-«Mañana iremos a ver el mar».
Así me lo dijeron y así de sencillo parecía, aunque el mar se hallaba a cientos de kilómetros de aquella ciudad.
Pero Oscar se empeñó y nos convenció a todos.
Decía que no podía ser que con nuestra edad nunca hubiésemos estado en la playa y que ya se había encargado el día anterior de comprar billetes de tren para todos, y que ya no había vuelta atrás.
Y entonces a todos nos entró una fiebre y una desazón desconocidas hace tiempo ya.
Y abrimos arcones buscando prendas apolilladas, y desempolvamos sombreros ya pasados de moda, y cocinamos, y preparamos, y acomodamos y bien entrada la noche aún no teníamos ganas de ir a dormir y los ojos nos chispeaban aún con la impaciencia.
Tuvimos que dar ración extra de pastillas para dormir al abuelo, que seguía empeñado en buscar el parasol que decía que sus tíos le habían regalado, allá por el 56, ya bien pasada la guerra, cuando fueron de viaje de novios a Benidorm y que él tenía tantas ganas de estrenar.
Pero no aparecía en el desván, ni en los altillos de los armarios…
-«Da igual abuelo, si aún no hace mucho sol, con la gorra te apañarás…”
-«Bueno hijo, como quieras «-decía el abuelo, pero seguía mirando debajo de la cama y en la despensa, a ver si aparecía el parasol.
-«¿Cómo será el mar?»-decía el abuelo ya casi durmiéndose- «dicen que huele muy bien».
Y el abuelo cerraba los ojos ya ,con una gran sonrisa dibujada en su arrugada cara…
con la gorra en la mesilla para que no se le olvide y al lado una fotografía que ha encontrado de sus tíos en Benidorm, tan jóvenes y sonrientes, en la playa, con el parasol.
Fin.
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