Desde la vitrina

Desde la vitrina

Ave Fénix

21/05/2017

Me desperté con ardor tras una noche empapado en sudores fríos que atravesaban mi piel calando todo mi ser. Mamá permanecía a mi lado desde hacia dos semanas, brindándome palabras de futuro y no del presente. Ya era costumbre que en mis amargos comienzos mamá trajera sabores del exterior.

Hoy tocaba batido de chocolate al golpe de escarcha, durmiendo así al dragón que me flameaba por dentro. La frescura y delicadeza de su abrazo resucitó mi voz, mamá sonreía con cada sorbo, casi parecía que era ella quien lo bebía. Permanecía de pie con los brazos a la espalda que movía con carisma.

Captada mi atención, le pregunté:

_ ¿Has traído más?.

Ella me mostró sus manos, ahora convertidas en una cuna que velaban por un regalo envuelto en seda blanca para mí.

Agité mis brazos ilusionado y con cierto nerviosismo le dí vida ante mis ojos.

Un bollo de crema artesano, decorado con tres risueños personajes que me contemplaban con emoción. Susurraba aromas con forma humana que danzaban alrededor de la cama.

Bastó un roce de mis labios para ser transportado un año atrás. Durante el viaje, observé a un niño que reía sin vergüenza, jugaba sin prejuicios y soñaba sin límites.

_¿Qué me había ocurrido?.

No recordaba el invierno, época en la que un hombre disfrazado, ajeno a ti cumplía tus más inocentes deseos. Ahora sin embargo, escuchaba a mamá pidiendo por las noches un milagro.

Y yo pensaba:

_¿Por qué no espera a Navidad?.

Poco a poco lo masticaba recordando con gracia mis pasos por el mundo, eran sólo cuatro años… aunque mamá decía que lo mejor estaba por llegar.

Habiendo terminado mi regalo, yo quedé maravillado y las sábanas se convirtieron en pruebas de mi disfrute, algo que no tardó en solucionarse pues siempre había alguna mujer que llegaba cual ángel caído del cielo. Una sonrisa, palabras devotas, gestos maternos y una marcha limpia.

El resto del día no fue más especial que ninguno: largas sesiones, constante preguntas sobre mi estado y evolución, pobres entretenimientos con el fin de colorear nuestra insípida vida y noches en vela sintiendo como ese veneno destroza tu cuerpo y paraliza tu espíritu de lucha. Lo que me llevó a preguntarle a mamá:

_¿Por qué no puedo salir?.

Ella palidecía y tartamudeaba mientras trataba de hallar las palabras más sanas. Se disculpó asegurando que pronto acabaría y que volveríamos a casa. Frase que resonaba como un eco entre lágrimas en los eternos pasillos del hospital.

Creo que somos como pastelitos, espectadores tras un cristal desde el que observamos la vida, incapaces de alcanzar sus cálidas luces y recordar sus campos elíseos. Llegado el momento, nos liberan ofreciéndonos vistas más allá de la ventana. Colores sabrosos, juegos interminables y risas sinceras.


Una vida al otro lado de la vitrina.



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