En un éxodo forzado por la violencia partidista, huyeron de su suelo ancestral, » San Juan de Ciénaga».
Se fueron por la única senda donde no estaban los salteadores de caminos, que asesinaban sin misericordia a quienes no ostentaban sus colores políticos.
Por días y noches, a golpe de «canalete» , fueron navegando por las interminables aguas que ante sus incrédulos ojos, asemejaba un infinito mar.
Diecinueve canoas, todas con mujeres, niños y hombres, fueron las que emprendieron tan incierta aventura.
Viajaban en silencio, en busca de un lugar donde establecer sus hogares y ser felices con sus familias. Por eso se internaron en las aguas diafanas de un universo virgen que les ofrecía tranquilidad y bienestar.
Era un viaje extraño por su singularidad. Nadie hablaba. El silencio apenas era roto por el zangoloteo de un sabalo travieso. En sus pensamientos se vivía la algarabía de un cúmulo de ilusiones que se acrecentada con cada » canaletazo»que se daba.
Un día, con un sol esplendoroso, refrescado por una suave brisa que parecía susurrar extrañas melodías, que los transportaban por mundos irreales, un negro grande y autoritario, alzó su mano derecha, la cual fue vista hasta por quienes venían rezagados.
Para que eso sucediera tuvo que transcurrir nueve días, diez horas y siete minutos. Erguido en la punta de proa. Con mirada firme , hizo un gesto con su mano callosa para pedir silencio. En verdad no había necesidad, porque en ese lugar todos los sonidos habían desaparecido, para dejar a la extraña caravana a merced de su propia soledad.
Modesto García, conocido por todos como el «compadre mode», hombre humilde, acostumbrado a viajar con su silencio a cuestas, se mostraba como un caudillo sobre sus seguidores. Por tal razón, esgrimió su verbo y con voz clara y potente les habló :
– No podemos seguir viajando eternamente por estas aguas, tarde que temprano nuestras canoas se desbaratarán. Tenemos que hacer un alto y buscar un lugar donde vivir – hizo una pausa para tomar aire y mejorar sus ideas – porqué no construimos nuestro propio pueblo aqui?, si, lejos de la maldad humana, donde podamos criar a nuestros hijos sin temor, y ser felices con nuestras mujeres… – El compadre mode esperó las respuestas de sus seguidores, pero sólo escuchó un murmullo generalizado, que más bien parecia el estertor agónico de una mojarra plateada.
Al no captar nada , pidió silencio y dijo – levanten la mano quienes estén de acuerdo – .
Todos la levantaron. Fue así como se inició la construcción del más extraño de todos los pueblos del Caribe Colombiano.
Cuatro meses después, todos los viajeros tenían sus casas construidas. Las casas, amplias y confortables, estaban pintadas con vivos colores. El pueblo , de anchas avenidas, era surcado por canoas grandes tripuladas por adultos y canoas chicas conducidas por niños.
Se sentían felices. Lejos de todo, habían construido su propio paraíso, un pueblo del que aún nadie sabía que existía.
Hasta que un día, muchos años después, a los nietos de los constructores de nueva venecia, se les fue la paz.
Todo empezó con un estraño olor, que les pareció venir de las entraña mismas del infierno.
Las garzas y las gaviotas que habitaban en los alerones de las casas, se fueron con una premura tal, que olvidaron llevarse a sus crías, las cuales quedaron abandonadas a su suerte.
El pueblo quedó en silencio, sin el aleteo permanente de las aves, que en su ir y venir formaban un paisaje volátil.
En los techos de las casas quedó un enjambre de nidos abandonados, albergando a unos pichones muertos y la caca blanquecina por doquier, como un recordatorio de que la vida escapó con las aves.
La naturaleza humana, siempre ligada a la muerte, los tenía sumido en un mar de angustia y una desesperanza total.
Con sus creencias ancestrales, coincidieron que con el destino no se puede luchar.
Los más creyentes rezaban a voz en cuello, causando temor a los niños. Los perros aullaban, presagiando una pronta desgracia.
Los vaticinadores de infortunios, empezaron a hacerse presente. Una comadre, vio a una gaviota errante, que surcaba los cielos, y enseguida empezó a gritar – el fín está cerca , viene a pasos agigantados – y cayó de rodillas implorando piedad para sus almas.
Otra comadre, vio en el cuncho de un tinto amargo, la figura de la misma muerte, y se desmayó.
Lo que más los entristecio, fue la llegada del compadre Samuel, hombre prominente que había hecho fortuna y vivía en Nueva York con su familia. Contó que sintió un llamado desde sus adentros que lo impulsó a viajar. Ahora que estaba con su gente y ver lo que sucedía, presintio que no regresaría…
La noche del veintidós de noviembre del año dos mil , un comando de paramilitares, ávidos de sangre y deseo criminal, incursionó en el paraíso perdido y dispararon contra las casas de madera, causando el caos. Los ayes de dolor se escuchaban por doquier, los disparos de fusiles y ametralladoras herían la carne y causaban la muerte, la madera de las casas se incendiaban y en medio de tanto terror y dolor , se escuchaban las risas desquiciantes de los emisarios de la muerte, que llegaron para robar la paz de un paraíso de felicidad.
Los humildes pescadores en forma infame, en gran número fueron masacrados .
Los herederos de la esperanza, ahora, al igual que sus abuelos, tuvieron la fatalidad de encontrarse con la muerte y sufrir el dolor que esta deja, desplazandolos de su entorno.
En la Ciénaga Grande del Magdalena, quedó un pueblo abandonado, sin aves, y sin personas , ellos tuvieron la desgracia, al igual que sus ancestros , de sentir en sus almas , el dolor y la tristeza que da el vivir en tierras ajenas como unos desplazados , a los que la vida les niega el derecho a ser felices y vivir en paz… Condenandoles a ser viajeros del infortunio por toda la eternidad.
Fin.
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