La máquina de fichar

La máquina de fichar

Ignacio C. Sierra

11/06/2018

Cuando el ordenador se apagó por completo mis pies se arrastraron hacia el pasillo. Creo que alguien se despidió. Dejé atrás mi departamento, la fotocopiadora, la mesa de la señora de los crucigramas junto a la salida. Al fondo organizaban una barbacoa. Mi jefa quedaba con alguien para ir al fútbol.

Bajé las escaleras, esas escaleras con aspecto de salida de emergencia mal situada, y pasé junto a la máquina de infecto café torrefacto donde el guardia de seguridad se servía uno, maldiciéndolo en voz alta.

La vi de pie. Enjuta, próxima a la jubilación, igual que su chaquetilla de punto, grisácea como el café de la máquina. Inmóvil. Apenas parecía parpadear o respirar. Tenía su tarjeta de plástico en la mano y miraba fijamente la máquina de fichar.

14:57. De pronto me recorre un escalofrío. Me asalta un terrible pánico a que gire su cabeza hacia mí. A ver en su rostro tan solo un cráneo, órbitas vacías, dientes podridos, gusanos arrastrándose por la superficie. 14:58. Pánico a que ella hubiese estado allí siempre, cada día desde que llegué, y no la hubiese visto hasta hoy que he apartado la mirada de mi tarjeta y de la máquina por primera vez. 14:59. Pánico incluso a que su rostro no fuese el suyo o una calavera, sino el mío, y verme allí, cercano a la jubilación, con la misma chaqueta de punto que yo también llevaba aquél día, esperando la sentencia del reloj, anestesiado por aquellos cafés infectos.

15:00. A en punto, despierta. Avanza. Alarga el brazo. Pitido. Media vuelta. Su silueta se disuelve entre otros cuerpos, encaminada a la salida.

Miro mi tarjeta. Miro la máquina. Pitido.

En la calle el sol me acaricia el rostro, hace calor. Antes de torcer la esquina me libero de la chaqueta. Entro en la cafetería. “Uno doble, por favor.”. Rápidamente la cafeína comienza a hacer efecto. Me doy cuenta de que la tarjeta sigue en mi mano. La miro y la guardo. Algún día, pronto, terminará en el fondo de un cajón.

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