Diente de león

Diente de león

Pattu Sanz

20/04/2021

Es curioso observar como se alejan con el viento. Tan delicados y frágiles, que parece que bailen entre ellos, alejándose más y más, perdiéndose en el horizonte hasta que desaparecen por completo. Soplamos, estos dientes de león, con ilusión, incluso, pidiendo deseos, como un anhelo. Algo parecido serían los momentos y cuándo se pierden en la lejanía, ya se transforman en recuerdos.

Eso pensaba Caroline, después de arrancar con sus delicadas y agrietadas manos, uno del jardín de la residencia en la que vivía. Esa mañana, hacía un buen día, el sol brillaba esplendoroso y brotaba una brisa de lo más agradable.

Pensaba en toda una vida. Se preguntaba, si llegados a este punto, habría hecho bien las cosas y qué pensaría aquella chica tímida, que empezaba la universidad hace más de cincuenta años, sobre la vida que había llevado y la mujer en la que se había convertido. ¿Estaría orgullosa?. Y es que, en ese instante de lucidez, recuerda ese día, como si fuera ayer. 

Llevaba un suéter clásico holgado , de color verde perlado, una falda de corte circular con enaguas, en un tono beige claro, que le llegaba hasta las rodillas, y unos zapatos, algo elegantes de color pardo. Su cabello, por aquel entonces era bastante largo  y de un color castaño precioso, que siempre llevaba recogido con una cinta, formando un bonito lazo. En cambio ahora, era poco luminoso, de un tono grisáceo, apagado, y bastante más corto. 

Recordaba la ilusión que la envolvía aquel día y lo nerviosa que estaba. Incluso el miedo la invadía por completo, aunque era ese tipo de miedo, del que sabes que no quieres huir, si no ,llevarlo contigo:-«Hazlo, con miedo.»- Decía para sí-. Se sentía eufórica, era su primer año de facultad y quería que todo saliera genial, pasando desapercibida. En esa época, Caroline , era bastante tímida e introvertida, una joven , procedente de un pequeño y pintoresco pueblecito, por lo que aquellos edificios tan descomunales la intimidaban un poco. Los estudiantes, caminaban ,apresurándose por los pasillos, de un lugar a otro, cómo si se fuera a detener el tiempo. 

El tiempo… que curioso concepto. Ese arma de doble filo, que juega con nuestras insignificantes almas, sin saber si quiera, cuándo éste, nos va a ganar la partida, o hasta dónde nos va a dejar avanzar  en éste tablero no tan inhóspito en ocasiones como nos gustaría, que es la vida. Es cierto, que en muchos momentos, el tiempo, es un gran aliado, nos obsequia con bonitos recuerdos, grandes momentos e incluso segundas oportunidades que nos enseñan lecciones muy valiosas. Pero nunca, podrás ganarle una batalla, tan sólo se dispone a poner en marcha el minutero, jugando en nuestra contra, mientras contempla victorioso tu derrota. A veces, es un mentiroso también. El tiempo es un enorme fulero, que se las ingenia a la perfección dejándonos dar pasos en falso, dándonos la falsa esperanza, de que nos regalará un poco más de él. Aunque, eso es lo que lo hace quizás tan valioso. Nunca sabes cuánto te queda, y tienes esa sensación insaciable de aprovecharlo al máximo, porque en el fondo, está siempre presente en nuestro interior, como un constante recordatorio de que si no juegas bien, la vida se esfuma, perdiendo la partida con creces y sin darnos apenas cuenta.

A Caroline, nunca le importó demasiado eso. A su parecer, había tenido una vida plena dentro de lo posible. Creció en un entorno feliz, con una gran y unida familia, rodeada de buenas personas, se graduó en la universidad, licenciándose como maestra, la cual fue su profesión hasta su jubilación. Era una maestra ejemplar, de las que sus alumnos recuerdan con cierto aprecio, estricta, pero, bastante agradable, involucrándose  por completo con cada uno de ellos, sin dejarles darse por vencidos y poniendo hincapié, en cada una de sus lecciones.

Había conocido el amor, el amor de verdad, casi como el que se aprecian, en esas películas clásicas de Hollywood, que parece realmente inalcanzable e irreal. Unos pocos afortunados, encuentran un amor así; paciente, intenso, apasionado, comprensivo, y bonito. Caroline, fue una de ellas, aunque ella y George, no pudieron tener hijos, se hicieron muy felices.

George, falleció hace casi cuatro años ya, de un infarto al corazón. Lo que empujó a Caroline a tomar la decisión de vivir en la residencia para mayores. Por entonces su cabeza, funcionaba con fluidez, su enfermedad no estaba en un estado demasiado avanzado aún, lo que pensó, muy a su pesar, que sería la decisión correcta. Además, no soportaba la idea de vivir en esa enorme casa, a la que llamó hogar durante años, llena de recuerdos de su fiel compañero. La idea, la atravesaba el corazón en  mil pedazos, no era capaz , su compañero de viaje, de vida, no regresaría nunca más. George, nunca entraría por la puerta, haría sonar su tintineo de llaves, y las dejaría caer sobre la mesita del recibidor. Jamás, volvería, a entrar al comedor, con su sonrisa, tímida, y amable. Curiosamente, tenía esa mirada, inocente, que suele apreciarse en los niños, pero el la conservaba. A veces, sorprendía a Caroline, asustándola sigilosamente , mientras ella preparaba cualquier cosa en la cocina. Ella se sobresaltaba bastante, pero, la hacía reír. Cada  día de su vida, la hacía reír. 

Al poco de conocerse, en una ocasión ,fueron a una pequeña pero preciosa cafetería del centro de la cuidad. Sentados en la terraza, disfrutando de un café, y del buen tiempo. Caroline daba pequeños sorbos, mientras de reojo, observaba a George. Pensaba que era el hombre más atractivo, que había visto nunca, se sentía afortunada de haberlo conocido. Además de amable y elocuente, era muy inteligente y divertido. Siempre estaba haciendo bufonadas, y ella le decía risueña, que siempre la hacía pasar vergüenza.- Te haré pasar vergüenza, el resto de tu vida-.Le susurró el, y la envolvió en un dulce beso. Ahí Caroline, lo supo. Le quería. Entonces, George se levantó , y se despidió de ella. Tenía que ir a su facultad, estaba terminando el doctorado, y debía marcharse ya si no quería llegar tarde. Cuando Caroline creyó que ya se había ido, él  la sorprendió de frente. La volvió a besar. -Siempre, hay tiempo para un beso-. Y no dejó de repetir esa frase, en sus despedidas, ni un sólo día.

Todos y cada uno de esos recuerdos, le hacían olvidar por momentos la tristeza a Caroline. Aunque, cada vez escaseaban más, esos ratos de buen juicio, ella se agarraba a ellos, como bien podía. En esos momentos a veces era consciente, que de un instante a otro, podría no recordar nada. La mayoría de veces, ni siquiera se acordaba, de tener Alzheimer. Creía, por cruel, o triste que pareciera, que en parte su enfermedad, la ayudaba a no sentir el dolor. Al no recordar, no recordaría tampoco el sufrimiento, y aunque no se atrevía a reconocerlo en voz alta, la reconfortaba ese oscuro pensamiento. Por otro lado, sentía, que a su edad, lo único que tenía importancia en su vida, eran los recuerdos. Tenía un gran conflicto interior, que la reconcomía por dentro, queriendo aferrarse , cada vez más y más a ellos, por ello solía compartir esas historias, siempre que tuviera ocasión, ya que por nada quería que quedaran en el olvido.

Ya casi era la hora de la cena, y pronto se reuniría todo el mundo en el comedor, las enfermeras repartirían las medicinas correspondientes y después meterían a los residentes en sus camas a descansar. Los días eran bastante monótonos , que cabe de esperar, en una residencia para ancianos, pero también tenía sus peculiaridades, y lo hacían un lugar único y lleno de recuerdos. Podías ver siempre en sus jardines a la señora Warren , hablando con sus preciadas flores, con un cariño y apego muy tierno de ver, cuidándolas y mimándolas, como si éstas la entendieran. En la sala de descanso, estaría por lo habitual el señor Cooper , hablando de Jazz y contando sus viejas batallitas de guerra. Mariane, una de las más antiguas del lugar, se las había ingeniado para que la dejaran convivir con todos sus gatos en su cuarto, y Jaqueline vivía ensimismada con su arpa. Muchos de ellos habían tenido vidas plenas, y era extraño verles en un lugar así. En cuánto las enfermeras, no eran muchas, la enfermera jefe, Christine , tenía bastante mal carácter, y fumaba casi dos cajetillas de cigarrillos diarias. Era la que más tiempo llevaba allí. Por lo otro lado había muchas otras, entre ellas Gloria, a la que Caroline apreciaba de verdad .Gloria por su parte la llegó a admirar, pensaba en la fortaleza de aquella mujer, y que a pesar de su enfermedad, luchaba cada día contra ella, intentando estar siempre sonriente. Gloria creía que de verdad era un gran ejemplo a seguir, y aprendió mucho de ella.

A la mañana siguiente, Gloria , se dispuso a llevarle el desayuno a Caroline. Llamó a su puerta, y tan solo escuchó un gemido como respuesta.

-Buenos días Caroline. ¿Cómo te encuentras hoy?- Gloria sonreía, mientras le acomodaba la bandeja del desayuno- Mira, te he traído un zumo de naranja, y unas tostadas…-Gloria ya se había dado cuenta de que ese día Caroline tenía uno de sus días malos, así que intentó no entablar demasiada conversación. Se dispuso a dejar la bandeja, y salir de la habitación.

-¿George?, ¿eres tú?- Pregunta Caroline con un hilo de voz.

-No ,Caroline querida, soy yo, Gloria. ¿Cómo te encuentras hoy? Te traje el desayuno… – le acomodaba la almohada.

-George… ¿Recuerdas el día que me llevaste a la casa del lago? , fue un día muy feliz, y estabas tan guapo… aún tengo la imagen de tus ojos brillando con el sol, eran más verdes que nunca…-Se inclina al frente, muy seria- Recuerdo salir al jardín, refrescaba un poco, asique tú me acercaste una manta, y me la echaste por encima, hablábamos de la vida, de nuestros próximos viajes, de lo afortunados que éramos, y entonces- Se ríe, mientras Gloria la escucha atentamente- con la brisa, calló justo al lado nuestra un diente de león, tú lo cogiste y pediste un deseo. Deseaste, que ese momento, no fuera efímero, que perdurara por siempre, y yo aunque no lo dije en voz alta, te confieso que deseaba exactamente lo mismo. -Suspiró- Luego me estrechaste entre tus brazos, e hicimos el amor envueltos en la manta sobre el césped, bajo el atardecer. Fue unos de los momentos más felices de mi vida sin duda.- Se tumbó hacia atrás, y cerró los ojos, Gloria la miró con ternura y la arropó. Sabía que aquellas fueron sus últimas palabras, palabras de amor. Gloria la dio un beso mientras se le caían las lágrimas y la susurró -Siempre hay tiempo para un beso.

Y aquí estoy, escribiendo la historia de Caroline, para que su recuerdo nunca quede en el olvido, la mujer que tanto me dio, que me enseñó, que una vida sin amor no es una vida, y la que me hizo replantearme ,si aquella niña pequeña que se pegaba chicles en el pelo, estaría orgullosa de la mujer que ahora soy, aquella que también, jugaba pidiendo deseos, soplando dientes de león.

 

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