Primer y último beso

Primer y último beso

Jose Ramos

19/01/2021

Besar apasionadamente, a esa edad no me atraía.

Ella dió el primer paso, me dejó un beso con labial estampado en una servilleta en mí pupitre. El rumor circuló por todo el séptimo grado. Julieta se aseguró que me enterara que ella lo había hecho.

Me gustaba, sí, pero yo también lo hacía por el que dirán. 

Esa tarde salimos juntos de la escuela y nos sentamos en un banco de la plaza. Miré para todos lados por si alguien me había reconocido.

Hablamos un poco, mí corazón palpitando enloquecido, sin animarme a mirarla.

Le propuse, si aceptaba, que fuéramos novios, ella dijo que sí, lo anunciaríamos mañana después del primer recreo.

No pude dormir. En la radio las canciones románticas hablaban de nosotros.

Nuestro amor prohibido. «Es casi una experiencia religiosa» decía la canción.

Mis padres y mí comunidad jamás podían enterarse de esto.

Ser el hijo del embajador espiritual conlleva ciertas restricciones. Mis costumbres eran distintas.  Vestíamos distinto, comíamos distinto, teníamos permitido solo casarnos entre nosotros.

En casa trataba de disimular las emociones. Mamá me notaba raro pero yo evitaba las preguntas.

Los viernes en las mesa de Shabat me ponía colorado sin razón sin poder controlarlo. Cargaba con el peso de mí joven pecado con culpa y vergüenza.

Mis hermanos no podían saberlo, aunque creó que lo sospechaban.

Luego de los estudios religiosos, llegaba a casa temprano para prepararme, me lustraba los zapatos, me mojaba el pelo y me peinaba frente al espejo, y sacaba a escondidas el perfume de Papá.

Pertenecer a los Cuidadores del Séptimo Día, es estar consagrado a Dios.

Está prohibido besar, por lo menos hasta después del matrimonio.

Iba a la escuela secular solo para aprender un poco de lengua y matemáticas, no para forjar amistades y mucho menos una noviecita. A fin de año viajaría al internado e ingresaría en la academia para convertirme en embajador .

Ustedes piensan de mí, pobrecito ¡Que horror! pero no es así, la libertad es también saber obedecer. El camino a la consagración demanda sacrificios.

Mí conciencia me estaba desgarrando, estar con alguien que no es de los nuestros es la peor traición posible.

En la pared colgaba una imagen del líder supremo que me seguía con la mirada reprobatoria.

¿Que hacer? No podía continuar cargando con el secreto. ¿Que pasaría si se enteraban?

No lo entendería, ella podía estar conmigo pero no yo con ella.

Pasaron algunos meses, los compañeros ya soñaban con el viaje de egresados, del cual yo no participaría. Mí situación en casa era demoledora, me sonrojaba por cualquier cosa. Imaginaba la dolorosa conversación de mí padre y su frustración conmigo.

Le pedí a Julieta hablar, nos sentamos en las escaleras, le dije que lo nuestro no podía seguir adelante. Que no estaban listo. Nos dimos un único beso y nos despedimos.  Al otro día ella se puso de novia con Juan José. Yo abracé la consagración, viaje a Buenos Aires y nunca volví a verla, pero treinta años después ese beso me sigue ardiendo.

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