El desorden aparece delante, dentro de mis ojos. Los oídos tiemblan como hace un rato. ¿Qué más da lo que pensamos? Ahora me toca pagar otra ronda. Uno, puede que fuera Oscar, cuenta una historia; le río la gracia mientras aspiro el aire frío. Bebemos barato y a costa de una rifa, ¿o fue de un bingo? No me acuerdo. Belén se pone a cantar, Pepe hace los coros. Teníamos la idea de que se casarían; teníamos presagios, no acabaron cumpliéndose.

Costó trabajo convencer a mis padres, me dejaran alquilar un piso, parecía una opción mejor. Tropiezo con una lánguida certeza: nunca seremos los mismos, ahora estoy en el mismo sitio. Ha pasado el tiempo, aparece un día de invierno. No hay nadie cantando por la calle, pido un vino en el bar donde pagué la ronda o quizás en el de al lado; no recuerdo, fue el día del beso, hubo transacción entre esperanzas y desarraigo.

Estábamos lejos, alguien había logrado impresionarla, las versiones coincidían en que tenía la culpa, cobré por un mal chiste, pagaste con una felicidad con sabor a cerveza mejicana. Tus padres se asustaron con tantas ínfulas de macho. Algo salió mal, no voy a pasar por nuestra calle, la calle de los presagios cumplidos, la calle que compartimos entre apuntes, platos sin lavar e inocencia corrompida, pero aún así todavía inocencia.

Éramos felices, todo salió mal o simplemente no salió. Llegó la hora y decidimos decirnos adiós. No sabíamos si fuimos amantes, amigos o compañeros, recuerdo tu risa y el primer beso…

No acabaron casándose. La consideraban una mala chica y Pepe era muy influenciable, sobre todo con unas copas encima. No puedo precisar la fase de la borrachera en la que estábamos cuando sucedió; creo que ambos morábamos en la misma, aunque tú engañabas. Tu engañabas y te quedabas igual que al principio.

No tengo ganas de encontrarme con nadie conocido, pero lo hago, en el fondo sabía que iba suceder esto. Me topo con Pepe, me cuenta una historia sobre tu vida, le río la gracia o tan sólo sonrío, soy feliz, estoy en el mismo sitio, aunque no estés conmigo. Pienso que fallé al contar estas mentiras. El del beso es otro, nunca he estado contigo. Hubo muchos, no tuve valor para ser uno de los elegidos. ¿Por qué invento en mi muermo? No eres tú, son muchos los que meten cizaña para acabar rendidos en un bar ante un espejo que no les reconoce.

Tenía un plan, no os lo voy a contar, lo reservo para otra historia; mientras, intento recordar las fases de la borrachera con mis viejas neuronas. En este momento, mi hermano entra en casa y a mí me entra una extraña vergüenza en la que se mezclan la canción de un borracho, el beso de una prostituta y unas tremendas ganas de acabar.

Os resultará triste la historia, tiene algo de verdad, la verdad que ejercen las historias cuando se pretenden contar sin contar.

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