Nacido para amar

Nacido para amar

Daniel Cheruna

27/03/2021

Amalia y Jorge se conocieron en la escuela primaria. El flechazo fue mutuo. Desde el primer día sellaron el compromiso de amarse siempre. Jorge se enamoró de la manera en que otros “enferman”. Su cabeza estaba totalmente ocupada por la hermosa niña de ojos claros y pelo oscuro. Le alteraba el apetito y le interrumpía el sueño. El corazón parecía salírsele del pecho cuando la veía o con solo nombrarla. Pasaba horas elucubrando la mejor manera de sorprenderla para conquistarla un poco más cada día. Otros varones de su edad no lo entendían; únicamente pensaban en jugar y divertirse con sus pares.

Ambos soñaban con el futuro y pensaban en una vida juntos, con hijos, y una casa propia donde fundar un hogar. No podían separarse ni un minuto; se necesitaban en demasía. Cualquier excusa era válida para encontrarse. Era un calvario que el tiempo no pasara más velozmente. Deseaban quemar etapas; pero debían conformarse con actuar de acuerdo a lo que les estaba social y familiarmente permitido. Los acontecimientos siguieron sucediéndose naturalmente; y como les ocurre a todos, pasaron momentos felices y otros angustiantes. A los cincuenta y siete años ya contaban con tres nietos y cincuenta años de conocerse y compartir.

A veces dudaban de la veracidad de lo vivido, como si no hubieran sido ellos los verdaderos protagonistas. Se parecía más a un sueño o a una película romántica. Sin embargo, seguían disfrutando de una cordial convivencia; cosa que después de tantos años no era poco decir. En ese sentido, la relación había resultado casi perfecta.

Nunca necesitaron potenciar el sentimiento que los unía con cuestiones accesorias. Ni siquiera programaron una verdadera luna de miel, con viaje incluido, luego de contraer enlace, porque prefirieron destinar ese dinero a cosas que aportaran a las necesidades y el confort del hogar. Dejaron para más adelante la posibilidad de hacerlo. Pero el tiempo transcurrió tan velozmente que ese proyecto prácticamente fue archivado. Siempre había algo más importante en qué invertir los ahorros. Se habían vuelto indiferentes a conocer otros lugares distantes de su ciudad natal. La casa les proporcionaba todo lo necesario para disfrutar la vida, a pesar de que se entusiasmaban con los relatos de quienes les contaban sus experiencias como turistas alrededor del mundo. No es que no fueran a ningún lado. Casi todos los años se tomaban una semana para descansar en alguna playa argentina o visitar parientes, como la hermana de Jorge, que estaba radicada en la provincia de Córdoba, en medio de un paisaje maravilloso de sierras. No se quedaban mucho tiempo de vacaciones en ningún lado, porque realmente extrañaban el hogar cuando se encontraban lejos. Aún así decidieron que había llegado el momento de planificar un viaje importante. Cuando lo comentaron en su entorno, recibieron el aliento de todos. Consideraron que ya no tenían compromisos laborales y habían llegado a una edad en la que mientras se pudiera caminar, debían sentirse agradecidos y sacar provecho de esa ventaja. Tal vez no tuvieran muchas posibilidades más. Eran conscientes de que el tiempo marchaba apresurado. Claro que económicamente estaban en condiciones de afrontar un gasto mayor, así que no valía la pena seguir esperando.

No les faltaron consejos y asesoramiento y en poco tiempo resolvieron todas las cuestiones que parecían complejas. En el mes de junio tomarían un crucero que los llevaría a conocer esos lugares que tanto habían escuchado mencionar y ahora verían con sus propios ojos. Tomarían un avión que los condujera al continente europeo y desde ese punto de arribo recorrerían todos los los sitios que se veían tan atrayentes en los folletos de la agencia de turismo. De pronto se dieron cuenta de que no hablaban de otra cosa. Sacaron sus pasaportes y navegando por Internet, comenzaron a indagar sobre cada uno de los sitios que visitarían, Casi se habían hecho expertos en el manejo de esa herramienta que hasta entonces les había resultado bastante ajena.

Era imprescindible realizarse chequeos médicos para asegurarse el mayor bienestar posible durante la travesía. Lo hacían regularmente, y por suerte, ninguno de los dos sufría dolencias graves. Nada que no se pudiera controlar con algún simple comprimido. El médico les recomendó estudios más exhaustivos, para tener mayor tranquilidad. Jorge superó todas las pruebas; sin embargo Amalia debió enfrentarse a datos inquietantes, que la llevaron a someterse a rigurosos controles. El médico se preocupó por su salud: era portadora de un tumor instalado en uno de sus pulmones. Evidentemente el mal estaba instalado desde hacía mucho tiempo, sin manifestar otros síntomas, más que esporádicos cansancios y tos durante las noches. En esas condiciones no era recomendable viajar en avión y luego en barco por un tiempo prolongado; le demandaría un esfuerzo inconveniente. Dado lo irreversible de la situación, la única opción consistía en una intervención quirúrgica. Y así se hizo. La operación fue un éxito; pero la salud general de Amalia sufrió posteriormente un deterioro vertiginoso. Al poco tiempo debieron internarla nuevamente y surgieron complicaciones. Se hizo todo lo posible, pero no fue suficiente. Estuvo en terapia intensiva una semana, sin que se lograran resultados positivos y a los pocos días falleció.

El desconsuelo de Jorge fue inmenso. No podía creer que el destino les jugara tan mala pasada. Finalmente el soñado viaje no podría realizarse. Al menos Amalia se había ido con esa ilusión que le permitió tener un mínimo de esperanza en el final de sus días, ansiando recuperarse para cumplir su anhelo.

A Jorge, ahora sólo le quedaba disfrutar de sus hijos y sus nietos; de la jubilación y de la carpintería, su postergado hobby. Empezó a construir juguetes de madera para regalar a los más pequeños de la familia. Pasaba horas en su taller. En ocasiones lo habían descubierto llorando mientras desarrollaba esa tarea. Se preocuparon y empezaron a urdir un plan para sacarlo de ese estado. Pensaron que a ese viaje trunco era necesario hacerlo. Se sabe que en los cruceros el clima es siempre de celebración y encontraría motivos para distraerse. Tanto le insistieron que finalmente accedió. No sabía si hacía bien. Pensaba que Amalia estaría contenta de ver que salía por un momento de su tristeza. Es lo que ella le aconsejaría si pudiera hacerlo, porque sabía cuan entusiasmado había estado su esposo con los preparativos. Sus hijos sostenían el argumento de que concretar el viaje sería como llevar con él a Amalia, ya que ella permanecía intacta en su memoria y su corazón a pesar del infortunio. Seguían siendo inseparables y donde él estuviera, ella lo acompañaría de algún modo.

Llegó el día de la partida. Un grupo nutrido de allegados lo fueron a despedir. El avión partió normalmente y después de una larguísima travesía aterrizó en el Aeropuerto de Barajas para hacer trasbordo hacia Milán. Pudo conocer brevemente esa hermosa ciudad y al día siguiente ya estaba embarcado en el transatlántico. No lo podía creer. No entendía cómo pudieron convencerlo. Pensaba que había sido una locura. Pero no sentía temor. Ya no le podría ocurrir nada peor que perder al amor de su vida. Se conducía como sonámbulo. Hacía todo lo que le decían y se unía a la corriente de los demás pasajeros. Cuando alguien le dirigía la palabra, le contestaba educadamente y cuando le era posible, entablaba conversación con algún circunstancial compañero de excursión. La gente era agradable y dispuesta a relacionarse. Por suerte había llevado sus pastillas para dormir, que le permitían conciliar el sueño por las noches; aunque a veces le jugaban en contra si las ingería muy temprano. Solía quedarse dormido en medio de un recital de música, hasta que algún tripulante se encarga de comunicarle que ese sector debía cerrarse; y entonces salía como autómata a continuar durmiendo en su camarote. Se levantaba muy temprano. Revisaba las actividades del día y trataba de hacer todo lo que podía a lo largo de la nutrida jornada. Había mucho ruido a su alrededor. Niños, adolescentes, parejas jóvenes y también otras de su edad, que le hacían recordar la falta de Amalia y pensaba en lo distinto que sería todo si ella estuviera allí físicamente. Llegó un momento en que sintió que había cometido un gran error; pero era tarde para arrepentirse. Cuando se comunicaba con su tierra les decía que todo marchaba de maravillas, para no preocuparlos. Pero únicamente deseaba volver. Se sentía aturdido. Un mes después aproximadamente, estaba de regreso. Llevó regalos para todos y mostró fotos de cada lugar en donde estuvo.

El periplo le sirvió para tocar fondo. Conoció la tristeza más profunda y de ese modo hizo el duelo que de otra manera le habría llevado más tiempo. Se afilió a un centro de jubilados, donde pudo reunirse con sus coetáneos para conversar y jugar a las cartas. Además se acoplaba cuando organizaban algún viaje corto de fin de semana. Pero lo que jamás imaginó es que a los sesenta y ocho años se volvería a enamorar. 

Conoció a Beatriz en uno de esos viajes; y como cuando era chico, nuevamente sintió palpitar con fuerza el corazón. Pensaba que eso era cosa de jóvenes. Supuso que su soledad le estaría tendiendo una trampa. Intentó no dejarse llevar por ese raro sentimiento; pero le fue imposible. Otra vez su cabeza y su espíritu dominaron por completo la situación, sin que pudiera hacer nada para evitarlo. Pero ahora era distinto. No se trataba de seres inexpertos, llevados por la fuerza de un impulso idealista, propio de una edad en que la fantasía no tiene ni acepta límites. Eran dos adultos hechos y derechos con una larga vida a cuestas, dispuestos a unirse a pesar de las lógicas diferencias. Cada uno con sus manías, sus intereses y relaciones familiares. Aún así el sentimiento resultaba tan fuerte que derribaba todo prejuicio. No cabían en esta ocasión proyectos a largo plazo. Todo sería perentorio. Pero bastaría con abrir los ojos cada mañana y saber que estarían uno al lado del otro, sin más deseos que el de mirarse, tomarse las manos, y comprobar que nada podría ser mejor para ambos.

La vida le había reservado a Jorge una magnífica sorpresa, justo en el momento en que empezaba a dudar de la existencia del amor ideal, creyendo que todo lo que recordaba de su pasado, no había sido más que una invención de la mente. Un soplo suave había avivado esa llama que aún existía en él y se sintió con ganas de aportar la confianza necesaria para ayudarla a crecer. Era muy raro volver a empezar; pero tenía sentido. Ese sentimiento que lo acompañó siempre, estaba vivo todavía; y decidió hacerle lugar otra vez. Lo que le dio la certeza de que volvía a ser joven a pesar de los años: un milagro que solamente el amor puede alcanzar.

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