Hay hombres opuestos.
Fuerzas de amor, entrega sin fronteras.
Rabias de guerra,
miradas que embrutencen, sí, …lentamente.
Él se soplaba una y otra vez, las manos vueltas más que arrugas por debajo del cuero de los guantes, lo hacía una y otra vez; mientras miraba el alrededor, un alrededor delicadamente cubierto, con una tela transparente de humo frío.
Una y otra vez: Se resoplaba ¡Que terrible invierno era éste sin dudas, que incalentable era el latido de su corazón (Sobretodo el de él)!
¡Resopla… Resopla…! (El mismo hombre hace un ruído) Se, torpemente, intentaba calentar las manos. El frío era acicante y torpe, atacaba a todos los hombres por igual.
Ante su mirada, punto de vista, ojos y pupilas con comienzo de una enfermedad rara; Todo era de desechar y deplorable, terrible, amargo, infinito baúl, de porquerías; años desiertos de risas, asqueantes instantes-segundos. Un viejo con cagada suerte de saltos de relaciones, recuerdos, y circunstancias indeseables, y pensamientos vívidos de muerte. Intensa espera. Para él, la vida era así.
Había tenido hijos, Uno.
Pensó en su hijo.
…Terminó de caminar la esquina y llegó al trabajo. Le dolían los huesos, maldijo duro pero a voz baja; éste jefe fácil, molto despedía.
Se arrastró hasta la barra, tomó el delantal, se lo puso con automático procedimiento. La palabra procedimiento le daba asco. Éste hombre había sido domesticado, sin luchar en contra, por la Amargura. Puáj.
Sonó el tic-tac de un segundero.
Una chiquilla entró por la puerta de la Barra del barrio de clase baja, junto a su sonido agudo de campana, apurada; casi se le podía ver el corazón saltándole en el pecho…Casi tropezándose, venía diciendo quejas de reproche a sí misma. Tenía el delantal en el brazo. Siempre se lo llevaba a casa, lo lavaba y lo traía todas las mañanas; Lo apretaba con plegrias.
El viejo miró la escena. Torpe era el adjetivo de Ana.
A mitad de camino dijo:
—¡Jó! ésta vez sí me botan, sr. Peno.
Entró por la puerta de los empleados y se perdió de vista.
Peno se frotó con presión en sus sienes.
A lo lejos, con poco eco se oyó un: ¡A la próxima, a la próxima la boto y no me importa su estudio de no sé qué y su familiar que vino a rogar!
La chica salió; Pero con ojos melancólicos y perrunillos. Miró la máquina de café, utilizada.
Peno gruñó.
—¿Cómo está hoy, qué le pasa? Su ceño está peor que nunca…—Inquirió delicadamente la jóven de unos 16 años— ¿Pasó algo en su casa?
—No será la gran tragedia, aunque la verdad lo es, pero es sólo… Éste incesante frío y tengo ganas de tirarme en el hielo y quedarme ahí, a ver si se me congelan los pensamientos y me ahogo en un tranque de babas muy gélidas ; La vida es un cubo de escarcha en los ojos, y en la barba sin afeitar.Yo estoy sólo, Odio invierno y odio al jefe también.
—Ah, no diga eso. —se rió por la exageración— Mire… cómase una galleta de las que nadie come, para que no se pierdan. Va por mi paga.— Le sonrió la jóven, ya con el delantal, con un dolorcillo en el pecho ¡Y el buen humor puesto! (Sobre todo puesto).
—Ya… —Dijo Peno— Un derroche digno de veinte años.
Abrieron juntos la caja de registro. Se intercambiaron tazas limpias y sucias, que habían quedado de ayer, y procuró Ana rápidamente un «no dejar sucios, para el fin de semana» para que éste viernes quedara limpio.
—Don Peno… Le tengo una pregunta, es una curiosidad que me viene a la mente. Llevo ya varios días —…Y como que se detuvo —… ¿Tiene usted hijos?
Silencio.
—Uno. Pero es un malagradecido a escala de mierda retorcida.
En otro lado de otra Ciudad, un obrero y sus manos leales pensaban en el significado que tenía el Jueves; no porque fuese jueves en sí mismo, si no… por la espera que le hacía esforzar sus músculos venosos…
Lo que más disfrutaba del Jueves, era la espera del Viernes. Cargaba un saco de Espigas y cerraba los ojos. El color, entonces, le pegaba en los ojos y el precioso tesoro de pinos, con suave escarcha, verde esmeralda, saltaban en su mirada y memoria; pensaba en esos, justo antes de llegar a su casa… con el grito de sus niños con dobles ropas, precesivo, le llenaban el tórax y los pulmones y la vida toda. El viernes entonces, olía a los niños y a la comida de su mujer.
Abría entonces ahora los párpados rasgados.
En éste trabajo, que abordaba desde hacía 7 meses; Cobraba 275 € al mes. Un puño de nada, pero mejor que nada. Quizás era un hombre simple, pero para él, todo era para su Casa.
Y de seguro, para un destino que nadie conocía, excepto él.
Hoy era Viernes; salía apresurado, habiéndose limpiado el sudor antes, para no pasmar junto al viento violento. Era 1 de Diciembre, y cuando cobró, hizo lo que hacía escondida y secretamente cada mes. Así decía la Carta:
· A sus manos,
Sr. Peno Valeria,
Asturias, España.
Remitente: Albarracín, España.
(Y un sello).
Y así, de los dedos del muchacho, cayó un sobre en el correo.
Ahora con 260 euros, se iba. Frío en la nuca. Dió una mirada atrás y se subió en su precioso, pero aquel sucio, empobretado(cido) ¡Y viejo! tren, camino a su casa.
Vió una margarita despedirle, muy escueta…
…invisible, pero Útil desde debajo de una banqueta húmeda; Y al verla pensó en qué habría de decirle a su mujer por esos 15 euros que siempre faltaban, pero que iban todos los meses anónimos al buzón de la pensión de un hombre que, sin preguntar, tomaba el dinero, a regañadientes,… sin saber si algún día, sabría que eso que le enviaban fielmente, provenía de él, de una margarita erguida, que aún daba sus frutos en Invierno.
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