Jueves por la noche y la lluvia empieza a caer, las combis no dejan de llenar la calle con su ruido ensordecedor. Sentado en la banqueta, aprovechando la impunidad que le dan dos carros destartalados estacionados, está un hombre de unos cuarenta años, camiseta negra sin mangas que hace resaltar los tatuajes que le cubren desde las manos hasta el cuello.
La mirada clavada en el suelo y una botella de cerveza en la mano. La lluvia comienza a arreciar, pero él parece no notarlo, toma de su botella y no despega la vista del suelo.
Se acaba su primera cerveza, la tira hacia un lado y destapa la siguiente con su encendedor, aprovecha para encender su cigarro y un olor a marihuana llena el ambiente de inmediato. La gente pasa frente de él sin hacerles caso y los más desconfiados hasta se cambian de banqueta para no tener que presenciar esa escena tan de cerca.
Las botellas van quedando vacías y al hombre no se le ven ganas de moverse de su sitio, lleva toda la tarde pensando en su hermano, ese hermano al que ya no volvería a ver, el que le heredó el negocio que ahora le da para sus cervezas y la casa en la que vive. El hermano que un año atrás perdió la vida por culpa de un conductor borracho.
Una semana en coma en el hospital, pero ya no había nada que se pudiera hacer. A pesar de que sus seres cercanos le decían que ya no iba a despertar, él se negaba a desconectarlo, pero el pasar de los días solo lograba que las cuentas aumentaran drenando todos sus ahorros.
En días como estos solo lo puede hacer sentir mejor la compañía del alcohol y la marihuana, y la verdad es que estos días eran bastante frecuentes. Por el cariño de los clientes y su buena mano con los carros el negocio seguía a flote, pero eran más los días que se la pasaba encerrado en su casa, tirado por la depresión que trabajando.
Entre la falta de dinero y la falta que le hacía su hermano no le quedaba nada por lo que levantarse en las mañanas. Lograba salir de la cama por la sed, la necesidad imperiosa de cerveza que lo invadía casi todos los días.
Particularmente hoy el recuerdo de su hermano no salía de su cabeza, así que intentaba adormecerse con cada vez más cerveza tras cerveza, bacha tras bacha, hora tras hora.
El sol ya está en el punto que anuncia el medio día y el hombre sigue en la banqueta, acostado sin que el sol, el calor o el ruido propio del movimiento de esa hora logre perturbar su sueño, la gente pasa y lo rodean como si no importara, y el hombre sigue sin despertar y no sabremos si en algún momento lo hará.
OPINIONES Y COMENTARIOS