Carta en Transición

Carta en Transición

JCA (José)

15/04/2021

Antonio abrió el baúl de la alcoba para organizarlo, no sin antes quitarle una fina capa de polvo que se le había acumulado con el tiempo. En el interior, varios objetos antiguos se amontonaban sin orden: Soldaditos de plomo, coches en miniatura, algunas libretas de apuntes de sus estudios y artefactos tan dispares como un viejo radiocasete. De entre ellos, el hombre sacó un sobre cerrado y sellado con cera verde en el que se presentaba bien grande el número 80.

—Al diablo, no aguanto más, quizás mañana esté muerto. Ha llegado el momento.

Se sentó en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y tras un gran suspiro, comenzó a leer:

Querido yo, perdón, tú, pero del futuro, quiero decir, yo. Bueno… tú ya me entiendes. Querido :

Te escribo esta letra para asegurarte. Es 1976 y me encuentro bien. Más o menos.

Tengo treinta y tres años, estoy fuerte, con grandes músculos (las chicas me lo suelen decir mucho). Hago deporte a menudo y aunque cuando corro no suelo aguantar más de cinco minutos sin hacer una pausa, y es que el cardio no es lo mío, considero que me encuentro en plena forma; aún así, no tengo nada de suerte en el amor. No sé, quizás sea yo, pero prefiero irme a jugar un partido de tenis con Carlos, que por cierto hoy es tu mejor amigo (y espero que en tu «hoy» de mañana lo siga siendo, porque es un buen mozuelo), que fingir estar interesado en alguna de mis amigas. ¡No sabes cómo me aburre hacer eso! Invitar a cenar, a ir al cine… ¡Ni que yo fuera rico! Carlos me sale mucho más barato.

Antonio sonrió. Recordó cómo era de joven, con tanta energía, innumerables historias que contar y aquel punto cómico que tanto le identificaba. Con sus setenta y nueve años, ya no se consideraba la misma persona. Muchas cosas habían cambiado desde el momento en el que escribió la carta. El trabajo, un sinnúmero de batallas personales que había encarado, varias crisis económicas, proyectos más o menos acertados y una pandemia mundial que aún no había llegado a su fin.

—1976… —se dijo en voz baja, mientras intentaba rememorar el contexto en el que se encontraba—. Creo que llegó a ser uno de los mejores años de mi vida.

Para cambiar de tema, cuentan que es el año del dragón según el horóscopo Chino. Ya me gustaría a mí saber en qué se han basado para decidir que este año se parece a un dragón, yo lo consideraría más bien una rata, por esto del aumento de los precios. ¿Te lo puedes creer? ¡Una pequeña barra de pan cuesta 14 pesetas! ¡El año pasado apenas llegaba a 12! ¡Ni que se tratara de un televisor! Por cierto, han salido al mercado uno de esos de la marca «Vanguard», la gente está como loca por tenerlo. Cuesta unas 24000 pesetas, todo un dineral si tienes en cuenta que cobro 11000 pesetas por mes, así que no creo que la consiga hasta dentro de mucho tiempo, me tendré que conformar con el viejo televisor de mis padres que aún emite en blanco y negro. Estoy seguro de que la culpa de todo este aumento de precios la tiene el nuevo rey, ese al que denominan Juan Carlos I de España. De primero nada, mi amigo Carlos ha sido y será siempre el primero, aunque no se llame Juan. Quizás aún sea pronto para criticarlo, el pobre apenas lleva un año de reinado, y… sinceramente (aunque esto guárdatelo bien secreto, que no quiero meterme en líos), parece más simpático que al que llamaban «El Caudillo», que en paz descanse. En fin, que me estoy yendo a las parras; como iba diciendo, se supone que éste es el año del dragón, pero según lo que he descubierto, yo no soy uno de ellos, ni nada parecido… Soy una cabra (en verdad concuerda conmigo). ¡Una cabra! ¿De verdad los chinos se consideran cabras a sí mismos? Seguro que los nacidos el año que vienen van a ser, por ejemplo, una babosa o algo por el estilo.

Tras leer el último párrafo, Antonio se dio cuenta de que en aquel tiempo no había esa definición de racismo que se tiene en la actualidad. Los jóvenes hablaban de otras costumbres como algo desconocido, raro y, en ocasiones, inaceptable para la sociedad que ellos consideraban la correcta. De hecho los países asiáticos habían sido víctimas de muchas de sus bromas juveniles, y de las que no se mostraba muy orgulloso.

Actualmente trabajas… o más bien, trabajo (creo que voy a escribir en primera persona porque de lo contrario no me voy a enterar ni yo) en un hotel. No sé a qué te dedicarás en el futuro pero espero por el bien de la humanidad que hayas cambiado de profesión. De lo contrario, imagino que estaré leyendo esta carta en prisión tras haber matado a algún cliente. Lo sé, debería dar gracias por tener un trabajo estable, con el que aprendo y crezco en mi carrera profesional y todo eso. Pero… seamos sinceros, ¿a quién no le pone de los nervios el típico refunfuñón que se queja porque la habitación no está orientada con exactitud hacia el sur, sino ligeramente hacia el sudoeste? ¿O aquel que necesita un restaurante abierto para cenar a las una de la mañana? ¿De verdad son así en sus vidas? Yo no sé tú, bueno, sí lo sé porque tú eres yo, pero lo que quiero decir es que yo no me vería buscando un restaurante abierto en la ciudad en la que vivo un miércoles de madrugada.

Con algo de anhelo, Antonio recordó aquellos momentos tan interesantes que vivió mientras trabajaba en los hoteles como recepcionista. No lo echaba de menos, y es que los cerca de cinco años que practicó aquel oficio fueron suficientes como para darse cuenta de que dicho empleo no era compatible con su personalidad. Nunca había conseguido cambiar ese aspecto de sí mismo en el que debía contar las cosas de manera directa, no podía evitarlo, y en más de una ocasión le fue a causar problemas. Antonio tampoco podía fingir una sonrisa frente a alguien que tenía el objetivo de estropearle el día. Por suerte, y esto sí que es algo de lo que no se arrepentía, los distintos hoteles en los que había trabajado, los diferentes puestos de trabajo que había protagonizado y todos los contactos conseguidos que le habían dado la oportunidad de cambiar de empleo y dedicarse a algo distinto como era el sector bancario, pero que a él le otorgó en los años precedentes a su jubilación una estabilidad más que necesaria.

Últimamente estoy bastante interesado en el «Festival de la Canción de Eurovisión», lástima que solo ocurra una vez al año. Se trata de un concurso de música en el que varios países de Europa envían a cantantes o grupos para conseguir el triunfo. En esta ocasión lo vi en casa de nuestros padres y ha ganado un grupo inglés con una canción llamada «Save Your Kisses for Me» (menos mal que no me escuchas pronunciarlo, que aunque trabaje en hoteles, mi inglés deja mucho que desear). La canción es bonita y movida, pero la que hizo que me enamorara de la emisión es «Waterloo», que ganó hace dos años interpretada por el conocidísimo grupo ABBA. Hemos quedado casi los últimos, puesto dieciséis de dieciocho participantes, pero espero que esta tendencia cambie, ya que llevamos casi diez años desde que Massiel y Salomé se hicieron con el título.

—Creo que aún hoy en día estoy esperando que esa tendencia cambie —dijo con una sonrisa enrabiada, tras recordar que en los últimos veinte años, el mejor puesto que España había logrado en el festival era el séptimo de la gran Rosa López.

Otra emisión que me gusta ver en la televisión es la de «Un, dos, tres… responda otra vez» una simpática calabaza sale en la introducción del programa y creo que todo los niños buscan hoy un peluche de esa baya. Como suelen decir en el concurso: Por cinco pesetas, tú que vives en el futuro, dime los números de los boletos de lotería que tocarán en las próximas semanas. Haz un esfuerzo, anda, que todo lo que me toque a mí lo tendrás tú en el futuro. Carlos dice que la emisión es de lo más moderna, que está hecha para los jóvenes y que con seguridad nunca veremos algo mejor. A mí me encanta, pero aún así pienso que el «Festival de la Canción de Eurovisión» lo deberían de poner más a menudo y seguro que competiría con el de la calabaza.

Creo que llega la hora de despedirme. He intentado hacer un resumen de tu vida en este año 1976 tan dispar. No sé, he pensado que es una buena idea, ya que me cuesta imaginar cómo será el futuro y puede que cuando sea mayor me gustará recordar ciertas cosas de mi juventud (sí, aunque tenga 33 años me considero en plena adolescencia)

Te imagino en una gran casa, cerca de la playa, con tu futura mujer (una que no sea tan pesada como las amigas que tienes hoy en día). Quizás un niño o una niña que corretea a tu lado, o puede que un perro, que sé que tu eres más de animales. Imagino que con la avanzada edad que tendrás no estarás para mucho ajetreo, así que también te veo en el sofá, con tu cerveza y dando unas palmas al aire para que el televisor se encienda, un televisor con imágenes reales, como si salieran de la pantalla. Seguro que tienes un coche volador, de esos que se alimenta de agua en lugar de gasolina, o quizás de electricidad. Puede que estés riéndote ahora mismo de mí por lo que imagino, o puede que me des toda la razón. En cualquier caso acuérdate de todo lo que has vivido, y espero que no te arrepientas en absoluto, porque ha valido la pena.

Por cierto, he hecho una apuesta: Si abres esta carta durante los cinco años precedentes a tu octogésimo cumpleaños, debes darle a tu mejor amigo Carlos 300 pesetas. Reglas del juego. Si la has abierto después, enhorabuena, ni yo mismo me he visto capaz al aceptar el trato.

Mientras realizaba un pequeño cálculo de cabeza, Antonio miró en su billetera. Tenía un billete de veinte euros.

—Bueno… Haremos un redondeo.

Dobló la carta y la metió en el sobre, pero no la volvió a introducir en el baúl, sino que la dejó visible encima de la mesa baja que presidía la alcoba con algunos objetos decorativos.

Se dirigió a la cocina, donde Carlos fregaba los platos. Delicadamente, acariciándole la espalda desde atrás, Antonio rodeó a Carlos con los brazos a la altura de la cintura. Metió las manos en el bolsillo de la sudadera y dejó allí los cincuenta euros. Después, le dio un beso en el cuello, susurrándole al oído:

—Has ganado la apuesta, cariño.

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