La fuerza del Caracter

La fuerza del Caracter

. LA FUERZA DEL CARACTER

CAPITULO 1

IRRESPETO

Pedro Alcántara, hombre fuerte y rudo, campesino de toda la vida, curtido por el sol. Era un patriarca de una familia campesina de buenas costumbres, conformada por su esposa Teresa Rodríguez y sus doce hijos, se convirtió en uno de los tantos desplazados por la violencia de los años 50, cuando por el asesinato de un líder nacional, liberales y conservadores entraron en una guerra cuyo teatro de operaciones fueron las zonas rurales del país.

En una tarde muy calurosa, cuando empezaba a ocultarse el sol, los habitantes del pequeño pueblo donde vivía Pedro Alcántara, como de costumbre salían de sus casas y se sentaban en el andén de sus humildes viviendas para tomar aire y sofocar el calor penetrante que se concentraba dentro de ellas. A esa hora muchos de los vecinos de Pedro pasaban de paso para sus casas, después de terminar un día más de trabajo y saludaban a Pedro, quien respondía con gratitud el saludo. Pedro estaba sentado en un asiento de madera recostado a la pared del frente de su casa. El calor era tan intenso a esa hora que le producían grandes gotas de sudor que rodaban por sus mejillas como si estuviera haciendo un gran esfuerzo físico, además se alcanzaba a notar la humedad en su sombrero de palma de iraca, el cual solo se quitaba cuando se iba a dormir. Tenía una cerveza en el piso, la cual estaba bebiendo en compañía de su hijo Agustín. Su cara reflejaba un gran disgusto, su ceño fruncido, que no cambiaba así no estuviera disgustado, sus ojos negros parecían como los de un gato al acecho, su mirada fija dejaba ver que su mente estaba en otro sitio. Seguramente pensaba en su vida anterior como campesino (tenía dos años viviendo en el pueblo), de la forma como le toco salir de su parcela una noche con toda su familia porque los iban a matar los chulavitas. Del respeto entre las personas que era fundamental para un buen vivir. Muy diferente al modo de vida en el pueblo, donde los valores morales no estaban tan bien cimentados como los practicaban los campesinos. Por la cabeza de Pedro Alcántara no pasaban las cosas a medias tintas, para él, o era blanco o era negro.

Agustín, por la cara que tenía su padre, sospechaba que estaba muy disgustado, pero desconocía la razón. Pensó que algo andaba mal cuando su padre le dijo que lo acompañara a tomarse una cerveza. Normalmente Pedro solo bebía cuando estaba triste o cuando estaba disgustado. Contrario a él, que le encantaba estar embriagado y de parranda siempre. Era un auténtico ejemplar de la estirpe de los Alcántara.

Pedro Alcántara acostumbrado a lidiar con caballos y vacas, con los que se entendía muy bien. al punto que las personas que no lo conocían, les podría parecer un extraño personaje, cuando lo veían hablándole al oído a un caballo, el cual nunca había sido montado. Pero él se subía al animal sin que este brincara, como si antes le hubiera dicho, – quédate quieto que te voy a montar. Es muy normal que un potro cerrero no permita que nadie lo monte. Para el, la relación con los animales era muy sencilla, por eso no entendía el porqué, la relación con sus semejantes era tan difícil.

La tarde transcurría en medio del bochorno del calor, seguramente ya había pasado una hora desde que Pedro Alcántara y su hijo Agustín estaban sentados en el frente de su casa, pero en total silencio. No hablaban, Agustín lo miraba y por respeto esperaba que su padre tomara la iniciativa y le dijera algo, pero él lo conocía tanto, que estaba seguro que no le iba a decir nada, Pedro Alcántara era un hombre de muy pocas palabras, solo quería que estuviera ahí acompañándolo. De pronto se paró de su asiento, tomo su perrero (objeto de madera de 60 cm aproximadamente, con un látigo de cuero amarrado en la punta), acomodo su sombrero y con paso firme sin decir ni una palabra, empezó a caminar hacia la única tienda del sector; que estaba a 100 metros de su casa. Agustín su hijo, que estaba a su lado, -le dijo. –papa para donde va. -Su padre no contesto- y siguió caminando muy seguro. De inmediato Agustín, sospecho que las intenciones de su padre no eran nada buenas, porque durante la semana lo había visto muy molesto con las dueñas de la única tienda del sector, quienes algunas veces les habían lanzado insultos a sus hijas cuando estas, obligatoriamente tenían que pasar por el frente de la tienda cuando se dirigían a sus trabajos. Las hijas de Pedro eran muy orgullosas y presumidas, esto producía en la mayoría de sus vecinos algo de repulsión teniendo en cuenta que ellos eran personas muy humildes y de poca educación. Agustín quien era uno de los hijos mayores de Pedro, de inmediato lo siguió pensando que seguramente su padre iba a cometer una locura.

Los dos hombres llegaron a la tienda, la puerta de entrada era muy angosta. La mayoría de las casas del pueblo eran de puertas angostas y ventanas pequeñas, por lógica los interiores eran muy oscuros. Eran viviendas muy humildes y por falta de dinero de sus propietarios sus paredes mostraban la falta de pintura, en muchos sitios las paredes estaban descascaradas. Pedro Alcántara entro muy decidido al interior del establecimiento y detrás su hijo Agustín. De frente se encontró con un pequeño mostrador de madera y detrás de él había dos mujeres; una ya entrando a la vejez y otra muy joven, a un lado había una pequeña mesa de cabaret con dos asientos, donde había otras dos mujeres también jóvenes. Era una tienda de barrio pobre, con una estantería vieja de madera, donde solo tenían unos pocos víveres y muchas botellas de cerveza en exhibición. El interior era muy oscuro porque no tenía ventanas, solo se dejaba ver un rayo del sol de la tarde que se colaba por la puerta y llegaba hasta la base del mostrador.

Las cuatro mujeres se dieron cuenta que estos dos señores no llegaban para hacer una compra como cualquier otro cliente. Además, en un pueblo tan pequeño, todos se conocían o al menos sabían de quien se trataba. El ambiente se puso muy tenso, pero la mujer de mayor edad que estaba en el mostrador, trato de mostrarse tranquila y le –dijo. -A sus órdenes don Pedro-.

Pedro Alcántara no dijo nada, su cara reflejaba mucha ira, había poca luz en este lugar. Su mirada primero se fijó en las mujeres que estaban detrás del mostrador, rápidamente miro a su izquierda donde estaban las dos mujeres sentadas en la mesa de cabaret, sin basilar y sin decir ni una sola palabra, tomo a una de estas mujeres por los cabellos, que eran largos y abundantes y camino con ella hacia la calle donde violentamente la arrojo al piso. Esta mujer y la otra que estaba también sentada en la mesa de cabaret, trabajaban en esta tienda como prostitutas. En esa época había algunas tiendas de barrio, donde aparte de funcionar como tienda de víveres, disimuladamente fungían como prostíbulos. Los clientes habituales que ya conocían como funcionaba el negocio, llegaban generalmente después de las 5 de la tarde y se sentaban en la única mesa de cabaret que estaba en un rinconcito de la tienda y pedían una cerveza. Las mujeres que trabajaban allí ejerciendo la prostitución ya sabían que ese era un cliente que seguramente necesitaba de sus servicios. Ellas sin ningún recato, se acercaban a la mesa y le ofrecían sus encantos. La prostitución era una profesión legal, pero para ejercerla tenían los dueños de los establecimientos que tener un permiso de sanidad, pero para conseguir este permiso tenían que llenar varios requisitos. Que, para un tendero pobre, eran casi imposibles de conseguir; por tal razón y debido a la pobreza, muchas mujeres jóvenes terminaban ejerciendo la profesión más antigua del mundo, de manera clandestina y generalmente a escondidas de sus padres.

Los gritos desesperados de las mujeres de la tienda, se alcanzaron a oír hasta la casa de Pedro Alcántara, Teresa su esposa que estaba en la cocina, salió a la puerta de su casa y vio que algunas personas corrían hacia la tienda de la esquina. Ella le pregunto a una de estas personas si sabía que estaba sucediendo, -parece que hay una pelea en la tienda. –dijo el transeúnte. Agustín su hijo quedo perplejo ante la agresividad de su padre y no sabía qué hacer, miraba a las otras mujeres en un plan defensivo, pero estas solo gritaban. Al mirar hacia la calle vio como su padre le empezó a dar latigazos a la mujer que yacía en el suelo. Recordó cuando era muy niño y su padre lo castigaba en la misma forma, cuando el hacía alguna de sus travesuras, que fueron muchas, dada su hiperactividad. Pedro continúo castigando a la mujer, al tiempo que le decía, -a mis hijas las respetan, por las buenas o por las malas-, las otras mujeres que estaban dentro del establecimiento salieron con palos y sillas, para defenderse de la agresión. Agustín entro a la contienda apoyando a su padre, el caos fue total, en medio de la gran polvareda que se levantó en la calle, solo se veían las siluetas de una batalla de todos contra todos; además se oían los gritos desesperados de las mujeres pidiendo que alguien las ayudara. Teresa Rodríguez desde la puerta de su casa, trataba de identificar a las personas que se golpeaban en la mitad de la calle, sin saber que en ese conflicto estaban involucrados su esposo e hijo. Alguien paso corriendo y le dijo. –Doña Teresa, detenga a su marido porque va a acabar a esas mujeres-. Ella sin pensar en las consecuencias, salió corriendo hacia la tienda para tratar de parar la agresión de Pedro hacia estas mujeres.

Entre los dos hombres les dieron látigo y golpes a estas mujeres, por el solo hecho de que ellas supuestamente prostitutas, se burlaban de las hijas de Pedro Alcántara, cuando estas pasaban por enfrente de la tienda, cuando iban para sus trabajos.

Ninguno de los vecinos intervino, ni siquiera salieron a la calle, solo se asomaban por las ventanas en un silencio cómplice y cobarde. ¡Pedro solo se detuvo, cuando vio llegar a su esposa Teresa, que le grito! –así no se hacen los reclamos-. Las piernas de las mujeres tenían sangre, el látigo de Pedro había reventado la piel y empezaba a brotar la sangre. Las mujeres también muy envalentonadas, seguían votándoles sillas y botellas. Los dos hombres empezaron a retirarse, caminando de espaldas y lentamente se fueron alejando. De pronto un vecino no aguanto más su cobardía y salió corriendo hacia el cuartel de la policía, que estaba a cuatro cuadras de distancia del sitio del conflicto. Al poco tiempo llegaron los uniformados y llevaron a las mujeres heridas al centro de salud, que también estaba muy cerca, para que les curaran sus heridas, seguidamente salieron para la casa de los Alcántara y al llegar, Pedro estaba en la puerta de su casa con su hijo y les dijo; -los estaba esperando, nosotros respondemos por lo que hayamos hecho-.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS