El Terry» conducía coches fúnebres en tiempo de posguerra. En casa le esperaba su mujer y sus 3 hijas pequeñas, pero el no tenía consciencia de ello; llegaba tarde y mal. Ella lo buscaba por las tabernas con la esperanza de que hubiera hecho algún servicio antes de emborracharse como acostumbraba. Su apodo era bien merecido.
Lo que entraba en casa era poco; producto de la poca costura que le encargaban. Una época en la que la comida era más escasa que el dolor, porque no se podía pensar en el alma más que en el cuerpo, claro, pero los dos convivían de la peor manera posible.
Pepita, Angeles y Felipa se quedaron huérfanas siendo niñas. Su madre se llamaba Justa pero la vida no hizo honor a su nombre.
¿ Que pasó con «el Terry?, siguió en su inconsciencia y desapareció.
– » No puedo casarme, lo siento» , «no voy a cargar con tres niñas que no son mías». «Rompo el compromiso».
La joven Mariángeles no sabe a lo que se tiene que enfrentar en plena juventud pero sabe que debe hacerlo. Se lo debe a su hermana. Rota en mil pedazos acepta la nueva situación que se convertirá para siempre en su nueva vida.
En la casa familiar escaseaba todo. La costura, trabajo muy común en aquella época, paliaba un poco el hambre en aquella casa. Cuando las facturas te agobian y en un panorama de posguerra donde los momentos de asueto, de risas y entretenimiento son casi inexistente no dan fácilmente paso a las manifestaciones de amor y cariño.
Felipa era un bebé y Pepita y Angelines de 3 y 5 años respectivamente, eran niñas tristes y poco sociables. La sonrisa se les había vetado desde que nacieron.
Si solo hubieran estado vetadas de sonrisas y juegos… pero pasaban hambre. Su tía, una gran mujer trabajadora, hacia lo imposible para sacarlas adelante y todo insuficiente para el momento que les había tocado vivir. Ser mujer, madre soltera de sus tres sobrinas en una España donde el machismo imperaba y el papel de la mujer quedaba relegado a ser esposa y madre por supuesto, casada por la Iglesia la dejaba en un estrato social muy bajo.
Ella sabia muy bien que había renunciado a una vida de comodidades, de crear su propia familia y que se veía abocada a la soltería y le consolaba, que su reto, hacer a sus sobrinas felices y darles una buena vida, se cumpliera antes de morir. Ese era ahora su destino.
Transcurría la vida, cuando un dia se presentó ¨el Terry». Al parecer venia a ver a sus niñas, pero la realidad era que esperaba algo que llevarse a la boca dado el estado físico con el que se presentó. Ya no tenía trabajo y estaba viviendo de mala manera con una mujer en los arrabales de la ciudad.
Estaba bastante desmejorado y conociendo a la tía de las niñas, por supuesto que le quitó el hambre con lo poco con lo que ella contaba y le fue imposible rechazarlo.
La pena.. siempre la pena. La pena … que sólo trae peste.
José, que así se llamaba «el Terry», miraba a sus hijas con vergüenza y tristeza pero ninguno de esos dos sentimientos hicieron que rectificase su vida y se hiciera cargo de ellas.
Mientras terminaba su sopa, miraba por el rabillo del ojo a sus niñas mayores allí de pié que a su vez lo miraban a él como si fuese un desconocido. Les causaba curiosidad aquel hombre alto, muy delgado y desarrapado.
De repente las niñas se volvieron hacia la ventana y se pelearon por algo que había sobre el alfeizar de la misma.
– » Mia.. mia» decía Pepita
– » Nooo, yo la vi antes. Dámela» gritó Angelines
Antes los gritos y llantos de las niñas, su tía apareció para ver que estaba ocurriendo y poner cartas en el asunto; mientras el padre de las niñas seguía» cucharetazo» va y viene terminando la sopa.
La tía, al mirar en la ventana adivinó algo pequeño e inestable sobre ella. ¡UNA BELLOTA!
-¡ » Mis niñas se estaban peleando por una bellota»!
Inmediatamente, cogió por el brazo a José y lo echo de la casa. Ella, una persona tan comedida,tranquila y cariñosa no se explicaba como había actuado así de esa manera tan violenta. Lo empujó repetidamente hasta que lo puso de patitas en la calle y le pidió que no volviera nunca más.
José, enfadado, gritó que algún día volvería por sus hijas pero eso nunca ocurrió.
Después del episodio de la bellota, Mariángeles trabajaba día y noche para que sus niñas no volverían a pasar hambre.
Tanto trabajo le pasó factura y murió siendo las pequeñas adolescentes pero consiguiendo lo que se propuso.
Las niñas eran ahora adultas y seguían siendo tristes y solitarias pero no pasaban hambre….
Las marcó una época de posguerra que las acompaño hasta el día de hoy donde otro desafortunado hecho mundial les ha hecho seguir manteniendo ese miedo y esa tristeza y su eterno aislamiento.
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