Querida hija, te escribo lo que viví con mis viejas amigas, “las muchachas”, ahora que coincidimos en la ciudad donde estuvimos tan unidas cuando éramos unas niñas apenas.

Después de transcurrido casi medio siglo sin vernos, llegamos a la reunión programada para el 6 de mayo de 2019 a las 6:00 pm en un cafetería, un lugar lleno de magia y decorado con un gusto de alguien que conjugó amor por la madre tierra y la frescura de un paseo por los sentidos.

Unas llegaron más temprano y otras retrasadas, pero al fin, ¡completas!

Tantos años sin vernos, vidas que contar y otra vez juntas, riendo de nada y de todo. Asombrándonos de los caminos recorridos, fracasos y éxitos vividos en la lejanía elegida por intereses de vida personales, para ahora concedernos un tiempo para compartir y recrear momentos lejanos de la adolescencia, vidas paralelas en crecimiento, saberlo todo, unas de otras.

No había tiempo que perder pues no teníamos mucho para que nos alcanzara y contar en nuestras pláticas la vida entera.

El tan usado: “Cómo estás?” Fue recorriendo la mesa. La respuesta, aunque no siempre verdadera fue: “bien”.

Somos sobrevivientes de muchas aventuras peligrosas, la vida nos llenó de ellas y de otras muy felices y bellas, todas cargadas de aprendizajes profundos, gozosos y amargos.

Casi todas jubiladas, habiendo cumplido con la vida y con nuestros sueños, rotos a veces, formamos familias, trabajamos cada una en lo que le gustó ser, somos la generación de mujeres que abrió camino para que las que vienen detrás puedan ser dejando tras de nosotras un mundo un poco mejor de como lo encontramos.

Compañeras de travesuras cuando en la escuela secundaria que cursábamos en un edificio de dos pisos del siglo XVII hecho de pura cantera rosa, sus escalones gastados de tanto subir y bajar, que se bifurcan a la mitad y llevan a unos pasillos con barandales de fierro que olían a ferrocarril. Todo en el lugar es viejo y hermoso, sus balcones con herrería y ventanas dobles, una de madera y otra con marcos de madera y vidrios pequeños. Las dos hojas de ellas se cierran con pasadores en forma de aldabas redondas. En el patio trasero está una fuente también de cantera, sin agua ya, pero ahí, a la hora de receso entre clases, nos encaramábamos por turnos y en la orilla, alrededor de la fuente, posábamos caminando como si trajéramos vestidos largos y anchos de princesas, una por una, las demás sentadas en el piso de las baldosas aplaudíamos. Si llegaban a descubrirnos los maestros o la prefecta nos iba mal.

La plática se desarrollaba en forma igual que nuestros juegos, por turnos, aunque todas queríamos hablar al mismo tiempo.

Alicia, comenzó haciendo una confesión que nunca nos imaginamos.

Les quiero compartir un secreto, dijo.

Hicimos silencio total. Hubo expectación y asombro por sus palabras, que bajaron de volumen, y añadió misterio al momento. El secreto, muy bien guardado por toda su vida fue descubierto. No le fue posible concebir hijos y sus dos hijos son adoptados. Por diferencias durante la relación con su esposo y queriéndose siempre, se separaron ¡por 6 años! La agresión emocional fue muy grande porque no podía tener hijos, la hacía sentir culpable de algo que no era su culpa. Él comenzó a beber alcohol y no era posible mantener una relación sana. Para bien de los dos tomaron esa dolorosa decisión.

Por increíble que parezca la apariencia física de sus hijos es semejante a ella y a su esposo. Pero más asombroso aún es que después de adoptar al primer hijo, se descubrió un nuevo tratamiento, que en ese tiempo era una súper innovación en medicina genética, se aseguraba a las parejas en su situación el poder tener bebés “in vitro”. A punto de someterse a ese plan de embarazo, en el trayecto al hospital para evaluar si eran elegibles para el tratamiento, ella le dijo a su esposo que prefería no hacerlo porque tal vez si tenía éxito y engendraban un hijo biológico lo fueran a amar más que al adoptivo y no sería justo para ninguno de los dos, así que dieron media vuelta y se regresaron a casa, decidieron más adelante adoptar a una niña.

Ahora son abuelos felices de 5 nietos.

María, quien hace se quedó sola, nos contó que hace poco tiempo relativamente, enviudó después de una larga agonía por un cáncer de su esposo, sólo tuvo una hija.

Su matrimonio tuvo un inicio incómodo, enamorada de un antiguo novio del cual su esposo supo, nunca se sintió amado plenamente, con celos que corroyeron su corazón, la relación matrimonial y destruyeron lo que pudo ser una vida feliz. Siempre dudando de su fidelidad, emocional y física. Vivieron en un desasosiego y amargura creados por los terribles y ciegos celos agrandados porque él tomaba mucho con sus amigos, que a veces los llevaba a su casa.

Las acciones diarias que durante muchísimos años ella le dedicó a su hija y a él, no pudieron borrar de su mente el saber sobre los sentimientos de ella en la relación anterior, la inseguridad dominó y nubló su entendimiento.

María se esmeró en sobremanera en convencerlo de que no había razón para que la duda los atormentara, no logró apaciguar las tormentas.

Ella nos asegura que su esposo jamás la engañó con otra, que cuando falleció, no quiso leer ningún papel, tiró todo a la basura. Le comentamos que “no hay peor ciego que el que no quiere ver”, pero no pareció importarle, se hizo como que no nos oía. A veces queremos guardar intactos los recuerdos que nos dan alegría e ignorar los que causan tristeza.

Aunque María jamás volvió a ver al amor de juventud, siempre estuvo presente en comentarios familiares pues era amigo de sus hermanos.

Ahora que su soledad llegó a oídos de quien aún le arranca suspiros, él la buscó. Divorciado, también está solo y quiso reanudar la relación que quedó truncada por la falta de compromiso de su parte y engaños dolorosos con otras mujeres cuando eran novios, razón por la que no formalizaron un compromiso y ella contrajo nupcias con otro.

Aunque no han vuelto a verse con intención amorosa, por parte de ella, sí de él, iniciaron conversaciones telefónicas y alguna entrevista en un café. Sólo un beso.

La afición por la mentira en las mínimas relaciones interpersonales y el querer sentirse Casanova que no un caballero, pone en riesgo la estabilidad emocional de ella que por el momento se sentía tranquila en el aspecto amoroso.

La tentación, nos confiesa, es muy grande y la mente le dice “peligro”, el corazón quiere intentarlo…

Sandy continuó.

Sus hermanos estudiaron medicina y la celaban mucho por ser la única mujer un amigo de sus hermanos, fue al único que aprobaron para pareja se casó con un médico, porque fue al gusto ellos, no tuvo opción de elegir, ella estudió para química fármaco bióloga.

Desde el principio de la boda el que él tomara alcohol en abundancia y no la tuviera en cuenta para nada, hicieron miserable su vida. Se fueron a vivir a otra ciudad lejos de la familia y se sintió más sola, abandonada a su suerte y sin poder decirle a nadie sus problemas.

Su esposo seguía haciendo su vida de soltero, sus “amigas” por él y desde la calle tocaban el claxon para que saliera de casa y se fuera de juerga toda la noche.

Con todo, tuvo dos hijos a los que se dedicó en cuerpo y alma hasta que ya no pudo soportar más y decidió divorciarse. Fue, en su momento, muy valiente porque era muy mal visto que una mujer se divorciara. Pasados unos años, su ex falleció.

Con el tiempo conoció a otra persona, con la que ha compartido una vida feliz y en armonía. Es abuela de tres nietos a los que disfruta mucho.

Patricia tomó la palabra para narrarnos sus experiencias.

Desde siempre nos trataba de forma especial, a una de nosotras que en paz descanse ya, la abrazaba de una forma por demás extraña. Nos saludábamos de beso en la mejilla, pero sus besos eran muy húmedos y prolongados, no nos gustaba saludarla así.

Nunca le conocimos un novio ni un enamorado o pretendiente, siempre fue muy distante de los muchachos.

Ha tenido muchas enfermedades, vivía sola y con diferentes tipos de cáncer en su dañado cuerpo, los ha vencido, gracias a Dios.

Finalmente nos dijo que se enamoró de su asistente, lo que nos dio mucho gusto, pero no sabíamos que se trataba de una mujer hasta que nos dijo el nombre de ella.

Al finalizar esa relación se fue a vivir a una pequeña ciudad cercana, pero de otro estado, para evitar las críticas de la sociedad. En ese lugar montó un laboratorio de análisis clínicos y económicamente le va muy bien.

Conoció a la amiga de una amiga y se enamoraron a primera vista, surgió entre ellas un entendimiento y apoyo moral porque coincidieron en la forma de pensar y convivir.

Hizo un pequeño espacio, suspiró, y nos dijo de manera expectante a nuestras reacciones: “Por cierto, va a pasar por mí y se las presento” a todas nos dio mucha alegría verla feliz y sin miedo al “qué dirán”.

Ahora, a esta edad de nosotras es algo que consideramos “normal” con todos sus asegunes, pero cuando éramos jóvenes era y sobre todo en provincia un pecado capital ser lesbiana o cualquier otra relación íntima que no fuera entre un hombre y una mujer, aunque la promiscuidad siempre ha existido, por parte de los varones no tenía nada de malo ser mujeriegos, nadie los señalaba, muchos de sus amigos los consideraban hasta héroes de mil batallas; no así la infidelidad femenina que era muy condenable, al punto de que la sociedad, toda, segregaba a la mujer que era infiel y las otras mujeres eran las primeras en acusarlas por el temor de que quisieran meterse con sus propios esposos; a los homosexuales o cualquier otra relación no aprobada por la comunidad mocha y cerrada de los pueblos y pequeñas ciudades hacía la vida de cada uno un infierno callado, que se sufría en solitario la mayoría de las veces si no querían ser la “comidilla” del día.

Me doy cuenta de que hemos pasado por tantas restricciones sociales, emocionales, económicas tan similares: el alcoholismo de los esposos, la infidelidad, los cuidados de los hijos, el trato recibido por nuestras parejas, el doble trabajo dentro y fuera de casa, actividad en la que fuimos pioneras.

A mi abuela, mi madre o tías, jamás les pasó por la cabeza divorciarse, tener un amante, o si en su caso hubiera sido, expresar una homosexualidad o tolerar que algún hijo o hija lo sea.

La libertad de vivir una vida plena como quiera que una elija, es un lujo, estudiar lo que prefieras, casarte con quien escojas, o como en este caso a mis 67 años salir de mi casa sola, manejando por horas para llegar a la reunión, ni en sueños al principio de mi matrimonio; quedarme sola unos días para pensar y divertirme con mis amigas es un privilegio que nos ganamos a pulso, que nos costó mucho desgaste, pero logramos para las generaciones que vendrán, un nuevo panorama de vida para construir el futuro del mundo.

A cada generación le ha tocado luchar contra las costumbres establecidas, las limitaciones de cada familia y de la sociedad. Nunca es tarde para empezar a hacerlo.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS