Dulce como la miel

Dulce como la miel

Nos sentamos en la mesa creyendo que podríamos estar tranquilos al menos durante la comida.

Lo preparé todo con el máximo esmero, poniendo atención en los detalles, quería crear un ambiente apetecible y casi lo logré, casi digo porque en verdad todo salió al revés.

A la calma inicial siguió la tormenta, en un momento la mesa estaba descompuesta y las viandas disparadas como saetas por todos lados.

Saetas afiladas, disparadas al azar, como turbas desorientadas, intentando llegar a un puerto desconocido.

Lenguas de doble filo disparando palabras sin sentido, dañando los oídos causando pesar y sin sabor, doliendo el alma con un dolor punzante, calando hondo y surgiendo como lodo maloliente.

Vaivenes de sentidos, de palabras, de sinsabores, de locura y de pasiones encontradas, a la sazón enfrentadas.

Olor a miel, sabor a hiel, mis manos temblorosas, y el miedo atenazando mi garganta dificultando mi capacidad para disfrutar de las viandas allí presentes.

Presagiaba la desgracia, mi ansiedad crecía por momentos, se alzaba como un volcán produciendo un rubor en mi rostro que no cesaba.

Y de repente todo sucedió, como filos de navaja, emanaban las palabras, emanaba la violencia.

En un momento las viandas por los suelos, la miel pringándolo todo y yo pintando arco iris imaginarios, tratando de evadirme y evitar lo inevitable.

Los niños comiendo la miel caída al suelo ajenos a la locura que allí se formó en un instante. Bendita inocencia.

En ese momento quería ser como los niños, pero no podía. Lo que ninguno sabíamos era que la tragedia que se avecinaba nos iba a dejar a todos y no sólo a mi, el sabor de la hiel.

Uno de los niños engulló un pequeño cristal roto del suelo, y de repente la locura, el desvarío, la ambulancia, el hospital, en fin una demencia.

Afortunadamente la cosa quedó en un susto y volvimos a casa con el niño sano y salvo.

Y algo aprendimos aquel día, «NINGUNA GUERRA FAMILIAR MERECE PONER EN PELIGRO A LOS INOCENTES».

Espero que en la próxima reunión sea así, porque sigo creyendo que esta familia aún no ha llegado a un momento en que nada se pueda lograr.

Superaremos la angustia que nos distancia, la guerra que nos enfrenta, el dolor que nos desgarra. Porque lo ocurrido ha pasado como pasan las nubes, y debe ser superado para que podamos enfrentarnos a nuestros fantasmas, a nosotros mismos, para que podamos darnos un día la mano y sonreír al presente para vencer el dolor que nos separa.

Llegaremos a un final de una guerra sin sentido, por un rencor desmedido y encontraremos el lugar que a todos nos corresponde y nos reconcilia con nosotros mismos.

La sangre que nos une es poderosa, de luchadores, de combatientes, de enemigos que se miran de frente y se admiran en su fuero interno. Por ello un día serán superados los rencores y nuestra humanidad rebasará nuestra indolencia.

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