Maderik es paki, es su esencia. Es su identidad, su propiedad máxima, su letra escarlata. Así es como se le conoce en el barrio: el paki. También es joven, desgarbado, se muerde las uñas y le huele ligeramente el aliento cuando tiene hambre. Es época de ramadán y todos los que lo practican andan por ahí emanando el olor a sus jugos gástricos. Por eso intenta no hablar demasiado, por eso la mayoría de las veces lo vemos en silencio.

Esta noche, como cada noche Maderik está en el bar Bar, cuyo dueño es demasiado vago para ponerle un nombre más sofisticado.

Maderik observa a la joven pareja de la mesa II y piensa que todas las conversaciones de flirteo, todas las estrategias de conquistas son calcadas las unas a las otras. Juraría haber escuchado las mismas anécdotas y chistes día sí y día también. Observa las zapatillas del galán y predice que no es un potencial cliente para él: demasiado desgastadas, signo de importarle bien poco la imagen que le transmite a su cita.

Ahí al fondo, mesa III, Montse bebiendo su café bautizado con anís y repitiendo, solo dios sabe a quién, aquello de “con lo que yo fui, muchacho, con lo que yo he sido. Si no me hubiera subido en aquel coche…». A ella ni se le acerca, está pelada.

Mesa IV, Oscar y sus compinches, sentados, bebiendo brandy y comiendo pedacitos de melón. Oscar le paga el sueldo a Maderik. De Oscar no vamos a hablar.

Los zapatos de ante de la mesa VI los reconoce al instante. El dueño es Jorge, y éste le llama con un chasquido de dedos. Maderik sin dudarlo atiende a su petición y cuando se planta delante de su mesa ve que está con una chica, diferente a la de la semana pasada.

Maderik sabe exactamente que va a pasar ahora; Jorge lo va a llamar Mohamed, porque querrá quedar bien delante de la chica, pero nunca se ha molestado en aprender su nombre. Le va a estirar el puño para que Maderik choque el suyo con él, como si fuera su brother, su compay. Jorge le pedirá una rosa, que escoja una bonita, eh, no de esas que guarda para los turistas. Maderik le dará la que tiene apartada solo para él, la única rosa que no le pela las espinas. Jorge le pagará con un billete de 5 diciendo que se puede quedar el cambio mientras le guiña un ojo. Con ceremonia le entregara la flor a la chica del turno, para que ésta se pinche el dedo. Él le agarrará la mano y se meterá el índice ensangrentado en su boca, succionando con pretensión sensual.

Acto seguido, Jorge le quitará con cuidado la rosa de las manos, le dirá que solo es una flor que estará seca en unos días, mientras la belleza de ella no se marchitará jamás. Le arrancará todos los pétalos y los arrojará en el gin-tonic de ella alegando que así esa rosa vivirá para siempre dentro de su cuerpo.

La chica embobada se beberá su estúpido gin-tónic ignorando que, al sonreír se le habrá quedado astillado un pétalo entre los dientes. Después Maderik hará ademan de irse, pero Jorge lo detendrá y lo invitará a unirse a ellos. Ni Jorge ni la señorita de turno quieren la compañía de Maderik, pero a las mujeres les encanta los hombres progresistas y liberales, así que Jorge actúa como tal. Maderik rechazará con educación, le chocará su estúpido puño otra vez y se marchará mientras la chica acaricia la rodilla de Jorge por debajo de la mesa, dejándole su pantalón de lino lleno de sangre. Maderik ya os avisó desde el principio: toda coreografía amorosa es una parodia torpe.

Pongamos de ejemplo la mesa VIII. Jesús y Natalia, viven encima del bar pero necesitan, desde hace años, bajar a discutir delante de un mojito. Y no porque el mal trago es menos amargo con menta y ron, sino porque las parejas a lo largo de los años se vuelven exhibicionistas. Ya no pueden tener discusiones en la intimidad deben de compartirlas con todos, mostrar las delante de un auditorio. El amor se ha enfriado, por lo tanto, Jesús y Natalia buscan el amor en los ojos de los demás.

Por eso la pareja se grita, patalean y dan palmadas en la mesa, para luego quedarse muy quietos los dos, girando sus cabezas de izquierda a derecha deleitándose con la reacción de los parroquianos.

Buscamos rabiosa y desesperadamente la atención de los demás.

Maderik va a ofrecerles una rosa, aunque por experiencia sabe que Natalia acabará arrojándosela a la cara de Jesús para acabar de redondear el drama.

Jorge se levanta y Maderik lo ve por el reflejo del cristal, se va sin despedirse inmerso en el trasero de la señorita. Maderik baja la mirada y se confiesa a si mismo que él también es parte de esta opereta. Un farandulero más, él también necesita atención.

Se contentaría con que se aprendieran su nombre. Que le susurren al oído «tu belleza nunca se va a marchitar», quizás es mucho pedir.

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