Es muy duro envejecer cuando no quieres dejar de tener doce años, es aún más duro mirar desde afuera que mi papá ha llegado a su tercera edad y todo lo relacionado con su vejez produce temor porque a pesar de sus desplantes constantes, de su mal humor, de su carácter volátil siento que debo hacerme responsable de lo que sea que pase con él. Acabo de desbloquear un nuevo nivel, esto lo tengo que hablar en terapia.

Nunca entendí la falta de sintonía y conexión entre nosotros; se sentía ese aire pesado de fastidio, de falta de interés. Siempre le decía a mi mamá que yo no comprendía porqué no me quería, llegué a convencerme de que el problema era yo. 

Mis papás se separaron estando yo muy niña, él se fue de la vida de mi mamá y de la mía también. A veces aparecía en cumpleaños y navidades, una llamada rápida para decir felicidades y ya está. A veces me buscaba y me llevaba a casa de mis abuelos, que tampoco mostraban mucho aprecio ni mucho interés por mí, eso de que te hagan sentir que eres un fastidio es francamente doloroso y espantoso. 

Pasaron los años y las canas le aparecieron, también la inexorable marca del camino en la piel, la calvicie se acentuó, así como también se profundizó su mal humor y su mal talante. Se volvió amargo y a veces hasta intratable, se le volvió agrio el verbo, se hizo adicto al alcohol porque ahí podía guardar sus angustias, sus sueños no cumplidos, su desgracia.

Se ha casado cuatro veces, ha experimentado cuatro fracasos sentimentales estrepitosos, aunque con la cuarta aún convive, porque si no te amas tú ¿cómo puedes amar a alguien más? 

Crecí y aprendí a vivir con su desamor y su desinterés, ahora yo soy la que llama solo en los cumpleaños, la que pone a veces dinero si es necesario, pero no me involucro, no muestro interés porque no lo siento, no hay entendimiento entre las partes. 

Por el camino hizo algo increíblemente maravilloso, mes y medio antes de yo cumplir veintiséis y cuando él ya estaba confirmado en sus cincuenta, me convirtió en hermana de un pequeño gordito que me hace plenamente feliz con su existencia. Yo no sabía lo que era ser hermana, no sabía si podía serlo y lo he logrado; soy la orgullosa hermana mayor de una persona increíble que me cuesta creer que haya salido de mi papá, pero yo también salí de ahí y bueno, tampoco salí mal.

Ahora está mayor y enfermo, dicen que es una infección en el hígado pero no sé mucho más. Sé por mi hermano que tiene crisis de tensión alta o muy baja, que le da frío y que no puede comer azúcar, la está pasando mal. Su acritud y su adicción al alcohol están pasando una no muy sutil factura. 

No puedo evitar irme atrás en el recuerdo, cuando por teléfono me decía que iría por mí a las cuatro de la tarde y me quedaba parada en la puerta del edificio hasta las siete y nunca llegaba. También recuerdo que una vez en un paseo a la montaña me regaló una muñeca y de la nada, un día cualquiera, me regaló una gorra; un tesoro que por el camino perdí. Yo, en mi niñez muy inocente, no podía creer que él me hubiera regalado algo, me sentía privilegiada, menos mal que crecí. 

Él es dicharachero y popular, ante la gente es extremadamente simpático, trata a las mujeres de «mi amor» y a los hombres de «compadre». Es la estampa de un político en campaña, habla fuerte, se ríe con ganas, tiene la sonrisa bonita y una habilidad impresionante de contar historias que ha sido algo como su gloria y su desdicha, porque hemos estado siempre en el punto de no saber qué es cierto y qué es fantasía. Por lo general, casi todo está dentro de su mundo de fantasía. 

Le gusta la mecánica, la Formula 1, no hay volante que no haya querido tener, no hay motor que no quiera desarmar ni clasificación o carrera de autos que no vea, es experto en marcas, años de fabricación, cilindrada, aceite de caja o tamaño de las ruedas de todos los carros que le gustan. Confieso que la F1 me gusta mucho y mi respeto y admiración por la memoria de Sena vienen de él. Creo que esta es su única y verdadera pasión, hay amor sin condiciones en su relación con todos los vehículos que le pasan por delante. No he visto que se ponga así de eufórico con el fútbol, el béisbol o el rugby ni mucho menos con las personas; solo los carros le generan esta pasión desbordada.

También es profundamente machista, según él a los hombres hay que servirles la comida, retirarles el plato cuando terminan, plancharles la ropa y tenderles la cama. Yo crecí con mi mamá y la vi trabajar arduamente porque era un solo sueldo para todo, entre las dos hacíamos las cosas de la casa y encontrar estas actitudes medievales en mi papá significaron y, lo siguen haciendo, un choque de valores y conceptos tan grande que, empecé a entender que era mejor no tenerlo cerca, era muy rudo lidiar con esta teoría tan absurda sin revelarme. Incluso una vez llegó a decirme, por algo que le argumenté, que esas no eran cosas mías, que de quién las había copiado. Esto significó otra colisión para mi inteligencia, mi propio progenitor me creía (seguro lo sigue pensando) una persona sin criterio.

Encima mi físico imperfecto con kilos de más lo atormentaba, a lo mejor por ahí vienen las causas de su fastidio, siempre busca hablar de la hija de no sé quien «que es bellísima, flaquita, deportista» o de la prima de no sé qué otro que «está lista para participar en el Miss Universo», ¡qué hastío! Pero si yo publico algo en redes sociales de mis logros académicos o de algún relato que algún medio digital o impreso me divulga, en seguida lo comparte como logro suyo, ahí sí soy la hija ejemplar. Al final, lidiar con todo esto me ha llevado dos veces a terapia, he aprendido a sanar, a perdonar y también he aprendido a dejar, a soltar, a que me deje de importar. 

Un día empecé a enviar un poquito de dinero a la cuenta de su esposa, la verdad es muy poco, pero con la pandemia todos quedamos muy afectados y cualquier ingreso cae bien. Pues a él le pareció limosna y así me lo hizo saber. Mi respuesta de adulta fue: no voy a discutir, recíbelo y ya está. 

Recuerdo que cuando murió mi abuelo, me apersoné a dar apoyo logístico en todo lo que fuera necesario porque sabía que él no lo haría, yo estaba ahí haciendo su trabajo, como en su representación. Esta acción me valió un año de silencio de su parte porque… no sé, no recuerdo porqué me dejó de hablar en esa oportunidad. Mi abuela, su mamá, murió justo un año después y para mí fue estar metida en un bucle lleno de lugares comunes, de escenas repetidas que acontecieron justo un año antes, yo estaba ahí para representar al hijo mayor, al que no estaba, al que fue al velorio de visita, la única diferencia es que esta vez no pasó nada (que yo recuerde) por lo que me dejara de hablar.

Poco tiempo después,  en una de sus peleas habituales con la nada, porque pelea por todo y contra todo, me dijo no sé qué cantidad de barbaridades y esa fue la primera vez que le contesté: ¡por favor, haz silencio¡ ya eres un adulto, comportarte como tal. Y también le dije que la vida le había dado una segunda oportunidad para no hacerlo mal con la llegada de mi hermano, que la aprovechara. Creo recordar que después de esto también me dejó de hablar un tiempo, pero sentí que fue una firme declaración de independencia, desde ese momento yo no me quedaría, más nunca, en silencio.

Ahora, en este presente ambiguo de pandemia e incertidumbre, estoy geográficamente muy lejos de él y a su vez él está  indignado y molesto conmigo porque, en uno de sus momentos de euforia popular en las recién descubiertas redes sociales (para él), habló de más y le pedí moderación, adicional publicó una foto de una mujer espectacular y la tituló: mi hija. Mi reacción en seguida fue de pelea, entiendo su necesidad de atención porque está mayor y en soledad aunque tenga gente cerca, pero me pareció una gran falta de respeto a sus hijos hacer eso, además de una absoluta irresponsabilidad. Ahora estoy bloqueada en todo lo que está relacionado con él en redes sociales. Al darme cuenta del bloqueo me sentí mal, otra vez rechazada y hasta un poco estúpida pero enseguida reaccioné tratando de mirar las cosas desde otra perspectiva como aprendí en terapia, dejando de transportarme a los momentos de embarque y de esa incómoda sensación de que era una molestia, poniendo los pies en el presente y entendiendo que él no va a cambiar porque no quiere y yo no le debo nada, el aprendizaje es para mí y es que no tengo que dejarme afectar por sus desplantes. Mi mamá, en un aire absolutamente conciliador, siempre me ha dicho que es el único papá que tengo, que no debo tolerar sus groserías pero que siempre esté pendiente porque me puede necesitar y que «la sangre no se hace agua en dos días».

Sumándole a que es un hombre mayor, yo lo veo envejecido, venido a menos y pienso que, durante toda su vida, ha ido haciendo espacios para estar solo y fustigarse con su desgracia, estoy convencida de que eso lo llena, lo satisface. También creo que sufre de complejo de Peter Pan, no importa cuantos años, cuantas canas y arrugas tenga ni cuan baja tenga la calva, él está negado a crecer y enfrentarse a la realidad, en la que nada es como lo imaginó y eso lo frustra, lo hace infeliz.

No sé si está en sus últimos días o si saldrá de esta situación de quebranto de  salud, yo deseo de corazón que pase lo que sea mejor para él, pido al bien mayor que no sufra, que no sea agónico su padecer, que no quede postrado y que le bajen los niveles agrios del carácter. 

Estoy pendiente y en la medida en la que pueda colaborar lo haré, tomando en cuenta la distancia geográfica que hay en el medio, hasta mis compañeros de trabajo hicieron una colecta para enviarle dinero en estos momentos difíciles. Ya se lo envié, espero que le sea útil y efectivo para resolver algunas compras no planificadas que trae consigo cualquier enfermedad. 

Igualmente estoy y estaré siempre agradecida con él porque la mitad de mi identidad viene de su lado y porque me dio uno de los regalos más increíbles e importantes en la vida de alguien, me hizo ser la  hermana mayor de una persona maravillosa.

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