Noche en Samsara

Noche en Samsara

dani garra

07/11/2024

Este relato nació gracias a la música, que siempre me acompaña. Estas canciones, en particular, me guiaron mientras escribía, reflejando los momentos y emociones que quería transmitir.

Aquí os dejo la lista de temas que ayudaron a dar forma a Noche en Samsara. Espero que las disfrutéis.

Noche en Samsara

Kurt Cobain cantaba «Where Did You Sleep Last Night[1], el último tema del legendario MTV Unplugged. Su voz resonaba en un desgarrador grito que atravesaba mis auriculares. Me desperté gradualmente, mis manos deslizándose sobre la arena cálida de la playa. Necesitaba un momento para anclarme de nuevo en la realidad después de la profunda siesta; una sucesión de sueños intensos me había sumido en un estado de aturdimiento total. Aunque poco a poco empezaba a distinguir el tema que estaba sonando, mi mente ya comenzaba a recrear vívidamente lo sucedido en Nueva York aquel 18 de noviembre de 1993, con imágenes tan nítidas como si estuviera allí, gracias a que estaban impresas en lo más profundo de mi memoria.

Nirvana, con una intensidad apasionada, guía la canción hacia su conclusión. La batería se apaga en un suspiro y el sonido de las cuerdas de las guitarras y el bajo se desvanece, envolviendo la sala en un silencio sepulcral.

Por un instante que parece eterno, Kurt alza la mirada. A través de sus ojos azules, que miran hacia el infinito, absorbe la esencia del momento. Toma una profunda bocanada de aire y exhala con fuerza las dos últimas palabras: «Night through«.

Retoma el verso a capela mientras el grupo le rodea, cada uno inmerso en su propio mundo interno, saboreando ese instante, pero otorgándole al concierto un cierre solemne y conmovedor.

Cuando el silencio era lo único que llegaba a mis oídos, mis párpados por fin se desperezaron y me permitieron recordar el lugar en el que me encontraba.

Una playa rocosa se extendía frente a mí,con unas aguas en calma total.

Solo una formación rocosa se alzaba mar adentro, rompiendo el horizonte con su presencia solitaria.

Desde la distancia, parecía una escultura abstracta, pero al observar con más detenimiento, dos orificios simétricos en su estructura daban forma a un símbolo familiar: el del infinito. La curva de la roca recordaba a una serpiente enroscada sobre sí misma, como el antiguo uroboros, mordiéndose la cola en un ciclo eterno, repitiéndose una y otra vez bajo el vaivén de las olas.

La falta de olas me había obligado a pasar la tarde leyendo y escuchando música. A pesar de que la principal excusa del viaje había sido poder estar haciendo surf unos días, el mar en calma me había forzado a pausar y ordenar algunas piezas en mi cabeza que habían perdido su sitio.

Aunque el día se desvanecía, la arena mantenía una temperatura perfecta para seguir tumbado, aislado del mundo, perdido en mis propios pensamientos.

Pasado un rato que no conseguí medir en tiempo sobre la tierra, donde parecía que acababa de aterrizar, decidí que ya era hora de moverse.

Estaba tan ensimismado en mis propios pensamientos que me sorprendí al notar que había escogido un recorrido más largo del habitual para regresar a casa.

La razón inconsciente de ello se encontraba a la vuelta de la esquina.

Se desplazaba ligera, casi como si flotara entre las mesas. Desde el primer momento que la vi, la asocié con una gacela, sus movimientos eran rápidos y elegantes, reflejando en su figura delgada, casi tan alta como yo, la agilidad y fuerza de sus piernas largas.

Me había quedado embobado delante del bar viendo cómo tomaba la comanda en una mesa cercana. Al acabar y girarse, me dedicó una tímida sonrisa antes de pasar rápidamente hacia otra mesa.

Era la tercera vez que pasaba por aquí, y, aunque ella me había atendido una vez, dudaba si se acordaría de mí. No tenía ninguna intención de tomar algo, pero la idea de irme sin decirle nada me inquietaba. Los días de mi escapada estaban llegando a su fin. Tal vez no tendría otra oportunidad.

Me quedé ahí, parado, sintiendo el peso de la indecisión. ¿Entrar o no entrar? Parecía un gesto sencillo, pero, al mismo tiempo, cada segundo que pasaba me volvía más consciente de lo fácil que sería simplemente darme la vuelta y seguir caminando. Dejarla como una fantasía más, una de esas que solo se quedan en la mente y no llegan a salir al mundo real.

Por fin me decidí. Por lo menos me tomaría algo y si se daba la ocasión ya vería cómo abordarla. Las otras veces había hecho lo mismo, entraba, me tomaba algo y me iba sin decir una palabra, esperando una ocasión que nunca llegaba. No quería que hoy fuera igual. Respire hondo y decidí entrar.

La música llenaba el local sin ser invasiva, lo justo para permitir que las conversaciones fluyeran. Localicé una pequeña mesa en la esquina, la misma en la que me había sentado la última vez, cuando ella me atendió.

Después de sentarme eche un ojo a la carta. La verdad que la calidad de la comida dejaba mucho que desear, así que me limitaría a tomar una cerveza.

Por fin, la vi acercarse.

—Hola, ¿te traigo algo de beber? —dijo con una sonrisa ligera, sin dar señales de haberme reconocido.

— Si, un doble de cerveza por favor — respondí viendo como ella lo apuntaba y salía volando.

Me dejé caer en la silla intentando relajarme. Por los altavoces del garito noté que sonaba un tema que reconocí, eran The Smiths, tocando Ask[2]. Era justo lo que necesitaba, algo familiar a lo que anclarme y con lo que relajarme.

Shyness is nice, and shyness can stop you

From doing all the things in life that you’d like to

———————————————————————–

La timidez es agradable, y la timidez puede detenerte

De hacer todas las cosas en la vida que te gustaría

La vi venir por el rabillo del ojo, deslizándose entre las mesas con mi cerveza de camino.

—¿Hoy te vas a volver a atrever con otro de los platos estrella de la casa? —dijo con una sonrisa irónica mientras dejaba el vaso en el posavasos.

Solté una pequeña risa, tratando de parecer relajado. Me había reconocido.

—Creo que hoy me quedaré solo con la cerveza, a menos que tengas alguna recomendación personal.

Ella se inclinó un poco hacia mí, como si estuviera a punto de contarme un secreto, y en tono de confesión me dijo:

—Tenemos una ensalada de pollo que viene envasada. Es lo único que no pasa por las manos de nuestro maravilloso chef.

—En ese caso, creo que voy a emborracharme con el estómago vacío —respondí, riendo un poco más abiertamente esta vez.

Ella sonrió ante mi comentario, y por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Sentí una chispa de conexión. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo más, otro cliente la llamó y ella tuvo que marcharse, dejándome con una mezcla de anticipación y nerviosismo.

Bebí un par de cervezas mientras una sucesión de buenos temas llenaba el ambiente. La mayoría canciones de los 90, The Cure, Alice in Chains, The Smashing Pumpkins o The Cranberries no paraban de sonar gracias al ambiente surfero que había en la zona y que nos aislaba del reguetón que inundaba el resto de la costa.

Sentía cómo el efecto del alcohol comenzaba a manifestarse sutilmente, relajando mis músculos y disipando mis inhibiciones.

Mientras disfrutaba de esa sensación no pude evitar seguirla con la mirada. En mi cabeza no podía parar de pensar que esta vez todas las piezas estaban ahí, ella me había reconocido, había sido cercana e incluso había bromeado. Las piezas estaban ahí. Pero solo por sentirlo no significaba que fuera real. La única manera de saberlo era actuar.

Aproveché cuando se giró, levanté la mano con una leve sonrisa y llamé su atención.

—¿Te traigo algo más? —me preguntó, su sonrisa ahora más cálida, más cercana.

Aunque había intentado pensar algo ingenioso que decir, la última cerveza me había dejado un poco tocado como para jugármela, así que opté por una frase clara y honesta.

— No… en realidad… me preguntaba si te apetecería tomar algo juntos si no acabas muy tarde.

Ya lo había dicho. Sentí el alivio inmediato, pero no sin una punzada de duda. Me preparé para cualquier excusa educada o rechazo sutil, pero no podía apartar mis ojos de los suyos, esperando…

—Bueno, me ganaste por poco —dijo con una sonrisa pícara, sus ojos brillando con una mezcla de diversión—. Yo ya estaba pensando pedírtelo cuando te trajera la cuenta. Sentí que mi corazón daba un vuelco. No solo había aceptado, sino que ella también lo había estado considerando.

La sonrisa que se dibujó en mi rostro debió ser evidente, porque ella soltó una risita suave antes de continuar. —Acabo en una hora más o menos —añadió, mirando su reloj de pulsera—. ¿Te parece bi…?

— ¡Nerea! — bramó una voz áspera desde la barra— ¿Qué estás haciendo? ¡Tienes tres bandejas esperando!

Levanté la vista para ver de dónde había salido esa educada voz dando gritos. Desde la barra un neandertal seguía haciendo aspavientos.

La sonrisa de Nerea se desvaneció instantáneamente, reemplazada por una expresión de frustración apenas contenida

— ¡Ya voy!— respondió ella reprimiendo una respuesta más brusca.

—Bueno, tomemos esto como mi presentación oficial —dijo, sonriendo y tendiéndome la mano—soy Nerea.

Estreche su mano, sintiendo la calidez de su piel contra la mía. —Respondí diciéndole mi nombre, tratando de transmitirle con mi mirada que entendía la situación.

Nerea asintió, una pequeña sonrisa volviendo a sus labios. —Encantada. Mira, tengo que…

—¡Nerea! —La voz del neandertal volvió a resonar por el local.

Se giró hacia mí una última vez. —Nos vemos en la puerta en una hora —dijo, zambulléndose en el caos del bar.

Esta vez, había salido cara. Todo lo que había flotado en el ambiente, esas miradas furtivas, esas pequeñas sonrisas, ese intercambio de bromas… todo era real. La pieza había encajado a la perfección.

Decidí pagar la cuenta directamente en la barra para así no ocasionar más problemas. Al girarme, pude ver de cerca al neandertal. Su rostro, enrojecido por el estrés y probablemente por años de excesos, contrastaba dramáticamente con la frescura y vitalidad de Nerea.

Mientras esperaba el cambio, mis ojos la buscaron instintivamente entre el bullicio del bar. La encontré cargando una bandeja llena de bebidas. Nuestras miradas se cruzaron y, en medio del caos, ella me dedicó una sonrisa cómplice, rápida pero cargada de promesas. Justo antes de cruzar la puerta, me volví una última vez. Nerea estaba sirviendo en una mesa, pero como si sintiera mi mirada, se giró por un segundo. Articuló un claro «una hora» con los labios, acompañado de un guiño casi imperceptible.

Al salir del bar, inhalé profundamente y logré controlar la respiración. Sin darme cuenta, mis pies comenzaron a moverse por sí solos, sin rumbo fijo, como si buscaran sacudirse los efectos de la cerveza y devolverme el dominio sobre mí mismo.

A medida que me alejaba del bar y deambulaba por las calles, no podía dejar de notar que las pocas caras que me cruzaba y en las que fijaba la mirada por más de un segundo se desdibujaban y perdían sus formas. No era la primera vez que me sucedía, y aunque sentía cómo mi cuerpo amenazaba con acelerarse y ponerse en estado de alerta, logré calmarme y huir de las atestadas calles hacia una zona más tranquila.

Por fin, un poco más apartado, conseguí dejar la mente en blanco. Sin darme cuenta, había llegado a un lugar que me resultaba familiar. Me encontraba sentado al final de un pequeño camino de rocas que se adentraba en el mar. Al final de ese camino había una pequeña estructura de madera desde la que normalmente algunos pescadores probaban su suerte y pasaban la noche.

Esa noche, el afortunado era yo, que estaba solo. El silencio era un lujo. Lo último que necesitaba era desperdiciarlo hablando de la buena noche que había quedado, la última hazaña de un puto político o el resultado de algún partido de un deporte que no me podía interesar menos.

Aunque solía venir aquí de noche, esta vez había algo que me desconcertaba y tardé en asimilar. La luz de una gigantesca luna iluminaba toda la zona, dando una claridad que permitía ver casi como si fuera media tarde azulada.

Un torrente de datos que había escuchado en las noticias los últimos días empezó a fluir por mi cabeza: aunque frecuentes, esta superluna en particular era única. Las condiciones la hacían una de las más grandes y brillantes vistas en años, y no volvería a repetirse hasta dentro de al menos cinco años.

Mientras reflexionaba, no podía apartar los ojos de ella. La luna seguiría su curso. ¿Y yo? ¿Dónde estaría yo cuando volviera a aparecer?.

Entre pensamientos más triviales y otros más profundos, decidí hacer tiempo hasta que llegase la hora acordada con Nerea, recordando la aventura que había comenzado desde el mismo lugar en el que me encontraba ahora unos días atrás.

Empecé a recordar esa tarde.

⧫ ⧫ ⧫

La formación con la serpiente rocosa se alzaba imponente en el horizonte, sus contornos destacados por los últimos rayos de sol a contraluz. Desde mi primera visita a la playa, la idea de nadar hasta alcanzarla había ido cobrando fuerza dentro de mí.

Nunca fue solo el deseo de nadar hasta allí, sino algo más profundo, aunque en ese momento no me di cuenta. A veces, solo necesitas ponerte retos para recordar que sigues vivo, aunque no sepas bien por qué.

Esperé pacientemente a que las condiciones del mar fueran óptimas para lanzarme a la travesía.

Ese día, por fin, el mar estaba en calma, como si me invitara a desafiarlo.

La distancia hasta mi destino era notable, sin embargo, no me intimidaba; había nadado distancias similares en el pasado. Sabía, sin embargo, que el mar es traicionero, que las corrientes pueden cambiar de la misma forma en que cambia tu determinación a mitad de camino.

Con un impulso repentino, me lancé al mar. Mi cuerpo protestó de inmediato. Aunque podía dar marcha atrás, decidí avanzar. Sabía que cuanto antes me moviera, antes desaparecerían las dudas y entraría en calor.

El inicio no presentaba ningún peligro. La primera mitad del recorrido transcurría cerca de la costa, ofreciendo una posible escapatoria. Ante esta seguridad mi cuerpo se fue relajando y acompasando. Notaba cómo el agua me oponía menos resistencia. Ajuste el ritmo y fuerza de las brazadas hasta conseguir un tempo que me permitía avanzar a una velocidad buena sin cansarme en exceso.

Mi cuerpo funcionaba a la perfección; solo necesitaba mantener la concentración y confiar en mis capacidades.

Seguí avanzando, mi mirada fija en el fondo del mar, todavía visible gracias a la poca profundidad. Mi subconsciente me avisó que estaba cerca del punto desde el que tenía que atravesar la zona de mar abierto.

Me detuve un momento, notando los brazos cargados. Desde allí podía ver sin problemas mi objetivo, tentador y desafiante. Mi primer impulso fue ponerme otra vez en marcha aprovechando que ya había calentado, aunque estuviese un poco cansado. Tras dar dos brazadas hacía la formación rocosa tuve una sensación extraña, como un presentimiento. Volví a detenerme.

Siempre me ha costado reconocer el peligro, pero esta vez algo dentro de mí me pedía un momento de reflexión. Decidí que la mejor idea era nadar hacia unas rocas cercanas donde podía descansar para encarar la recta final.

Conseguí sentarme en un saliente bastante plano. No me había dado cuenta, pero mi ritmo cardiaco estaba acelerado y me notaba más cansado de lo que creía. En ese momento había dos vías de acabar la tarde: podía volver haciendo el camino que ya había recorrido sin ningún problema, o podía seguir adelante, obsesionado con llegar hasta esa formación rocosa en medio del mar.

Sabía que no era lo más sensato, y si tuviera que explicarlo, me faltarían razones para justificar mi fijación con un reto tan absurdo. Me era familiar ese deseo irracional; sabía que, llegado este punto, no podía hacer otra cosa que seguir adelante.

Miré hacia mi objetivo y salté sin vacilar otra vez al mar. Sabía que iba a sufrir en algún momento porque quizás me había sobrestimado. Pero mi cabeza ya había tomado la decisión, así que ahora solo quedaba lo más fácil, dar una brazada tras otra hasta que no tuviera fuerza para dar una más.

Pasado un rato, el cuerpo comenzó a agarrotarse. Un vistazo rápido—sin detenerme—me reveló que una corriente me había desviado. La adrenalina me impulsó; ya no había vuelta atrás ni momentos de duda, solo seguir adelante. Localicé la corriente y empecé a nadar en diagonal perdiendo así unos metros para poder rodearla.

Los músculos de mis brazos se quejaban en cada brazada. Había perdido el control sobre mi respiración, pero no podía parar. El mar aprovecharía cualquier momento de debilidad para devorarme.

Finalmente, cuando ya notaba que estaba al borde de mis fuerzas, mis manos encontraron un saliente en la roca.

Ahora sí, una vez sentado, identifiqué el punto donde había hecho el pequeño parón. Si no hubiese parado allí, mi destino hubiese sido completamente distinto.

Tras un descanso al sol, ya calmado y con la brisa del mar secándome lentamente, empecé a buscar una ruta de escalada hacia lo más alto de la formación.

Desde el principio sabía que llegar hasta aquí era solo la mitad del desafío. A unos 12 metros de altura, un pequeño saliente asomaba sobre el mar, un lugar perfecto para saltar.

Las rocas formaban un camino natural hacia la cima, que fui subiendo lento pero de forma segura. Mis dedos protestaron al agarrarse a las aristas más afiladas, pero avancé sin mayores contratiempos.

Al llegar a la cima, el viento se intensificó. La vista desde allí era espectacular. Me estiré para desentumecer el cuerpo tras la travesía, cerrando los ojos un momento para concentrarme. Ya había marcado el punto de aterrizaje en el mar, y aunque había saltado desde alturas similares antes, la soledad y la quietud del lugar no dejaban margen de error. Si algo salía mal no habría nadie que pudiese sacarme de esta.

Abrí los ojos y fijé la mirada una vez más en el punto donde debía entrar al agua. Tomé una bocanada profunda, me giré de espaldas al mar, y exhalando, me impulsé hacia atrás. Ese instante en el que el cuerpo se despega de la tierra, con los ojos mirando hacia el cielo y el cuerpo alineado, siempre es el que más disfruto. El mundo se detiene por un segundo y mi mente no puede pensar en absolutamente nada mientras calculo de forma instintiva la fuerza del giro, esperando el momento exacto para romper el agua.

Completé el giro en el aire, y mi cuerpo, tenso y completamente vertical, rompió el agua con precisión. Sentí el frío del mar envolviéndome, absorbiendo el impacto de la caída. Me hundí por un breve instante en ese silencio submarino, donde el mundo parecía detenerse. Luego, impulsándome hacia la superficie, emergí con una calma renovada.

Una sonrisa surgió, mientras el agua goteaba por mi rostro. Habían sido dos momentos míos, solo míos. Instantes perfectos, encapsulados en esa soledad buscada, sin la necesidad de compartirlos, como si el mar los guardara para mí y solo para mí.

Llené los pulmones lentamente, mientras dejaba flotar mi cuerpo boca arriba, solo podía pensar en una cosa:

!Joder! Conseguirlo de vez en cuando no estaba nada mal.

Esa misma tarde de forma involuntaria, en la seguridad que la tierra firme me otorgaba, mis dedos teclearon la búsqueda que no me podía sacar de la cabeza:

Todos los veranos la cifra de ahogados superaba los trescientos.


⧫ ⧫ ⧫

La alarma del móvil me sacó de mis recuerdos. Había pasado ya casi la hora, así que decidí volver hacia el bar.

Nerea estaba esperando sentada en un bordillo cerca del bar, con una tranquilidad asombrosa que contrastaba con mi nerviosismo interno. Había cambiado su uniforme de trabajo por un sencillo top y pantalones cortos que de forma natural mostraban su fabuloso cuerpo.

—Pensé que igual te habías arrepentido y estabas ya huyendo a hurtadillas— dije con un tono de alivio y broma.

Una sonrisa juguetona se dibujó en sus labios antes de responder: —Nunca se me ocurriría romper mi palabra— dijo mientras se levantaba y me daba dos besos de saludo.

En ese breve instante, mientras sus mejillas rozaban las mías, un olor sutil pero cautivador invadió mis sentidos. Era un aroma único que no podía relacionar con ninguna otra chica, no era el aroma artificial y abrumador de un perfume caro, sino algo más sencillo y natural que mezclado con su propio olor corporal después de toda una jornada de duro trabajo le daba un toque especial.

Sin darme cuenta, inhalé profundamente, queriendo grabar esa fragancia en mi memoria. Era un aroma que, estaba seguro, reconocería siempre, incluso años después, si volviera a cruzarse en mi camino.

Comenzamos a andar por las calles del pueblo costero que desde hacía unos días ya se me hacían tan familiares. Durante toda la semana había encontrado refugio donde antes sólo había calles desconocidas.

Empezamos con la charla intrascendente necesaria para romper el hielo entre dos desconocidos. Hablando de trivialidades como lo bonito que era el pueblo y alguna anécdota del bar. Al poco tiempo Nerea se giró.

—Oye, seguro que te estás muriendo de hambre, si tenemos suerte igual el Rubio sigue sacando bocadillos en su foodtruck aunque sea tarde.

—¿El Rubio?

— Si, no sé su nombre real, pero es un chico que un día mandó a su jefe a tomar por culo en Madrid y se vino aquí a seguir su sueño de tener una foodtruck al lado del mar— dijo Nerea sin poder disimular su admiración. —Tiene un bocata de albóndigas y rúcula que es espectacular.

— Vale, me parece perfecto— respondí. En verdad, sí que tenía hambre, las tripas llevaban rugiéndome desde hacía un rato.

Mientras retomábamos el paso se me ocurrió preguntarle algo que podría parecer trivial pero de lo que tenía curiosidad.

—Por cierto… ¿Qué te parece la música que ponéis en el bar?— pregunté sin dar más pistas.

—¡Ah! No está mal, pero la verdad que no entiendo mucho de música, y menos de música tan antigua. Yo suelo escuchar los top más escuchados de Spotify. No le doy muchas vueltas.

La respuesta fue un mazazo, esperaba que fuese ella la que creaba meticulosamente las listas de reproducción que tanto había disfrutado esa tarde.

Me reprendí mentalmente por haber idealizado algo tan rápido. «Esta vez no», me prometí, tenía que cumplir con mis deberes autoimpuestos. Mi misión era disfrutar de ese momento dejando la mente en punto muerto. Mi cuerpo e instintos eran los que tenían que guiarme esa noche.

La foodtruck apareció al doblar una esquina. Yo ya había estado en esta zona otras noches, pero no había coincidido con el famoso Rubio.

El chaval, algo mayor que yo, se movía con agilidad en el pequeño interior mientras sacaba los últimos pedidos del día. El aroma de las distintas preparaciones que tenía me llamó la atención desde el inicio acentuando mi hambre. Mis ojos empezaron a analizar compulsivamente todos los elementos que tenía delante, la frescura de los vegetales, la precisión con la que se habían cortado, el orden y limpieza que había para ser comida callejera. Se podía notar que había puesto todo su alma en ese proyecto.

Aunque había otros bocadillos que tenían buena pinta, decidí hacer caso a Nerea y pedir su recomendación.

Cuando por fin recogí el bocadillo y un par de refrescos me giré hacia Nerea.

—Si te soy sincero esta noche no tenía claro si me habías reconocido.

Ella sonrió, un gesto que iluminó su rostro más que las luces de la foodtruck. —La verdad, ya casi al final de la temporada y con las olas tan malas, no he visto muchos chicos perdidos. —Su mirada se volvió curiosa. —¿Cómo es que estás por aquí tú solo?

La pregunta, aunque inocente, tocó una fibra sensible. Suspiré, decidiendo cuánto revelar. —Bueno, supongo que necesitaba escapar un poco de todo. Este verano no ha ido como yo pensaba. He estado trabajando sin parar, que me ha ayudado a no pensar mucho, pero ahora he podido abrir un paréntesis. — Hice una pausa, mirando hacia el horizonte mientras ahuyentaba de mi cabeza imágenes de tanatorios y ataúdes.

Nerea asintió, como si entendiera perfectamente. —A veces necesitamos perdernos para encontrarnos, ¿no?— dijo, su voz suave pero cargada de algo que no pude descifrar. —Yo también vine aquí buscando algo, aunque no estaba segura de qué.

—Sí, creo que a veces no tenemos muy claro que es lo que queremos, pero sí de lo que queremos huir—Dije mientras jugueteaba con el papel del bocadillo sin mirarla directamente. El silencio que siguió fue breve pero cargado de significado.

Pude notar cómo le cambió el gesto al instante, una vulnerabilidad momentánea que rápidamente intentó ocultar.

—¿Qué te parece el bocadillo? ¿He acertado con la recomendación?— Me preguntó cambiando el tema sin poder esconder la incomodidad.

Aunque proyectaba una imagen de persona segura y alegre, ese cambio sutil en el tono de voz me reveló que había sufrido recientemente y que los dos nos sentíamos igual de náufragos en este momento.

— Está increíble, se nota que el Rubio disfruta haciendo cada bocadillo. — comenté, saboreando el último bocado.

— Siendo sincero, contigo tuve la misma sensación cuando te vi por primera vez sirviendo las mesas. — dije mientras en mi mente recordaba la danza contínua que había llevado a cabo toda la noche. —Me encanta ver a alguien haciendo bien su trabajo mientras lo disfruta.

—Jajaja… bueno, no es el trabajo de mi vida, pero me esfuerzo en hacerlo bien —contestó, encogiéndose de hombros, aunque había un atisbo de orgullo en su tono—. Este verano es la primera vez que trabajo de camarera.

— No es por nada, pero no puedo decir lo mismo del cocinero… —dije, esbozando una sonrisa—. La hamburguesa que me pusiste el otro día fácilmente entra en mi top de basura que he comido este año.

Nerea soltó una pequeña risa. —Cada vez que recojo un plato casi intacto, me muero de la vergüenza —. El cocinero… bueno,creo que no ha venido dos días seguidos sobrio al trabajo. Pero como es amigo del jefe, ahí sigue, intocable.

Como ya me había dejado claro que lo del bar no era su pasión, ni lo que la había llevado allí, decidí cambiar de tema y preguntarle por el surf, esperando que quizás compartiéramos esa afición.

— ¿Tú también viniste aquí en busca de buenas olas?

— Bueno… vine aquí un poco por casualidad, ni siquiera sabía que se podía hacer surf. Nunca me había llamado la atención, pero lo probé unos días y me enganché. Me encanta hacer deporte. He competido toda mi vida en atletismo, desde pequeña.

—Al ver cómo te mueves por el bar, pensé que podrías ser bailarina, pero ahora que lo dices, el atletismo también te encaja —sonreí—. ¿Todavía compites?

Noté cómo su mirada se desvió de manera involuntaria.

—La verdad es que… llegó un punto en que me desmotivé por completo —dijo mientras su voz perdía fuerza—. Después de una temporada sin buenos resultados y con una lesión un poco fuerte, me frustré al ver cómo las chicas a las que solía ganar me superaban. Me frustró tanto que dejé de intentarlo. Simplemente… ya no podía.

Sus palabras quedaron suspendidas un momento en el aire. Aproveché ese silencio para ser honesto.

—Creo que entiendo como te sientes —dije intentando buscar las palabras adecuadas. —Es difícil seguir luchando cada día cuando nadie te asegura que vayas a conseguirlo. A veces, apostar por uno mismo parece la decisión menos sensata a la vez que la única.

—Sí, supongo… —contestó, y aunque trataba de restarle importancia, era evidente que el tema le afectaba más de lo que mostraba.

Notando que la conversación se volvía algo pesada, decidí cambiar el tono.

— Oye, se me ocurre una idea. Miré la previsión del tiempo antes y mañana al amanecer parece que van a entrar buenas olas. Qué, ¿ te parece empezar el día surfeando los dos solos?

Ella me miró, sorprendida por la propuesta, y se río de manera espontánea.

—Ni siquiera hemos terminado la noche y ya estás pensando en cómo vamos a amanecer —respondió con una carcajada natural.

Tenía razón, me había precipitado.

— No he madrugado en todo el verano —dijo, casi riéndose de sí misma—, pero quizá esta vez podría hacer una excepción.—Pero bueno, aún queda noche por delante. —Su mirada se perdió un momento en la calle vacía antes de regresar a la mía—. Vamos a aprovecharla.

Dicho esto, se puso en marcha sin más, y yo, sin pensarlo, la seguí.

Empezamos a andar sin un rumbo fijo, pero pronto ella me hizo de guía por las mismas calles por las que había estado deambulando solo no hace mucho. No era capaz de desprenderme de la sensación de Déjà vu que llevaba arrastrando toda la noche,seguramente motivado por dos jóvenes que se perdieron por las calles de Viena en algún momento de sus vidas.

Pese a haber estado trabajando toda la noche, ella seguía andando con una gracia única. Después de cruzar un par de calles, mientras charlábamos de cosas sin importancia, llegamos al final del paseo marítimo.

— Ven, sígueme. Conozco un sitio al que me gusta ir en estas noches tranquilas — dijo, mientras se quitaba las sandalias y se adentraba en la arena.

Apenas la escuché, no pude evitar pensar que seguramente no era el primero al que llevaba a ese refugio. Como siempre, mi mente de mierda estaba poniendo trabas para disfrutar del momento.

Intente ahuyentar esos pensamientos. Mientras estaba preparándome para seguir a Nerea, mi mirada se desvió hacia un cartel oxidado en la entrada de la playa. La luz de la luna iluminaba las letras desgastadas: ‘Ayto. de Samsara: Queda prohibido el baño desde las 00:00 hasta las 07:00′. Samsara. El nombre resonó en mi mente, evocando una vaga sensación de familiaridad que no logré ubicar. Sin darle más vueltas, apresuré el paso para alcanzar a Nerea.

La sensación de la arena fresca metiéndose entre los dedos en contraste con la cálida brisa que nos estaba acompañando toda la noche era increíble. Inmerso en esa sensación, busqué a Nerea con la mirada. A medida que nos alejábamos de las luces artificiales, su figura se había convertido en una silueta recortada por la noche y la luna.

Se adelantó un poco, dando pequeños saltos para esquivar el agua que trepaba lentamente con la marea. Se giró hacia mí con una sonrisa.

—Vamos a darnos prisa. Si sube un poco más la marea, no podremos cruzar sin mojarnos —dijo, señalando una pequeña cala.

Al fijarme en la marea mis ojos instintivamente miraron a las rocas con forma de serpiente infinita que sabía que se encontraban mar adentro. Algo raro me llamó la atención.

Desde el punto en el que me encontraba, la perspectiva había hecho desaparecer los dos grandes agujeros de la roca, dando paso a una figura que, al instante en el que la vi, reconocí como un reloj de arena.

Sin querer darle más importancia decidí seguir los pasos que había dejado Nerea en la arena mojada.

Cruzamos solo con los pies mojados, conscientes de que la subida del agua nos aseguraba la privacidad que ambos sabíamos que necesitaríamos.

Como no se me ocurría ninguna frase astuta, pensé que tal vez el momento requería acción directa. La abracé por detrás, pero casi sin darme cuenta, se zafó de mi abrazo con una destreza digna de una maestra de artes marciales. Jugó con mis manos mientras se giraba para quedar frente a mí y, sin dudarlo, se lanzó al beso que ambos habíamos estado buscando.

El beso fue lento al principio, intentando calibrar la intensidad, mientras empezábamos a jugar al juego del descubrimiento que tienen todos los primeros encuentros entre dos cuerpos que se acaban de conocer.

Aunque estaba completamente inmerso en el momento, noté como se me paralizaban las pulsaciones, casi como si la sangre dejase de circular. Acababa de ser consciente de que esa noche era la última vez que la iba a besar. No sabía por qué pero lo sabía.

Creí haber disimulado bien, pero Nerea se detuvo y me observó con atención.

— ¿Pasa algo? De repente estás helado — dijo mientras sus manos subían por mi cuello acariciándome la nuca.

— No, nada, habrá sido la brisa en esta cala — mentí, atrayéndola hacia mí.

— Bueno a ver si puedo ayudarte a entrar en calor — dijo mientras se sacaba el top por la cabeza, dejando su torso al desnudo, pegando su piel otra vez a mi.

No pude esconder una sonrisa. Me encantaba que ella fuese siempre un paso por delante.

Yo la seguí el juego, quitándome la camiseta mientras nos ayudábamos mutuamente a quedarnos desnudos.

Continuamos un rato fundiéndonos en la arena, conociendo nuestros cuerpos mientras la respiración y la intensidad de los dos iba en aumento. Mis dedos trazaban caminos con la idea de crear un recorrido que más tarde pudieran seguir mis labios.

Mientras besaba su cuello me embriague del olor que antes ya había notado, que mezclado ahora con el sabor de su sudor en mis labios se había impregnado en mi memoria.

A cada gesto, suspiro y respuesta de su cuerpo, la complejidad del encuentro se iba desvaneciendo, dejándonos solo con la conexión carnal pura que estábamos alcanzado. Me sorprendía lo natural que se sentía, como si nuestros cuerpos ya se conocieran desde siempre, anticipando cada movimiento.

El temor a alterar ese delicado equilibrio todavía estaba presente, pero la creciente seguridad que me daba ver sus reacciones, cómo cedía ante cada uno de mis movimientos, me empujó a actuar impulsivamente.

Bloqueé su cuerpo de forma que estuviese bajo mi control absoluto, con un miedo latente, como si ella pudiera escaparse todavía en cualquier momento. El calor de su piel ardía contra la mía.

Al notar el cambio en mi actitud, ella respondió con una sonrisa suave, casi imperceptible, como si hubiera estado fabricando ese desenlace. Esa sonrisa lo decía todo: quería cederme el control, confiada en que yo sabría guiarla. Era un gesto de entrega silenciosa, una señal de que mi seguridad había despertado en ella el deseo de dejarse llevar por completo.

Nuestras bocas se encontraron de nuevo, esta vez con más hambre, mientras mis manos buscaban las suyas, entrelazándose. Las caricias se volvieron más intensas, los movimientos más decididos, y en ese espacio entre el deseo y la entrega, la conexión entre nosotros alcanzó su punto más alto, sellando nuestro encuentro.

Nos quedamos tendidos en la arena, nuestros cuerpos abrazados, disfrutando de la quietud que sigue a la pasión.

Decidimos que el silencio era lo único que necesitábamos. Yo, por mi parte, anhelaba ese instante de calma para guardar cada sensación, cada detalle, en lo más profundo de mi memoria.

Sin darme cuenta, acababa de forjar otro eslabón en la cadena que me ataría irremediablemente a estos momentos de plenitud. Sabía que en el futuro, este recuerdo volvería a atormentarme, recordándome lo lejos que estaba de sentirme así de nuevo.

Al encontrar la mirada de Nerea, me di cuenta de que llevaba un rato observándome en silencio, con una expresión que denotaba cierta preocupación.

—¿No puedes parar de darle vueltas a la cabeza, no? —dijo, entrecerrando los ojos con una sonrisa que parecía traviesa—. ¿Hay algún momento en el que estés en calma de verdad?

Su tono no era de reproche, pero había una claridad en sus palabras, como si me leyera con total facilidad. Ella había demostrado ser más impulsiva, más del “aquí y ahora”, y yo, atrapado en mis pensamientos, no lograba sintonizar con ese presente que ella vivía con tanta intensidad.

Su observación me sacó de mis pensamientos, devolviéndome al momento. Miré a nuestro alrededor, la cala desierta, el mar en calma, la luna llena bañándolo todo con su luz plateada. De repente, sentí un impulso irrefrenable de sumergirme en el agua, de dejar que el mar me envolviera y me liberara del peso de mis pensamientos, de mi propio cuerpo en el mundo.

— Desde que he pisado esta cala he pensado que estaría bien darse un baño ¿Qué te parece? — le dije mientras me levantaba y le tendía la mano.

Ella me miró, sorprendida por la propuesta, y luego su rostro se iluminó con una sonrisa traviesa. Sin decir una palabra, se levantó y tomó mi mano, dejándose guiar hacia la orilla.

Gracias a la luz de la gran luna pude ver un pequeño tatuaje en el que no me había fijado y que lógicamente mis dedos en nuestra sesión de braille no habían podido leer. Me gustaría contar más detalles, pero los colores y el dibujo que decoraban su piel es algo que he decidido guardarme para mi.

El frío del mar contrastaba con el calor de su cuerpo. Sin decir una palabra, nos fuimos adentrando lentamente en el agua. El frío nos envolvía poco a poco, pero ninguno retrocedió. No había prisa; el silencio entre nosotros era tan cómodo como la noche que nos rodeaba.

El mundo se redujo a ese instante, al agua fría rodeándonos, al tacto de su piel, a la luna reflejada en sus ojos. Sentí que todas las dudas se desvanecían, como si el mar, en su inmensidad, absorbiera mis pensamientos y solo dejara espacio para el presente.

Mientras nos abrazábamos y volvíamos a besarnos, noté cómo el calor de su cuerpo ya no bastaba para combatir el agua gélida que me estaba helando hasta los huesos.

Abrí los ojos, y la claridad de la noche había desaparecido. La luna, que antes nos acompañaba, había sido tragada por la oscuridad. No había rastro de ella, y nos encontramos en una penumbra casi absoluta. Todo había cambiado.

De repente mis oídos me dieron las pistas que mis ojos no podían descifrar. El mar estaba completamente revuelto y podía escuchar cómo a mi alrededor el agua estaba retrocediendo rápidamente, succionada hacia las profundidades.

El mar había dejado de cubrir nuestros cuerpos, ya no había agua donde hace unos segundos nos llegaba por la cintura. Entonces la vi. Delante de mí, se erguía una ola monstruosa, alta como un rascacielos, lista para devorarnos.

Miré a los ojos a Nerea pese a que casi no había luz, pero ya no vi vida dentro de ellos, todo su cuerpo estaba rígido. La zarandeé, tratando de hacerla reaccionar, pero era inútil. Era como intentar mover una montaña. Aunque no podía ver, todo mi cuerpo notaba que la descarga de agua de la ola era inminente. La abracé con fuerza, pero se desvaneció en la noche.

El impacto fue inmediato, un estallido de agua y oscuridad que me sumergió en un silencio total. No sentí dolor, solo el peso del mar arrastrándome hacia las profundidades. Intenté moverme, nadar hacia la superficie, pero mis brazos no respondían, como en una pesadilla donde el cuerpo se niega a obedecer.

El tiempo dejó de existir. Todo era confuso, y las imágenes de la cala se mezclaban con el abismo que me rodeaba. No sabía si estaba recordando o soñando, o si ambos momentos se habían fundido en uno solo. Dejé de luchar, permitiendo que el agua me tragara por completo, mientras la realidad se disolvía en fragmentos.

Ya no sentía miedo, solo una calma extraña, como si la necesidad de decidir o actuar hubiera desaparecido. ¿Estoy aquí? ¿O ya me fui?

In a little while. I’ll be gone. The moment’s already passed. Yeah, it’s gone. And I’m not here. This isn’t happening. I’m not here. I’m not here[3]

En un rato, ya no estaré aquí. El momento ya pasó. Sí, se ha ido. Y yo tampoco estoy aquí. Esto no está pasando. No estoy aquí, no estoy aquí…

Las palabras resonaban en mi mente, llevándome cada vez más lejos de todo lo que una vez sentí. Y mientras me hundía, la oscuridad me reclamaba, hasta que finalmente, me volví parte de ella.

El silencio se transformó en un murmullo distante, como si el mar aún susurrara en mis oídos. El frío suelo bajo mis pies me sacó de la sensación de ingravidez, pero la confusión persistía. No sabía cuánto tiempo había pasado ni dónde estaba.

Me sentí como Neo la primera vez que respiraba aire real después de escapar de Matrix.

Tenía los ojos abiertos, pero tardé un poco en volver a la realidad y ser consciente de que me encontraba de pie, muy lejos del mar, solo, en la terraza del apartamento.

La superluna seguía brillando solitaria en el cielo, dando un toque de noche azul a todo el entorno similar al de los antiguos westerns. En cambio, yo sentía como el único color que desprendía era el color de una sombra.

El vaso frente a mí que había rellenado de hielos, ahora era un charco de agua tibia. Me era imposible saber cuánto tiempo llevaba perdiéndome en el laberinto que yo mismo había construido en mi cabeza.

Cada bifurcación entrelazaba caminos de realidad y ficción en los que daba vueltas hasta acabar confundido. Este laberinto tenía más problemas: atrapaba algunos recuerdos de forma tan nítida que ya no podía separarlos de las fantasías o de mis propios sueños. Vivir un momento que consideraba digno de ser guardado, me convertía en escultor de un recuerdo, tallandolo para siempre en la piedra dura de mi angustiosa prisión.

El problema era que este mecanismo no solo capturaba lo vivido. Podía sentir que estaba entre el público viendo a Nirvana en el 93, oler el incienso, notar el calor de la multitud sin haber estado allí. Lo mismo pasaba con los sueños y mis propias mentiras, que enredaban aún más el laberinto, donde me acababa siendo imposible avanzar.

Me acerqué las manos y la camiseta a la nariz, aspiré profundo, intentando encontrar restos de su olor. No había ni rastro de esa esencia tan única, solo vacío.

El sudor frío reapareció, junto con la incapacidad de encontrar alguna pista que me indicara qué era real y qué era solo un espejismo de mi mente.

¿Había llegado siquiera a cruzar la puerta del bar?¿Reunir el valor de hablarla?¿Existía siquiera Nerea?

Esas preguntas flotaban en mi mente sin respuesta, mientras mi cerebro luchaba por hacer una simple conexión más, intentando separar los casos reales de mis propias ficciones.

Estaba en un estado de disociación absoluto. Me rendí pensando en el poco valor que sacaría de ello. Realmente lo único importante era el ahora, así que decidí que lo mejor sería ir a la cama y dar el día por cerrado.

Mientras, agradecía como las frías sábanas me envolvían y mi cuerpo entumecido se iba relajando. La idea de sumergirme en un sueño interminable, como sugería Murakami en Sputnik Sweetheart, me parecía cada vez más tentadora. Estaba a punto de caer dormido, sin saber si soñaría esa noche o no. Pero quizá esa era la solución definitiva, la respuesta.

“Quizá la respuesta son los sueños. Soñar sin parar. Entrar en el mundo de los sueños y nunca volver. Vivir en los sueños por el resto del tiempo.”

Notaba que ya me estaba relajando y que no tardaría en dormirme, pero aun así alcance el móvil y los auriculares para dormir con algo de música. Puse un temporizador para que la música muriese a los cuarenta minutos.

Los cuatro integrantes de Supersubmarina empezaron a tocar otra vez para mi Extrema Debilidad[4], una de mis canciones favoritas de su último disco antes del trágico accidente, que salvo un milagro, los apartaría de los escenarios para siempre.

Aunque yo ya no era consciente en ese momento, me acabé durmiendo mientras los últimos versos escritos por Chino me susurraban al oído:

Extrema debilidad

Que cada noche me desvela

Y me devuelve a la realidad

Hasta la sangre se me hiela

Lo llena todo de oscuridad

Y me condena a cien años de soledad

Extrema debilidad

Agrava mi enfermedad

La pulsación se paraliza

La sangre deja de circular

Hasta que un día no resista

Hasta que un día no pueda más

(Extrema) Hasta que mi camino encuentre algún final

Agradecimientos

Como es la primera vez que llenaba más de dos folios con la intención de contar algo y, además, quería saber si no era una completa basura, tenía la incertidumbre propia de un auténtico novato. Por eso, tengo que agradecer a mi tía Asun, que ya había recorrido este camino antes, y que me ayudó a validar el texto y darle esos últimos detalles que lo hicieron mejorar.

¡Qué mérito tiene acabar una novela completa! Ahora me hago una idea del trabajo que lleva, quizás algún día yo también pueda ponerme ese reto.

Si quieres dejar un comentario sobre el relato pulsa en el siguiente enlace

(Lo puedes hacer de forma anónima):

https://forms.gle/dARaVHxL39iCPNCq7

Y si quieres invitarme a una cerveza para darme inspiración para seguir escribiendo puedes hacerlo en este enlace:

https://ko-fi.com/danigarra

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS