He regresado, nadie me ha recibido como debía. Sólo miradas y gestos. Esperaba un poco más, aunque sea de ella. Atareada y confundida entre las bebidas espirituosas, siempre presentando con una sonrisa, ese color a madera, atrapado, intentando escapar, y dejar que su olor y sabor agraden, a los que ella les sonríe; los impulsa a que lo tomen en cuenta, que se lo lleven. Igual debo hacer, con el color negro, aromático, muy variado, cada uno escogerá. Mi moledora y cafetera, están listos. Serviré e invitaré.

Lo mismo hacia desde hace dos años Ruperta. Servía e invitaba. Insistía al potencial comprador, no lo dejaba ir rápidamente. La sonrisa no debía desaparecer, acompañaba y se detenía al ritmo de su interlocutor. ¿De cuantos años es? ¿Es escocés? ¿No están en oferta? Preguntas cotidianas, de clientes que se detuvieron ante ella, aceptando su invitación. Un vaso, solo para la cata. ¡Pero llévese una botella!, si le parece también tengo etiqueta roja. Generalmente para gente joven que lo mezclan con bebidas gaseosas de sabor a naranja, mandarina, los más bravos con energizantes.

No es energizante lo mío, pero que te pone pilas, te pone. Mi público es otro, diferente al de Ruperta. Nos separa la distancia, pero compartimos el mismo espacio, el mismo supermercado. Coincidimos en el mismo horario. A la entrada trato de ingresar con ella. Se escabulle muy bien y no acierto. No le interesa un Rafael Cardoso.

Regresó ese Rafael Cardoso, dos meses estuvo ausente; parece que lo rotaron a otro súpermercado. Me he dado cuenta que me quiere hablar, me mira, nos topamos en la entrada. Tiene la desfachatez de acercárseme, se hace el idiota, sabe mucho de lo que impulso para la venta, es un doble faz. Acá, ofrece café, parece que es muy bueno, su aroma es sumamente agradable, pero es muy caro. No he aceptado una cata de su café. Como estuve a punto de aceptar la cata de whisky que me ofreció, hace un mes en otro supermercado, que de casualidad visité. De lo más sinvergüenza se me acercó y me invitó una cata de ese espirituoso licor. Se hizo que no me conocía ¡Por supuesto que nos conocíamos!, pero tuve que seguir el juego e hice lo mismo <<no lo conocía>>. Lo miraba a los ojos inquisidoramente, para que me dijera: ¡Ruperta!, Rupertita ¿como estás?, que gusto de verte, como es la vida, por si acaso también impulso la venta de whisky, no solo de café, pero tú sabes, hay que recursearse. Pero nada, me miraba y hablaba, para convencerme y le compre una botella aunque sea de etiqueta roja. Le dije gracias, regresaré otro día.

Todos los días lo mismo –Ruperta–. Tengo que sonreír, me toca impulsar la venta de whisky, presentar mi mejor cara, el ánimo lo tengo que fingir. No puedo conversar con mis compañeras, con las otras impulsadoras de licores y otros productos, nos tienen chequeadas y nuestros empleadores piden reportes de nuestro comportamiento. Parece simple, pero el trato con personas se vuelve delicado. Como cuando la impulsadora de panetones invitaba pedacitos de su producto a una señora, muy bien vestida, que la miraba de reojo; tratando de convencerla de probar la dulce masa. Ella miraba con desconfianza, y no recibía el ofrecimiento. Me acerqué hacia mi compañera, quería pedirle un pedacito de panetón para que la señora aceptara y probara igual que yo. Mi amiga no se dio cuenta de la ayuda, susurrando me dijo: <<estas gorda>> y sonrió. La potencial cliente, la espetó, diciéndole que repita lo dicho, como se atrevía a llamarle gorda. ¡Gorda me has dicho, que te has creído, empleadita igualada! –respondió mi amiga– señora en ningún momento le he dicho gorda, a mi compañera le he dicho gorda de broma, pero a ella no a usted. No seas cínica, me has dicho gorda y esto no se queda así, voy a quejarme a la administración, como es posible que tengan empleadas como tú. Traté de calmar a la señora, pero no me dio oportunidad y me gritó: ¡tú cállate, eres igual que ella!. Fue tanto el alboroto que el resto de empleados miraba la escena y escuchaban los gritos destemplados de la señora. Una suspensión se avizoraba para mi amiga.

En que lío se metió Rupertita, será la oportunidad para conversar con ella. No estoy muy al tanto de lo ocurrido pero los gritos destemplados de la señora bien vestida, lo escuchamos todos. Escuche algo como, sorda, sorda, pero no, cuando conversé con ella, me dijo: no gritaba sorda, sorda, sino <<gorda>> <<gorda>>. A quien le decía gorda, a ti; si tú no eres gorda, siempre te imagine yendo al gimnasio ¡Como te pueden decir gorda!. Mira Rafael, te estoy explicando que la señora gritaba gorda, gorda, porque pensaba que mi amiga le había dicho gorda ¡Entiendes! Y ¿porque tu amiga le dijo gorda?, si no es gorda, más bien es muy esbelta y de buena figura. A, ya me saliste descubridor de modelos, no entiendes nada, mejor no hablo contigo.

No sé cómo la convencí para comer un pollito a la brasa. Gracias Rafael, por la invitación -dijo Ruperta-. Si quieres Rupertita medio pollito, no hay problema. Oye, tú quieres que engorde, que te pasa. Para mí un cuartito de pollo, parte pecho, olvidemos el asunto de la gordura. Mira Rafael, he aceptado tu invitación, porque tengo una curiosidad: ¿Adonde te fuiste, cuando desapareciste dos meses del supermercado donde trabajamos?. Porque me haría esa pregunta, me destacaron a provincia, pero tenía temor a que me dejaran allí y no verla más a ella. Convencí a la comercializadora de café que yo les servía mejor en Lima. Como le contesto sin increparle que sintió mi ausencia, que por el tiempo que nos conocemos me extrañaba, que le hubiera gustado verme, aunque sea un momentito fuera de este supermercado. No me conocía bien y yo tampoco. Como reaccionaria si le presentara a mi hermano gemelo que también es impulsador de whisky.

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