En ese punto neutral de nuestra vida, cuando todo sucede en fugaz luz, incomprensible, inexplicable e incierta; donde la ilusión de tus castillos se desmorona… En ese punto irreflexivo, sólo existen cavilaciones, nada puede compararse. Todo es insubstancial, se adormecen los sentidos. Ya nada te parece magistral ni te apetece.

La magia de la vida: los sueños, los goces y toda su fortuna se transforman en una nebulosa. Las voces te resultan solo ecos, los abrazos no te llegan, ni el calor de una mirada te emociona.

El pasado te arrincona en el presente, donde el futuro de pronto se esfuma radicalmente.

Una rabia que acabaría con el mundo si pudiese, va creciendo en tu interior.

Caminas sin saber para qué ni hacia dónde. Te acuestas y te levantas deslucido. La soledad te punza el cuerpo y taladra el alma… Ya nada consideras viable, y hasta las estaciones del año te resultan insustanciales.

Agonizas. Sientes que tu cuerpo no responde y tu mente se quedó en la fastidiosa indiferencia.

Habías albergado tantas expectativas sobre el amor que en ese atasco te resulta artificial…

Aparecen los fantasmas ofreciéndote miles de soluciones que no consiguen convencerte, porque sabes de antemano que a pesar de todo, están aquellos a quienes te debes.

En ese punto gélido en que la vida te aprisiona sintiendo el fin de tu existencia, irrumpe un pensamiento que despierta tus sentidos. La voz del corazón, tu conciencia, tu alma, Dios, o quizás la sonrisa de un niño, te sacuden trayéndote desde lo ignoto nuevos aires, nuevo sol, nuevas esperanzas. Las grises nubes de tu inconsciencia desaparecen, logrando comprender que en el mundo también existen innumerables desgracias ajenas valientemente afrontadas.

Lentamente vuelves a resurgir como el Fénix de tus cenizas, totalmente renovado. Te sientes libre, son otras las apariencias y otro es el andar, más pausado, más prudente. Comienzas a ver que la felicidad estaba dentro de ti, no tan lejos.

Te enamoras de los objetos sencillos. Aprendes a escuchar y a valorar sin condenar. Te vuelves a reencontrar con aquel ser que fuiste, despojado totalmente del dolor que fabricaste.

Tus ojos observan de manera diferente notando que la vida es más natural de lo que creías. Que todo lo demás eran meras fantasías, inventos tras inventos de seres insaciables.

En ese punto metamórfico, llegas a la conclusión de que a pesar de todo, contigo o sin ti, la vida continúa… tomas conciencia de tu valía, no hay otro igual, eres perfecto, y mereces vivir hasta el final… porque en cada rincón de tu existencia las motivaciones nunca dejarán de florecer y sorprenderte.

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