El último suspiro

El último suspiro

Daniela

12/04/2021

Los días pasan muy lentos y los años muy rápido. Casi sin darse cuenta cumplía ochenta y tres años, viuda y sin hijos.  Era la menor de cuatro hermanos que murieron jóvenes y por diferentes motivos. El último hermano unos años antes que su marido. 

Solo una hermana fue a la escuela, la del medio, nunca se preguntó porqué.

Sus padres tenían una casa con un pequeño terreno donde criaban animales y un pequeño huerto, que cuidaban entre todos.

Ella fue la única en casarse y la única en dejar el hogar ese mismo que con el paso de los años dejo de visitar hasta que uno a uno de sus padres y hermanos fue dejando este mundo. 

Al quedar viuda decidió vender ese trocito de tierra que por poco que fuera sería un capital guardado por cualquier cosa.

 Se caso muy joven,  aunque su marido fue un hombre trabajador era muy machista, palabra que entendió con los años pero que a sus veinte y pocos veía normal el comportamiento dominante de él y la obediencia de ella. Al enviudar se sintió pérdida, sus rutinas ya no serían las mismas, no sabía qué hacer con ella ya que no estaba segura de que le gustaba.

Primero cumplió la obligación con sus padres y luego con su marido. No fue infeliz o no sabía que había otra forma de sentir.

El mundo había cambiado mucho, sentía que había vivido en una burbuja y no entendía cómo se había quedado en el tiempo, tampoco era que pasará encerrada solo que todo pasaba a su alrededor y no se daba cuenta.

Gran parte de  su vida viviendo en un pueblo hasta que su marido por trabajo decidió mudarse a la ciudad, mejor sueldo y mejores condiciones, no fue una consulta pero ese cambio le vino muy bien. Aunque tenía dudas de mudarse tampoco iba a estar tan lejos, a poco más de dos horas 

Era un piso pequeño pero con buenas vistas. Por el traslado, a él, le dieron un dinero que les dio para una entrega y así comprarlo.

Ana sabía cocer, bordar, tejer y en cuanto pudo se compró una máquina de cocer y hacia pequeños arreglos para los vecinos y así pudo tener sus primeros ahorros.  

Vicente acostumbraba ir al bar del barrio a tomarse una copita todos los días antes de la cena y no daba cuenta de sus gastos y aunque a Ana no le faltaba lo esencial no contaba con un dinero de ella y para ella,  decidió no decirle a Vicente cuanto cobraba y porque cosa, así que una parte se la guardaba en un recoveco del colchón que ella había echo con mucho cuidado. Al principio sintió culpa de esconder algo que terminaría siendo para la casa, para los dos, pero se dio cuenta que cada vez que ella le mostraba cuánto dinero había cobrado por una costura, ese día él no le dejaba dinero para la compra.

Vicente le llevaba unos quince años ya venía domado y con actitudes establecidas así que fue Ana quien se amoldo a él y no al revés. 

Era una mujer prudente que sabía qué decir y cuando, no hacía distinciones y dentro de sus posibilidades estaba ahí si la necesitaban así se ganó el respeto y cariño de sus vecinos 

La muerte de su Vicente la agarró por sorpresa, un infarto sin aviso previo y fulminante la sumió en un estado que cuando le preguntaban como estaba decía «No siento ni padezco»

Hizo su duelo en silencio esperando despertar en algún momento

Una tarde se obligó a salir, por lo menos hacer el recorrido que hacía con Vicente y menos mal que lo hizo. 

Sentada en la plaza sin pensar en nada, se sentó junto a ella una mujer alegre y muy habladora que luego resultó tenían la misma edad. Para su sorpresa no hablaba de muertos ni enfermedades, conversación muy frecuente cuando se encontraba con alguna vecina del edificio y casi sin querer se empezaron a ver más seguido y en unos días  la estaba acompañado a una asociación de la tercera edad que jugaban a las cartas, hacían pequeñas excursiones participaba en eventos y sobre todo haciendo amistad con otras personas de ambos sexos sin miedo al qué dirán. 

No les alcanzaba dos veces por semana, así que se veían para jugar a las cartas  en el piso de cada una de ellas. A Ana le tocaba los viernes 

Al principio eran cuatro pero ahora eran tres 

La amistad fue creciendo, quedaban para hacer cosas juntas, comprar, andar, viajar aunque fueran viajes cortos.  Nunca pensó que a su edad se podía tener amistades a tal punto que cada una guardaba la llave de la otra.

Con sus ahorros muy meditados y la pensión que le quedó no pasaría fatigas económicas 

Francisca era la única de las cuatro con hijos, dos, pero era como si no tuviera, un día salieron del país por trabajo y ya no volvieron. Conoce a sus nietos por fotos.

Al principio jugaban a las cartas para pasar el rato por céntimos pero luego subieron las apuestas, cenas, cine, viajes. Ana había vuelto a nacer. Pero llegó 2020 y con él, el confinamiento y de pronto su rutina era de la cocina a un pequeño balcón donde veía a la gente todos los días desde lejos aplaudir.

No estaba sola pero se sentía sola a pesar de tener una o dos veces por semana a un jovencito muy simpático nieto de una vecina golpeando su puerta para preguntar si necesitaba algo,  la compra o tirar la basura.

Tenía móvil aunque apenas lo usaba le parecía un gran privilegio haber accedido a ese pequeño chismoso como solía llamarlo, sobre todo porque de las tres que quedaban era la única que lo sabía manejar sin querer tirarlo al suelo de la impotencia. Esa mañana sono el fijo y lo miro con miedo, en las pocas ocaciones que sonaba nunca traía buenas noticias, así fue, Francisca estaba grave, sus hijos que nunca venían les dio por venir y con el virus. En pocos días murio y ni siquiera pudo despedirse 

Toda esa situación la desbordaba, saco la artillería pesada de agujas de tejer, de crochet, intento leer, ocupar la cabeza, pero en menos de un mes había perdido su otra amiga. La sensación de vacío era tan grande que no lograba coordinar sus pensamientos. Un día encontró un yogur en el armario de las toallas. _hace dos días te busco, ahora no sé si comerte o tirarte

Una noche cálida de verano sintió pasos y se sobresalto 

_¿ Por dónde has entrado? 

_Por la puerta, o ¿te olvidas que tenía una llave de repuesto?

_Hace mucho no sé de ti 

_Lo se, pero al ver que estabas sola pensé que podríamos hacernos compañía

_¿Puedes quedarte? hoy no estoy bien, el dolor de cabeza no me deja desde hace días y no se lo he dicho a nadie, bastante tienen con haceme la compra, no quiero molestar

_Lo hacen con gusto, y vine a quedarme 

_Cuando te fuistes sentí un gran vacío. Contigo sobraban las palabras, es la primera vez que lo digo en voz alta. ¡Irte sin avisar! No era propio de ti, todavía recuerdo cuando nos conocimos, nunca vi una vieja con la ropa tan colorida 

Ana siempre se había vestido muy sobria y el luto había sido parte de su vida, a su madre fue el único color que le conoció. Nunca se imaginó ponerse un pañuelo con flores pero poco a poco hasta su pelo recobro vida. Dejo de importarle el qué dirán. El cambio se notaba hasta en los surcos de la boca que de tanto reír no se le notaban 

_He tenido una vida pero no supe vivirla hasta hace unos años y de pronto llega una pandemia, es de no creer. 

Te acuerdas cuando nos fuimos al casino sin avisarle a las otras, que risa nos pegamos y tú haciendo miradita a un veterano muy guapo, por cierto, que te pasó su teléfono y al salir lo tiraste. Ahí me confesastes que tu gran amor se había llamado Lucía y yo creí que habías tenido una hija y la habías perdido. No sabía que pensar sobre tu lesbianismo, no sabía si sentía miedo o compasión y estuvimos varios días sin comunicación por mi parte. Me di cuenta que tu sexualidad no te hacía peor persona y hasta que no lo supe contaba contigo para todo. ¿Qué diferencia había entre las dos? Ninguna 

¡Que bueno que me perdonaras! Aunque te confieso que yo no me perdoné ser tan ignorante.

Te tengo que confesar que aveces pensaba cómo podía ser eso de dos mujeres juntas, me imaginaba a dos hombres como algo más asumible pero mujeres no, y sin querer, todo pasó a ser tan normal, porque sencillamente no había nada anormal, sólo los pensamientos rancios y retorcidos de los que se creen dueños de la moralidad. ¡Luego te enteras de cada cosa…!

A lo lejos se siente el timbre y golpes continuos en la puerta.

_¿Qué día es hoy?

_Martes 

_Entonces es la compra pero no tengo fuerzas de levantarme, ni un músculo puedo mover.

_Hace días que estás en el sofá, no has comido ni bebido nada.

_Estoy intentando levantarme pero no puedo, seguro es mi esqueleto que no quiere responder. Estoy bien, es que no me puedo levantar. Es más, me siento mejor que nunca.

Al ver que hacía varios días que no respondía los vecinos llegaron al acuerdo de abrir la puerta aprovechando que uno de ellos era cerrajero. 

Cuando entran la encuentran tumbada en el sofá inmóvil. 

_No responde.

_Claro que respondo. ¿Acaso no me escuchan?

_Dile tú que estoy bien. 

_Solo tú me ves y me escuchas,  vine a acompañarte en tus últimos momentos, en tu último suspiro. Nunca asumiste mi muerte. 

_De todas tú eras la más joven. ¿Cómo pudiste dejarnos? Nunca lo entendí. Gracias a ti tuve una nueva oportunidad, gracias a ti supe el sabor de la vida. 

Mientras, los vecinos llamaban a emergencias intentando tomar distancia, que era prácticamente imposible, uno de ellos se acercó a tomarle el pulso para indicar sus signos vitales a quien estaba del otro lado del teléfono.

El joven de los recados comentaba que un día llegó y le pareció que conversaba con alguien y que le dijo que había una amiga que se encargaría de todo, pero esa amiga nunca se acercó a la puerta ni la vio ni la escuchó, así que no insistió, pero  le pareció muy rara su actitud. Después de casi  una semana sintió que algo no iba bien, para colmo comentaban que ya no salía ni al balcón.

_Te das cuenta, me echaron en falta, aunque creo que no fueron muy rápidos, igual ya no tengo ganas de seguir en este mundo, en unos días no seré ni un recuerdo. Tantos años viviendo aquí y me conocen muy poco. 

Llega la ambulancia. Los vecinos inquietos preguntan si es el bicho. 

_En principio parece una embolia pero estarán informados, se le tomarán los datos y será necesario que hagan cuarentena. 

_Todo lo que provoqué… Podrían haber esperado unos días más, no quiero que me mantengan con vida, no hay nada de interés para mi aquí en este mundo. 

En estos últimos años he reído y disfrutado lo que nunca y no le reprocho nada a Vicente. Cada uno cumplió con el papel que le tocó en aquel momento. No quería que yo trabajara y yo no lo cuestionaba, tampoco es que fuera super sumisa, dirigía la casa y la organizaba a mi manera. Es cierto que Vicente no sabía hacer nada, por lo tanto lo que tenía que hacer como un deber  se transformó en mi forma de vida. No tuvimos hijos y nunca supimos por qué, pero sé que él creyó  que era yo que no podía tenerlos y como nunca lo hablamos quedó así. No sé si me fue infiel, supongo que no.

Me gustó compartir mis últimos días contigo.

¿Hay algo en el más allá ?

_Ya es la hora, lo descubriremos juntas.  

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