta inacabable que podría darle.

_Su ternura, su amor por la poesía. Podemos charlar horas y horas, mientras caminamos por la ciudad tomados de la mano. Su protección, a su lado me siento abrigada, como debajo de las patas feroces de un león. Aunque no me lo dijo, todavía no…pero yo sé que el me quiere.

_¿Y se besaron ya? Inquirieron dos ojos aumentados por los cristales bifocales muy por debajo de aquellas cejas excesivamente curvadas y canosas, mientras una mano muy femenina colocaba con suavidad los lentes más arriba.

Cumplían ya tres meses de aquella tarde en que él decidió darle una «oportunidad» a aquella relación implícita en la mirada efusiva de ella. Pero no habían cambiado ninguno de sus hábitos. Los encuentros se enfocaban en la charla y el cruce de manos. Era tierno, no lo suficiente. Sin beso no hay noviazgo. Sin beso no hay pasión. Su cuerpo era un dique de aguas termales, que ya no podía más contenerlas, el desborde era inminente.

Y una noche por fin sucedió. Se abrazaron en el zaguán, él citó a Neruda «…los mismos árboles». Ella lo acompañó hasta la esquina, y cuando fueron a despedirse con el tradicional beso en la mejilla, no fue claro de quién fue la intención, o si solo fue un trágico accidente. Mas bien un terrible y lamentable desencuentro. La lengua de él que socavaba como un tsunami una pequeña isla, y la boca de ella queriendo explorar con tranquilidad el recuerdo construido anticipadamente en su cabeza, que ya de joven fabulaba historias risueñas. No fue nada mas que un mal augurio del fracaso de una relación utópica desde sus comienzos. Y como toda ficción, hubiese sido mejor si continuaba sin detenerse en lugares comunes (como un beso).

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