Un día encontré a un hombre que decía que le faltaban partes de su cuerpo.

A simple vista creí que estaba loco, lo veía entero. No le di mayor importancia. Al otro día lo volví a encontrar, lo quise esquivar, pero al verme, encaró hacia mí y me dijo con premura.

-Creo que tenés algo mío, una parte de mi cuerpo.

Lo miré con ojos de hastío, que disimulé al instante, y le dije que no tenía nada de él, a lo que me preguntó.

-¿Tenés Fe?

Me pareció que me estaba tomando el pelo, pensé:

«Tengo mis hábitos puestos, en varias ocasiones me ha visto predicar mi creencia y siempre se alejaba.»

-Sí. Por supuesto.

Le contesté sonriente, pero tajante, sin imaginar lo que vendría.

-Benditos sean los que fe tienen. En mi cuerpo falta esa parte. Ese corazón impulsor de vida. Piernas indispensables del alma y motor de vida.

Quedé pasmado.

Esas palabras me resuenan al día de hoy. Nunca había hablado de su cuerpo físico.

En estos momentos no llevo más mi sotana. Mi vestimenta es mi ser, un ser conjugado por mi cuerpo, mi yo mental y mi espíritu como parte de un todo que no se apresura a confirmar su fe, sino a construirla y buscarla día a día.

Como ese hombre al que llamé loco, hoy siento que me faltan partes del cuerpo y los busco con la misma premura con la que esa persona se acercó a mí en busca de la suya.

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