A continuación un N.A. (Narrador Anónimo) se presta a escribir un cuento siguiendo los cinco puntos, simples y concisos, propuestos por “El Profesor” en su ensayo sobre el problema con los gurús y el fácil acceso a las guías y listados continentes de pseudo infalibles y excluyentes reglas que dan cátedra y dictan el supuesto paso a paso de cómo conseguir o hacer tal o cual cosa.
Cómo escribir un cuento
Por El Profesor
- Escriba sobre lo que odia: si escribe sobre lo que ama, acabará escribiendo con el corazón, no con la cabeza. No olvide que las historias nacen de los pensamientos de la cabeza, de los latidos del corazón, nacen los sentimientos; además, como está científicamente comprobado, es la cabeza la que tiene las mejores ideas —¿O acaso recuerda usted, alguna buena idea que haya tenido de su corazón?
A modo de ejemplo, y siguiendo el camino marcado por El Profesor, escribiré un cuento sobre mi jefe —También, si lo considero idóneo, estaré aportando algunos consejos de mi propia cosecha y experticia—. Sé que muchos aconsejan evitar caer en los clichés, como lo puede ser el odio hacia un superior, pero también es un buen consejo el de buscar un punto en común con la masa, es decir, un tópico con el que la mayoría pueda sentirse identificado. Entienda que su cuento será un medio de trasporte, y mientras más cercano encuentre el elector aquel lugar al cual se lo trasporta, menos exhaustiva encontrará la tarea de recorrer aquel lugar hasta el final.
- La mente encierra universos: aquello sobre lo que ha decidido escribir, debe ser el centro de su historia. Piense en ello como si se tratase del Sol, un sol rodeado por planeta, rocas y otras estrellas que giran alrededor de él y que conforma su universo. Tratándose de un cuento, aquel universo debe ser reducido y conciso; recuerde que no escribe una novela, por lo tanto, debe ir directo al punto; no se distraiga describiendo galaxias, ni dilate el relato con un debate interminable sobre si Plutón debería ser considerado o no un planeta. Una vez establecido su universo, debe lograr que este colisione contra el Sol.
En mi historia, el Sol es mi jefe, y el universo son todos los empleados a su cargo en su sucursal. Una tarde, todos los empleados en el edificio mueren por culpa del estrés, reviviendo luego como zombis vudú, cuyo único axioma dicta que es esencial romperle el cuello al supervisor.
- Héroes y villanos: una vez que aquel universo se vuelve una amenaza, estableciendo al “malo” de la historia, el Sol deberá surgir como el “bueno” y tendrá que defenderse por medio de las herramientas o ventajas de las que dispone. Sepa que esto le dará a su cuento movimiento; un cuento que no sabe moverse, que no sabe bailar con su lector, es un cuento sin pareja de baile.
Si hablamos de mi jefe, este es un imbécil: cualquier herramienta de la que pudiera disponer, acabaría seguramente incrustada entre sus pedantes y flácidas nalgas, y la única ventaja que posea es la de tener dos piernas para correr; pero si no separó el trasero de su asiento en ocho años, dudo que lo vaya a hacer en algún momento.
- Clímax: como está literariamente comprobado, la parte más importante del cuento, donde converge todo lo que ha sucedido hasta ahora. Puede tratarse de un momento sorprendente, como el esclarecimiento de un misterio; tenso, como la amenaza de una bomba; o límite, como un duelo a muerte con cuchillos. Considere que su lector ha emprendido el ascenso esperando encontrar en la cima algo espectacular, algo que recompense el tiempo invertido y la confianza depositada en su historia; un cuento con un mal clímax, no es un cuento, es un mal clímax.
Los zombis vudú se devoran a mi jefe, dejando como sobras solo sus nalgas, ya que no pudieron despegarlas del asiento ni rasqueteando con una escofina.
- El cuento toma su propio camino: está psicológicamente comprobado, que en ese universo en expansión que encierra en su mente, usted no está solo. Alguien más, pasando por encima de sus intenciones iníciales, ha estado escribiendo su propio cuento, y el peso de este, acabó tirando con más fuerza de las riendas de la historia, permitiendo que acabara por devorarse a la historia con la que habíamos comenzado.
El vudú hace a los empleados zombis imparables. Luego de devorarse a mi jefe, se devoran al jefe de mi jefe, y después al jefe del jefe de mi jefe; así sucesivamente, hasta devorarse a todos los jefes del mundo y extinguir por completo la raza de superiores. En todo ámbito, toda pirámide y jerarquía acaba acéfala.
De aquel viejo mundo piramidal y burocrático, solo quedan derrumbes que pavimentan el suelo de un nuevo y homogéneo mundo; uno donde habita una raza libre de cualquier tipo de sistema jerárquico; una raza desnuda de autoridades, amos y mandamases, que emergió para vagar por la tierra los próximos milenios.
No hay empleados, jornadas laborales ni explotación. Nadie es más que nadie y todo se comparte. Solo hay libertad a la intemperie.
La humanidad vive sin estrés.
La humanidad… vive.
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