De cuando te extraño un poco menos

De cuando te extraño un poco menos

Micaela Mallorca

04/06/2017

Extrañar. Ese sentimiento o sensación que corroe las entrañas. Y ni les digo cuando se trata de algo o alguien que ya no está, porque claro, no es lo mismo echar de menos un lugar que echar de menos a alguien.

Al lugar se puede volver, mientras que al alguien no lo podemos traer totalmente devuelta. Digo totalmente porque, por ejemplo, el olor a cigarrillo me recuerda a mi abuelo.

E instantáneamente me surge un amor/odio hacia esa espantosa nicotina que se impregna en la ropa, en la nariz, en la vida… Que, a su vez, no puedo odiar, porque es algo que no puedo despegar de mi abuelo. Era tan de él y todo lo suyo era tan adorable, tan querible… Como los huevos Kinder de los domingos a la mañana, las tostadas con manteca y azúcar o las recurrentes parrilladas con el idolatrado asado. Uh, el asado, ¡todo un ritual! Que preparo el fuego, que el chimichurri, que el carbón, que las mesas, las sillas, que si ya está la ensalada.

Pienso en mi abuelo y pienso en el aroma del asado casi listo, cuando la carne ya tomó ese color tirando a tostado -¿se puede considerar tostado como un color?-. El olor a asado me lleva al chimichurri, el chimichurri me lleva a mi abuela y mi abuela me hace pensar en la ensalada, mientras que la ensalada me hace pensar otra vez en mi abuelo, preguntando si ya está lista.

Vuelvo una vez más con mi recuerdo a él y llega a mis narices su perfume: fresco, fuerte, envolvente.

De repente, todo está bien. Cierro los ojos y él está ahí.

Es como si el tiempo nunca hubiese pasado, como si él nunca se hubiese ido. Me aferro al aroma, me aferro al recuerdo y, finalmente, sonrío.

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