Uno pasa tanto tiempo en el trabajo que pienso que uno no va al trabajo, va es a su casa. Trabajo en una agencia de carga aérea en el aeropuerto de Cartagena de Indias. Aquí tengo la oportunidad de interactuar con seres de distinto carácter, diferentes actitudes, individuos con distintos intereses. Está el empleado de una empresa, por ejemplo, que deja un paquete, obtiene un numero de remisión, llama a su jefe le dice que todo está bien, misión cumplida . No es igual al atender aquella señora que le envía una caja con alimentos a su hijo en otra ciudad, por ejemplo, ve en uno el oyente perfecto para hablar de su hijo y regodear en su conversación el orgullo que siente por él. Este empleo me ha dado la oportunidad de vivir situaciones irrepetibles. Citaré dos casos.

El primero fue aquella vez en la que unos familiares se acercaron a reclamar el cadáver de un joven que había muerto en circunstancias trágicas en otra ciudad. La víctima se trataba de un soldado que había sido asesinado por otro, que luego al verlo muerto se suicidó. La noche anterior había visto en un noticiero algo de esa noticia. Los dos soldados prestaban su servicio en una base militar en el interior del país y al parecer se enemistaron desde un comienzo por causas no establecidas. Los restos mortales de aquel soldado llegaron en el vuelo anunciado y no solo eso: El ataúd llegó acompañado de otro, la familia que llegó primero (la del soldado asesinado) no tenía la menor idea que el otro ataúd que llegó en el mismo vuelo era donde venían los restos humanos del asesino y suicida. La familia del otro soldado tampoco tenía idea que aquellos cadáveres vinieran juntos. Yo tampoco. De todos modos, podría tratarse de otro difunto, pero la verdad parecía obvia: eran ellos. Los miembros de las dos familias se miraban, hablaban en voz baja, maldecían. Noté entonces que las familias se conocían y pensé entonces que los problemas que existieron entre los dos difuntos seguramente venían de tiempo atrás y no cuando entraron al ejército. Llegó un momento en que los rumores le dieron paso a los gritos, a los conceptos pesados, a discusiones fuertes, a empujones. Por tratarse los difuntos de haber sido miembros militares, había en el recinto una delegación bastante nutrida de soldados y representantes del ejército, fueron ellos quienes intervinieron para separar a las dos familias. Por mi parte me acerque a los ataúdes para revisar los papeles adjuntos que amparaban la remisión de cada uno. Por un momento pensé que pasaría si por error yo entregara equivocadamente aquellos cuerpos y terminara cada uno con la familia equivocada. Los restos humanos para viajar como carga aérea deben estar embalados, primero, en su ataúd original, luego un embalaje metálico y por último otro embalaje de madera externo. De manera que había que desarmar todo aquello para ver la cara del ser querido y era costumbre que tanto las familias como las funerarias delegadas para esos casos, al momento de retirar un cadáver prefirieran llevarlos así, y luego en los sitios de velación era donde los descubrían, de manera que tuve mucho cuidado para entregarlos. Eso creí. El resto de la tarde de aquel día pasó tranquilo, asi es que pensé que todo estaba en regla. Esa noche, cuando encendí el televisor para ver el noticiero escuché a la presentadora hablar justamente de ese caso y que decía lo siguiente: «Y aún no acaba el viacrucis para las dos familias del caso de los dos soldados que murieron en un batallon militar, al parecer por un error del funcionario de la aerolínea que trasaladó los cadáveres, al momento de la entrega, los restos mortales terminaron en manos de las familias equivocadas» Luego mostraron al reportero en directo con un resumen editado con las cruentas imágenes en donde se veía a la familia que se sentía más ofendida sacando el cuerpo del ataúd del asesino para golpearlo y en medio del desorden se veían también las imágenes del personal militar que se encontraba de apoyo, interviniendo para calmar la situación. El reportero terminó su informe diciendo que no era por casualidad que los dos cuerpos estuvieran en la misma funeraria ya que la administración del ejercito tenía un contrato con la misma empresa para servicios mortuorios. Apagué el televisor, no quise saber más de aquel caso y creo que tuve suerte que ningún reportero viniera a entrevistarme para conocer los pormenores de tamaño error, sin embargo para mí aquel caso fue una página que aún no acabo de pasar.

El segundo caso es el de Lucky, una perrita pug que viajaba frecuentemente entre Cartagena y Bogotá, tres o cuatro veces al año la perrita iba y venía, asi, por varios años, de modo que la conocíamos bien, también a sus dueños. Siempre iba la pareja de esposos a hacer el trámite del traslado de la perrita para su hija en la Capital. Al momento de despedirla, la mujer siempre lloraba y el hombre parecía ser la parte fuerte de la escena, se retiraba con un firme apretón de manos, sonrisa franca y lo normal era que fuera consolando a su mujer camino al automóvil. Pero la última vez que la trajeron para enviarla, la carga emocional fue más evidente, la tristeza afectaba a los dos del mismo modo, los apretaba con el mismo lazo: La perrita no regresaba más. Su dueña se iba a México y la llevaba consigo, el momento fue duro y el hombre sufría tanto como su mujer por la partida de Lucky. Al momento de entregarme al animal por poco lloro yo también, Cuando el avión tomó altura ya la pareja se había ido, un poco antes tuve la oportunidad de quedarme con ella y parecía decirme con sus ojos líquidos cuanto nos iba a extrañar, fue entonces cuando comprendí la clase de afecto que la perrita irradiaba a quienes se le acercaban, buena suerte Lucky.

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