Llanto
Mordisqueaba, nervioso, el pequeño diamante. La sortija de platino sobre la que descansaba estaba húmeda por el sudor, la saliva y el miedo. El anillo era muy pequeño, a duras penas le cabía en el dedo meñique. Carmen no se lo había quitado en dos años. Hasta ahora. Las luces fluorescentes del paritorio hacían que...